Correspondencia
Desde que él salió al mar y no volvió, ella le escribe en la arena: “Te quiero, Antón”. Luego, contempla cómo las olas borran sus palabras. Al bajar la marea, vuelve a la playa presurosa y encuentra la respuesta, escrita con la letra torpe del marido: “Yo también, Carmiña”.
Estábamos sentados en aquella playa, Mía y yo, viendo la puesta de sol. Solo que el sol ya nunca se ponía y ella acusaba los primeros efectos de la radiación. Le dije “estás preciosa” y me besó. Ninguna brisa veraniega acudió a ondear los cabellos que dejó en la arena.