Pasado un puente cubierto, junto a un riachuelo, hay un pequeño pueblo en el que las calles emanan un olor maligno, como algo en plena descomposición, y los tejados se amontonan destartalados. La iglesia tiene el campanario derruido y alberga un establecimiento mercantil ruinoso. El viajero que logra atravesar ese lugar, descubre que ha pasado por Dunwich.