Un árbol danzando en el palacio onírico
Me pregunté durante mucho tiempo qué podía significar esa imagen que aparecía siempre en mis sueños. Nunca lo tuve claro a pesar de verla cada vez que Morfeo me atrapaba con sus brazos, desde mi más tierna infancia, a través de mi tortuosa adolescencia y durante los consiguientes años de envidiable juventud.
En esta visión, por llamarlo de algún modo, siempre aparecía el mismo árbol, tan grande y frondoso que su copa absorbía el púrpura del cielo, que coloreaba también el agua densa en la que se zambullían sus raíces, y me atrapaba con sus ramas danzantes como una mortaja sutil. No sentía miedo, simplemente me dejaba arrastrar hacia las profundidades de aquel océano purpúreo mecida y arropada como en un cálido abrazo.
Este sueño recurrente había supuesto durante años, además de un lastre para mí, más de un quebradero de cabeza para un sinnúmero de psicólogos, había dado de comer a unas cuantas curanderas que decían poder leer el trasfondo de esta clase de sucesos, a varias videntes enturbantadas y había preocupado a mis amigos, familia y vecinos, e incluso a un humilde locutor de radio al que llamó mi abuela para pedir consejo en un súbito arranque de fe. Ciertamente es bastante molesto gastar tanto tiempo y dinero en algo así, sobretodo porque siempre acaba por afectar a tu vida, directa o indirectamente: relaciones rotas por consejo de una interpretación extraña, traumas desconocidos e inexplicables hallados en lo más profundo del subconsciente por cualquier psicoanalista de poca vocación, demonizaciones, acción divina y alergia a los divanes son sólo unas pocas de las cosas que pueden extraerse de la interminable lista de posibles causas y consecuencias que fui elaborando durante estos largos años de exhaustiva investigación onírica.
Finalmente, tras haber estropeado un cuarto de siglo de mi vida con las preocupaciones derivadas de esta inoportuna visión, decidí dejar de inquietarme por si se trataba de una señal del destino, de un augurio milagroso, o de un simple deseo reprimido, e hice caso omiso de este sueño al que, después de todo, había acabado por tomar cariño. Así pasaron los dos siguientes años de mi vida, por fin libre del peso que supone el tratar de averiguar el sentido de algo que, al parecer, no lo tiene.
Continué con mi vida sin preocuparme por el árbol o por su causa, hasta que de un día para otro, o mejor dicho, de un sueño para otro, éste desapareció sin más. Nunca hubiera imaginado el impacto que me produciría la evaporación de esta pesadilla que tanto me había incomodado y que, una vez hecha a ella, tanto me volvía a preocupar ahora. Parece cierto que, al igual que en el amor, uno se encuentra más místicamente ligado a algo cuando lo pierde de repente y sin el menor aviso que cuando siente llegar el dolor de la pérdida lentamente. Así que ahí estaba de nuevo pensando en el extraño árbol, esta vez con añoranza y tal vez algo de miedo, con la convicción a veces de que podía olvidarme de él, con la terrible necesidad de verlo de nuevo otras; para mí era una locura el no saber a qué atenerme respecto a dicha visión, a la que no podía encontrar sentido, no podía ignorar y, al parecer, no podía aceptar perder.
Definitivamente mi vida estaba en punto muerto. No podía avanzar, pero tampoco podía quedarme paralizada durante el resto de mi vida, porque no era bueno, no lo deseaba y sabía que, después de todo, la ansiedad que sentía acabaría por consumirme prematuramente.
La respuesta llegó de la mano de un hombre que, como puesto ante mí por el destino, parecía ser la solución perfecta para acabar de una vez por todas con mis dudas y mi incertidumbre. Este hombre era, o decía ser, un hipnotizador capaz de adentrarse en las profundidades de la psique humana, de atravesar la muralla impuesta al subconsciente y así bucear en las profundidades del mismo para encontrar sus más ocultos misterios.
Comenzamos con las sesiones de inmediato. Dos veces por semana acudía a su consultorio y dejaba que este hombre tomara las riendas de mi mente. Así, poco a poco, me fui dando cuenta de que necesitaba ir a verlo cada vez con más frecuencia. Aquel sueño ya no significaba nada para mí.
Ahora, al final de mi vida, no puedo dejar de pensar que la única razón de ser de aquel árbol danzante no era otra que conducir mis pasos hasta él.
más escribir? fuí el 1º k puso un relato
No lucho para ganar sino por el mero placer de combatir y pelear.Viva el Waaagh y todos sus practicantes!!!