Un relato de Patapalo para la vivisección de Asesinos históricos
Mi padre se deja la piel por mí todos los días en el trabajo, para que tenga un futuro mejor. Las víctimas de Eddie Gein se dejaron la piel en su casa, para completar su decoración.
Tras la lectura, un silencio asimétrico se instala en el despacho. El profesor está expectante, como el que acaba de contar un chiste o una anécdota que, a priori, va a despertar una reacción intensa en su interlocutor. Sin embargo, el padre permanece quieto y callado, hierático. Da la impresión de que espera algo más, quizás una apostilla, las conclusiones del docente. Estos encuentros de tutoría no fluyen siempre con facilidad. A nadie le explican qué se supone que se debe hacer en ellos, cómo comportarse, por lo que los mutismos no son infrecuentes. Por ello, al final es el profesor el que retoma la palabra:
—La verdad, señor... Güeso —duda un momento, incómodo con la grafía—, no es lo que esperaba obtener cuando les encargué este ejercicio en la clase de Lengua.
—¿Qué quiere decir? Es cierto que está algo desorganizado y que algunas expresiones tienden a la hipérbole o al eufemismo, pero creo que en líneas generales se ajustan bastante bien a lo que es una metáfora, ¿no?
El profesor carraspea.
—Sí, claro, pero, como comprenderá, respuestas así no son habituales. En un niño de su edad, quiero decir.
—Sinceramente, no, no le comprendo —replica el padre echándose hacia delante lo justo para imponer su presencia en el despacho. Luego, en un tono que suena a amenaza de un modo incongruente pero igualmente inquietante, repone—: No me malinterprete: me es imposible saber qué es adecuado a su edad. Gorgonio —el profesor no consigue contener un respingo al oír el nombre— es hijo único, con lo que no tengo muchos elementos comparativos. Tampoco trae muchos amigos a casa, que digamos.
Hay cierta sorna en la última frase. Sin embargo, por amarga que sea esta, el profesor hubiera deseado encontrar aunque fuera algo de ese humor en el trabajo de su alumno. Sus palabras, que reverberan en su memoria, son mucho más crudas, frías como la carne muerta, un bocado difícil de digerir.
Mis compañeros de clase me envenenan la vida en un modo metafórico; Arsenic Anna envenenaba a sus amantes de un modo literal.
—Ya, entiendo. Debo reconocer que no me sorprende. —Aunque el profesor recula en la silla, parece dispuesto a presentar batalla—. Su hijo...
—Gorgonio —le interrumpe el padre, desafiante.
—Sí, Gorgonio —concede— no se está integrando demasiado bien en la clase. Tiene dificultad a la hora de establecer vínculos de amistad con otros chicos, incluso de mera camaradería. Es muy retraído, le cuesta abrirse a los demás.
Apenas ha pronunciado la frase, se arrepiente de las palabras utilizadas. Siente repugnancia de su propia lengua, su mente contaminada por la cuartilla de papel cuadriculado que acaba de leer al padre.
El doctor Thomas Neil Cream, gracias a sus amplios conocimientos, sobre todo de anatomía, era capaz de ver el interior de las personas. La mayor parte de la gente, en su ignorancia, es incapaz incluso de hacerlo metafóricamente.
—Usted intenta sugerir que el problema reside en Gorgonio, ¿no es así?
El profesor da un respingo. Se siente acusado y le irrita no haber conseguido llevar la conversación por los derroteros que había previsto. Cuando convocó al padre lo hizo con la intención de amonestar a su hijo y de ponerlo sobre aviso, de dejarle claro que comportamientos como el suyo no tienen cabida en su clase. Que no quiere encontrar más trabajos sobre psicópatas y crímenes. Para él, es más que suficiente con el tedio de las redacciones sobre las vacaciones de verano.
Ahora se encuentra a la defensiva, con unas ganas irrefrenables de justificarse. Se siente pequeño y desnudo, y cada mirada que el padre dedica a los muros de su despacho, a los pósters, a los detalles decorativos regalo de sus amigos o sus colegas de claustro, empeora ese sentimiento.
—Es evidente que existe un problema —apuntala su posición—; no se puede negar a la vista de lo que ha escrito. Esas ideas que ha plasmado en su trabajo dejan muy claro que no es capaz de digerir su escolarización.
En épocas de carestía, Sawney Beane era muy capaz de comerse a sus enemigos. Algún día, yo podré comerme a los míos con patatas y, entonces, se habrán terminado mis vacas flacas.
—No es algo infrecuente ni de extrañar en alumnos que han pasado tanto tiempo fuera del sistema educativo —apostilla tras el leve traspiés semántico con un tono un punto demasiado belicoso.
El padre no parece amedrentarse. Bien al contrario, se percibe cierto gozo en su tranquilidad gélida. El profesor va entendiendo que están en su terreno, que siempre lo han estado. Se revuelve en su silla.
—Se equivoca: Gorgonio está digiriendo muy bien su nueva situación. Es más, me siento muy orgulloso de él, de cómo está viviendo todas las dificultades y creciendo con ellas. De hecho, si alguien tiene un problema son ustedes, los profesores, los alumnos, los monitores de los recreos. No en vano, no lo pierda de vista, son ustedes quienes me han llamado a mí a esta tutoría, quienes están preocupados, quienes necesitan encontrar una solución.
Earle Nelson, el Gorila Asesino, con sus actos violentos y sus pasiones necrófilas, se convirtió en la pesadilla de la sociedad americana. Las pesadillas que yo sufro por culpa de mis compañeros de clase, de sus abusos y su hostigamiento continuo, no son una metáfora.
—Disculpe, señor Güeso, pero me parece que está enfocando mal el problema. Es normal que intente proteger a su hijo, pero...
—¿Proteger a Gorgonio? —El padre estalla en sonoras carcajadas. Luego coge su chaqueta y se la cuelga del brazo. Se pone en pie, todavía sonriente, como un tiburón, como un mal sueño—. Gorgonio no necesita que nadie le proteja, pero es algo que usted es incapaz de ver porque no se fija en los detalles.
»Usted ve un ejercicio sobre metáforas lleno de referencias mórbidas a asesinos en serie y se le encienden todas las alarmas, como si tuviera un listado de palabras prohibidas. Con un esfuerzo, es capaz de relacionarlo con los problemas en que Gorgonio se ve envuelto a diario durante las clases, los cambios de aula, los recreos... Pero ni siquiera sobre esto posa la mirada directamente porque resulta demasiado incómodo.
»Es por eso que se está perdiendo el cuadro general. ¿Se ha fijado en el estilo con el que escribe Gorgonio, incluso en su caligrafía? ¿Se ha parado a pensar de dónde ha sacado los conocimientos técnicos e historiográficos sobre esos asesinos que tanto le incomodan? ¿Ha mirado siquiera esa ficha que nos hacen rellenar cuando inscribimos a nuestros niños en el centro, la casilla en la que consignamos nuestra profesión?
»¿No ha oído el término copycat, ni siquiera en las películas?»
Erzsebeth Bathory se bañaba en sangre para conservar su juventud. Para conservar mi infancia, ¿habré de recurrir a un baño de sangre?
—¡Señor Güeso! —le interpela el profesor en el último momento, cuando este tiene ya la mano sobre el picaporte—. Espere, por favor.
El padre niega, burlón, moviendo el dedo índice de su mano libre y chasqueando la lengua: no, no, no.
—El cuadro general —insiste—. Piense en lo que es Gorgonio. Desde distintas perspectivas. Para usted, para mí, para sí mismo. Entonces podrá entender y, con el entendimiento, le será más fácil tomar la decisión adecuada, ¿no cree?
La puerta se cierra y el profesor cae abatido en su sillón, como si le hubieran cortado los hilos. Tarda solo un segundo en abrir el segundo cajón de su escritorio y buscar en él el dossier de inscripción de sus alumnos. Gorgonio Güeso, el quinto de la clase por orden alfabético. Repasa con el índice el formulario hasta llegar a la casilla de la profesión. Catedrático de psiquiatría en la Universidad de Astoria.
¿Qué es Gorgonio?
—Una pesadilla, eso es lo que es: una mala pesadilla que va a conseguir que acabe con una úlcera —gruñe entre dientes.
Recuerda las peleas, los malos modos con el chiquillo incluso por parte de sus estudiantes modélicos. Recuerda su mirada fría y sus gestos distantes y, aunque le revuelve el estómago, comprende las reacciones que suscita entre los otros estudiantes. Gorgonio es un niño cuya presencia no invita a revolverle el cabello, a dedicarle un comentario amable, a sonreír siquiera; no, Gorgonio solo invita a poner tierra de por medio, a marcar las distancias, a ser extirpado de la realidad circundante.
El profesor toma con su mano derecha el dossier de inscripción, la ficha con los datos del padre, y lo contempla desde una cierta distancia, estirando el brazo, en busca del cuadro general.
¿Qué es Gorgonio?
Vuelve a su mente la mirada inquisitiva del padre, su afán de lucimiento y su modo de hablar, diseccionando, sentando cátedra. La respuesta se desliza como veneno por su boca:
—Un sujeto de estudio.
Luego, se acerca al dossier y posa los ojos sobre la fotografía tamaño carnet del niño.
¿Qué es Gorgonio?, resuena la pregunta una vez más en su cabeza. Y, con ella, vuelven fragmentos de su trabajo de Lengua.
Los niños de Gilles de Rais descubrieron el Infierno en la Tierra. La cualidad metafórica de la frase depende de la concepción que tengamos del Infierno. Si descubro la cualidad literal de los actos de Gilles de Rais, ¿encontraré la Tierra en mi Infierno?
Con la venia, Capitán y sin ánimo de ofender.
A mí me ha resultado un relato dificil de entender. A partir de la segunda lectura creo que he empezado a entenderlo. Aún así, me parece demasiado insinuante, demasiado abstracto. Se habla de Gorgonio, pero no llego a verlo del todo. Su descripción (Gorgonio es un niño cuya presencia...), me parece demasiado genérica. Necesito algo más concreto en lo que agarrarme, un detalle de su físico o de su personalidad (más allá de su interés por los asesinos históricos), no sólo la reacción que tienen los demás hacia él.
Creo que por eso no logro conectar con el protagonista principal y, por ende, con la historia.
Bastante inútil