Cartas desde la mar XVIII
La mar es la vida, es la alegría para los sensibles a la belleza. Quizás otras cosas sean más importantes, como el arte, la poesía, la filosofía... Pero, antes de todo eso, ya existía el mar.
Muchas sirenas han leído mis cartas sólo por curiosidad. Muchas las reclamaron y luego se olvidaron que tierra adentro no podían caminar. Sé de muchas que se perdieron en la lírica de sus promesas y se tejieron una cruz. Abandonadas a su suerte, antes de nacer, murieron en su esclavitud.
Yo, que ni sé cuántas noches estuve despierto para escribir cartas que plasmasen los marinos encantos, yo sé cuán duro es enfrentarse a un folio en blanco. Por eso cuando escucho ciertas cosas se me encoge el corazón... como hombre, como vigía y como marinero. Cosas que más allá de crítica casi rozan la traición, y reniegan del que es su mundo primero.
No sé cómo puede haber una sirena capaz de romper las azules leyes, de despreciar la marea. Capaz de maldecir su cuna, de decir que en su reino sobran reyes, y que su corona es de cualquiera.
Sirena, este reino es más que esos barcos, y es más que ese puerto. Es más que esas olas que bajo la aurora acallaron desiertos. Su mar es más que poesía, es más que este llanto. Y es más que este canto que besa la Luna al ocaso del día.
Qué sabe nadie de la aurora de cristal que baña los recuerdos y los guarda en el litoral. Qué sabrás de dónde atesoro mis remiendos, si en mis venas en vez de sangre me queda sal... ¡Qué sabrás de la espuma que muere entre sus algas! ¡De sus penas calladas, y de sus alegrías amargas! El mar es más que todos esos sentimientos. Y es más que esas velas izadas al viento...
El mar es mucho, mucho más que el paraíso de los sueños, que su joya sin dueño, que el espejo del verano o un niño jugando con el faro. El mar es nuestra patria y capital, aunque no tenga banderas que ondear, ni nos bese su azul al nadar. Ni tenga trono...
Verdad que el mar no tiene palacios coronados de soles,
pero le sobra en la orilla los mariscaores...
Verdad que en el mar no cabalgan caballos de ricos señores, pero hay barcas al trasmallo que dan de comer a los pobres.
Cuidado con esos discursos tan necios y absurdos sobre este reino. Cuidado con soltarlos como si fueran las verdades del barquero. Si las oyen las escolleras, dirán a los mares que se las traguen... ¡como a tantos marineros!
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Me ha encantado. Creo que de todas las cartas desde la mar que he leído, ésta es la que más me ha calado. Ha sido como si, de algún modo, me alcanzaran los sentimientos que encierra...
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.