Ahora que ya tenemos más combatientes en la arena, llega el momento de salir a campo abierto. Preparen vuesas mercedes armas y monturas porque esta vez no será un rival quien trate de descabalgaros, sino todo un ejército de muertos revividos con ansias de venganza.
Es la Sortija, y solo uno (o tal vez una, que ya es hora) logrará hacerse con ella.
La dinámica es sencilla (y la velocidad aún más determinante que en las justas):
Los micros habrán de subirse a este mismo tablón.
Podrán participar todos los inscritos en las III Microjustas literarias de Ociozero, tanto los que siguen en combate como los caídos (y cualquier otro morador de los foros de Ociozero que así lo desee).
El tema de cada micro, de 50 palabras máximo, será la última palabra del micro anterior. Me atrevo a recordar a vuesas mercedes que no es necesario —ni suficiente— que aparezca esa palabra, sino que sea el «tema principal» del micro.
El primer micro que se presente en cada tema será considerado el único válido. Si llegan más micros después del primero (cosa que ocurrirá más de una vez), sus autores tendrán a bien editarlos para avisar a futuros combatientes de cuál es la palabra que sigue siendo tema para escribir.
Cada participante podrá enviar tantos micros como desee, pero nunca dos seguidos de su misma pluma.
La Sortija permanecerá abierta hasta que se decida quiénes son los dos finalistas de las III Microjustas literarias de Ociozero, momento en el que el jurado se retirará a sus castillos de invierno a deliberar quiénes son los dos supervivientes que merecen batirse en la final alternativa, y con qué armas. La decisión se tomará con criterios de calidad más que de cantidad, y habrá un cadalso listo para quien ose discutirla.
Para cualquier duda, pídanle cuentas al rey.
La palabra que abre esta II Sortija es
«metrónomo»
Ritmos mortales
El concursante contemplaba, angustiado, cómo el tiempo, implacable, se desgranaba frente a sus ojos. ¿Aquello era un metrónomo o una guillotina? ¿Su corazón seguía su compás o, de pura tensión, enmudecía?
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.