Fiebre del trópico

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Ligeia
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Fiebre del trópico

Bajo la sombra del cercano cocotal, los dos observaban como del borde del agujero asomaba, de vez en cuando, la cabeza y hombros de Stubs el Escocés y la lluvia de tierra procedente de su vigorosa paletada. Otras paladas procedentes de los demás desenterradores también eran arrojadas en torno creando un círculo irregular de tierra suelta.

Brandy miró a su compañero, la viva imagen de la confianza. Siempre veía primero el lado bueno de las cosas:

—Llevan un buen rato cavando como topos ¿no crees, Jack? ¿Tan seguro estás de que el viejo Squirrell te contó la verdad?

—Su secreto le pesaba demasiado ya, solo necesitaba una presencia de confianza para soltarlo.

—Pero muy bien pudo haber desobedecido las instrucciones y gastárselo él todo…. A pesar del miedo a ese diablo de Philbin…

—Tú lo has dicho, Brandy, no lo hizo, por miedo. El capitán, viéndose muy enfermo, le ordenó esconder sus ahorros y él así lo hizo, hasta moribundo era temible, según Squirrell.

—Y que lo diga, tan solo pronunciar el nombre de capitán Philbin te hace subir un escalofrío por el espinazo.

El apuesto joven no pudo reprimir la risa.

—Vamos, Brandy, ya sabes lo que le gusta exagerar a la gente. Squirrell ya está bastante senil, le obedeció toda la vida y ahora es demasiado tarde para que cambie.

—Pensará en su fantasma.

No se retractó de lo dicho muy en serio, pese a que valiera para avivar otra carcajada de su capitán.

—Tú también eres otro viejo supersticioso, Brandy.

—No es bueno burlarse de estas cosas, chico. Ya te he dicho muchas veces que ir a la posada del Loro Verde a sonsacar a Squirrell me parecía meter las narices donde no nos llaman. El capitán Philbin era peligroso, nadie quería tener problemas con él, dicen que había aprendido magia de ciertos esclavos negros y asistido a sus impías ceremonias y bailes de los salvajes.

—Sé de buena tinta que, como quien dice, el cuerpo de Philbin aún no estaba frío, y ya apareció por la puerta el Tuerto, hijo de Bane. También el viejo Filch habló con Squirrell. Pero solo yo he conseguido soltarle la lengua. Ja, mira, los muchachos lo han encontrado.

Entre exclamaciones de alivio y júbilo fue alzado del fondo húmedo un cofre zunchado, de tamaño mediano. Sonriendo ante el perfume de buena suerte que había invadido el aire, invisible pero presente, los dos hombres lo contemplaron a sus pies, con la madera hinchada y el metal picado por los primeros bocados de la corrosión. Una mano ansiosa barrió de la tapa plana las terrosas adherencias y lo tantearon algunos con los filos de las palas, pero el contundente objeto se negó a abrir sus fauces.

Se trataba de un arcón de viaje, así que lo cogieron por las asas laterales y, con cierta dificultad, lo transportaron a través de la playa hasta el bote. Stubs y Ready, a pesar de la labor acometida, como si todavía no hubiesen sudado lo suficiente, se ofrecieron para remar. Todos estaban contentos por el buen resultado del trabajo, deseando alcanzar cuanto antes la balandra Slow Death para contemplar y apoderarse de la correspondiente parte del botín. El afilado navío se balanceaba sobre las aguas mansas, justo enfrente del bote que se aproximaba. Su capitán la había ganado en una apuesta donde, una vez más, había demostrado ser tan afortunado en el juego como en el amor. Jack el Suertudo era su mote más común. Y sus hombres estaban encantados con sus ocurrencias. Brandy recordó divertido el día en que la estrenaron y a la salida del puerto Jack ordenó, al ver las pequeñas barcas, abalanzarse entre un grupo de pescadores, riendo a proa ante la marejada de insultos y hasta algún pez que les llovieron encima.

La expectación alrededor del cofre una vez asentado en cubierta era palpable, tanto entre los que se habían quedado a bordo como entre los que habían bajado a tierra. El tesoro de Philbin se encontraba a pocos palmos de sus dedos. Muelas, el herrero-cerrajero-carpintero, se puso a la faena en cuanto regresó con sus herramientas a su lugar en el corro de facinerosos.

—Beberé a la salud de Squirrell— era el comentario más común mientras observaban las evoluciones del menudo español y sus ganzúas sobre la cerradura, con alguna furtiva parada  sobre los goznes. Resultó un asunto difícil de abordar. Al cuarto de hora, el cerrajero, afanoso, ya estaba soltando en su idioma natal su muletilla favorita—Por mis muelas que lo voy a abrir— sin que ello aumentase la efectividad del método empleado.

El capitán le apartó un momento para inclinarse y comprobar él mismo los secretos de la malhadada cerradura. Cuando volvió intacta a las manos del marinero raso y este de nuevo clavó, ya con mal disimulada saña, el garfio metálico en sus honduras, algo saltó allí al fin, aflojando la tenaz unión entre la tapa y el cuerpo del cofre, haciendo soltar exclamaciones de alivio a los espectadores.

Sin que ninguna mirada fuera capaz apenas de pestañear, el capitán Jack lo abrió. Entonces la perfumada diosa Fortuna que parecía revolotear sobre ellos, se convirtió al instante en una fétida Arpía. ¿Era todo aquello el tesoro del capitán Philbin? ¿Nada más? La cantidad resultante al terminar la cuenta no era en absoluto despreciable, pero ni se acercaba a lo que había supuesto la mayoría. Jack el que más. El resultado de la aventura resultaba un tanto decepcionante. Aunque una vez encajado el guantazo de frustración, tampoco les extrañó demasiado. Solo era la corroboración de que el capitán Philbin había sido como otro pirata cualquiera, incapaz de no gastar el fruto de sus correrías. De repente, la figura de un pirata ahorrador les resultaba estúpida. Pero después de vaciar las bolsas, entre varias camisas Jack desenvolvió algo que avivó el temor en sus corazones, recordándoles que no había sido tampoco un tipo tan común. Un montón de anillos se desparramaron sobre las telas y todos retrocedieron. Nadie quería un objeto personal suyo, ni rozarlo siquiera, así que, sin más monedas a la vista, el círculo se dispersó y Jack se llevó su parte y el cofre a la cámara de popa. Brandy le ayudó con el acarreo y una vez lo dejaron en la esquina, el más joven dijo:

—Creo que esta panda de bribones también piensa que Philbin era un brujo. Sin embargo, no han hecho ascos a su dinero.

—Lo sabes bien, chico. El dinero no le pertenecía. Somos ladrones robando a un ladrón. Ah, pero sus cosas es algo bien diferente, eran suyas sin duda, tienen su aliento pegado. Yo que tú no me encapricharía de esa brújula, de esos anillos, ni de los mapas y prendas, ni la pistola, lo tiraría todo por la borda ahora mismo, el cofre entero.

—Eh, quieto, Brandy, son objetos valiosos, me serán útiles o los venderé, lo mismo hayan sido de Philbin que del rey de Inglaterra. Partiremos en cuanto termine esta calma chicha y dile a Saboo que esta noche reparta con la cena medio vaso de ron por cabeza, para celebrarlo. No ha tocado a tanto como esperábamos, pero tampoco regresamos con las manos vacías.

Antes de abandonar el cuarto, el segundo le vio colocando los anillos sobre la mesa y probándose uno:

—Me quedan flojos—sonrió— pero son de oro y piedras brillantes, Brandy. Con lo ganado por su venta, le compraré tales regalos, que mi Dolly lucirá como una sultana.

Brandy meneó la cabeza mientras se encogía de hombros, imaginando a la linda mulata reposando entre cojines brocados, coronada por un enorme turbante, recubierta de joyas, porque el chico solo tenía ojos para ella.

Aunque cantaron y bebieron, Jack no se unió a ellos. Cuando Brandy se levantó antes del amanecer y salió a cubierta mirando hacia arriba, el velamen se le mostró petrificado en torno al palo, pues seguía sin soplar ni una brizna de viento. La puerta de la cámara de popa estaba cerrada. Desde dentro Jack le informó de que no se encontraba muy bien, tenía fiebre y quería descansar.

Las noticias sobre la obligada espera y la indisposición del capitán no sentaron muy bien a los tripulantes, teniendo que resignarse al imprevisto retraso y al libre especular de sus molleras, pues algunos dieron en insinuar si no sería cosa del siniestro capitán Philbin, en ultraterrena venganza por la osadía de apoderarse de su tesoro y que había sido temerario el creer que iban a irse de rositas tratándose de quien se trataba.

Saboo era el único que entraba a la cámara, a llevarle su ración. Esa noche decidió interrogarle al respecto:

—Bueno, Brandy, a mí no me parece tan enfermo— le dijo el cocinero negro—. No está mareado, no vomita, come con buen apetito… podría estar fingiendo, aunque parezca cosa de locos… podría levantarse de la hamaca si quisiera, creo que sí— se calló un momento, era parco de palabras y siempre parecía que le pesasen al pronunciarlas— Jack está raro…

Tras la última sentencia, sin más, el negro se retiró por la puerta del mamparo, ingresando al camarote de los marineros.

Empezó a levantarse una favorable brisa floja de poniente que, poco a poco, fue arreciando. Le dio la nueva y otra vez sin abrir, el capitán le transmitió desde el interior de su retiro el rumbo que debía seguir el timonel. La voz era clara y fuerte, a él tampoco le parecía la de un doliente. El islote sin nombre y los otros dos próximos, motas boscosas perdidas en el océano, acabaron desapareciendo en la lejanía. Cuando tal cosa sucedió, tanto supersticiosos, los más, como descreídos, los menos, notaron una punzada agorera… como si estuviesen escapando de un peligro sutil pero indefinido. Tan clara como las aguas que surcaban, tuvieron la certeza de que no volverían a entrometerse en nada que tuviera que ver con el capitán Philbin. No veían la hora de atracar en el puerto seguro y conocido, con ese espectro deshilachándose entre las jarcias.

A media mañana apareció en cubierta el ausente. Contestó de mala gana a las preguntas de sus compañeros. Ya se encontraba perfectamente según él. Durante un buen rato se dedicó a escrutar las maniobras y el lugar como si fuera la primera vez que veía aquella balandra, un poco más grande de lo común, pero no por ello menos rápida, y a esos hombres, sus compinches habituales de latrocinio.

Entonces Brandy pudo apreciar a qué se refería Saboo. Era como si de improviso, sin explicación alguna ni motivo aparente, el amigable cordero se hubiese vuelto un agresivo basilisco. Jack era un buen capitán, que sabía ponerse firme cuando correspondía, pero el resto del tiempo era dicharachero y bromista. Ahora lo miraba todo, y a todos, con cierto desprecio, manteniendo el entrecejo fruncido. Nunca le habían visto tan callado, pero era casi mejor que continuara con la boca cerrada pues el “muchachos” desapareció de sus labios para dar paso al “gandules”. Brandy le conocía desde que de niño lo sentaba en sus rodillas, le había criado como a un hijo y el cambio para él era todavía más evidente e inquietante. Caminaba de manera distinta. Jack era zurdo y sin embargo ahora era la otra mano la que usaba. ¿Qué fiebre puede cambiar en un par de días la esencia misma de un hombre, como si lo hubiese vuelto del revés?

Aunque hubiera dicho que no le servían, también se había puesto los anillos de Philbin. Para evitar que se cayeran, llevaba los dedos un poco doblados. Brandy había visto la marca de esos anillos un par de veces, en concurridas tabernas, estampada como cicatriz en la cara de viejos marineros que habían pertenecido a alguna de sus tripulaciones.

Lleno de curiosidad preocupada, después de la cena Brandy se dedicó a acechar la puerta de Jack. Tan solo se oían, arriba, los pasos del vigía de guardia y delante, desde el camarote común, los malditos ronquidos de Stubs, hasta que Finlay o Saboo, sus sufridos vecinos inmediatos, le dieran el pertinente sopapo o patada. Se pegó a la recia hoja cuarteada por el salitre como una lagartija a la tapia y guiñando bajó la cabeza hasta la cerradura, a cuyo agujero aplicó el ojo abierto. Por suerte, no tenía puesta la llave.

La pequeña cámara permanecía en la oscuridad, excepto el círculo alumbrado por la vela colocada sobre la mesa. Detrás estaba él sentado, sujetando un sencillo espejo de mano cuadrado. Jack gustaba de imitar las modas de los caballeros, así que se afeitaba cada día. Observaba el reflejo en la plateada superficie con sumo interés, siguiendo con el índice la línea de las cejas, la mejilla y el mentón. Para Brandy aquello era un gesto chocante, un acto de vanidad diría que femenino. Hundió los dedos en el largo cabello castaño bermejizo, pues se había soltado la coleta, peinándose con las manos y sonriéndose. Movió la mano que sostenía en la palma el espejo, a un lado, a otro, más arriba, más abajo, como estudiando su propio rostro, apartando el cabello hacia atrás para medir tal vez la profundidad de las entradas en las sienes o la forma de las orejas.

También en la mesa un vaso y bien estibada, la pequeña barrica de ginebra que el anterior dueño de la nave se había dejado en la despensa. Ya casi ni se acordaba de ella. A Jack solo le gustaba el ron, pero sabía que el licor favorito del capitán Philbin era la ginebra. La fiel compañera que le había llevado al Infierno, o eso había creído… hasta ahora.

—Por los santos clavos de Cristo— susurró, amedrentado con la idea que se estaba desperezando en su cabeza.

No pudo dormir por culpa de esa sospecha, tan contra natura. El capitán salió muy temprano, a comprobar el viento y la derrota; le escuchó conversando sobre ello con el timonel. Unas palabras que iban degenerando en disputa, mientras Brandy bajaba con premura para aprovechar el momento.

La puerta estaba abierta. Corrió al fondo de la cámara, detrás de la mesa, hasta la alacena de la pared, para ir comprobando cada una de sus puertas y cajones, a la frenética búsqueda de una pista. O una confirmación. En una de las gavetas centrales encontró los objetos del cofre, la brújula, la pistola, el rollo de mapas, los anillos… también unos enredados collares de cuentecitas de colores y un alfiletero de terciopelo negro colmado, cual acerico, de agujas de rojizo cobre. Entre todo eso, una botellita de cristal captó de inmediato su atención. La había visto con los anillos, envuelta en las camisas, pero como estaba vacía no le dio importancia. La boca estaba sellada con una extraña sustancia blanquecina, más porosa que la cera. Pero ahora algo flotaba en su interior, una materia liviana, grisácea, móvil, que parecía mantenerse en un estado intermedio entre lo líquido y lo gaseoso.

Con la botellita entre las manos, el cuerpo empezó a pesarle. Un pitido opacado se adueñó de sus tímpanos. El relleno interior del recipiente se movía, empezando a emitir un leve brillo pálido. Había reconocimiento en esa variación. Lo sabía. Era el alma de Jack. Atrapada por Philbin mediante sus artes diabólicas. Sentía la pena infinita del chico, su miedo… Philbin acabaría arrojándola al mar; sin aposento corpóreo, acabaría diluyéndose hasta desaparecer. Una imagen se dibujó en su mente, debía emboscar a Philbin y colocar la botellita justo bajo sus narices. De esa manera tan simple se producía el intercambio del cuerpo a la botella. ¿Era eso de verdad o solo lo estaba suponiendo? Notó una presencia a sus espaldas.

Al girarse, apenas tuvo tiempo de ver el cuerpo de Jack ocupando el hueco de la puerta abierta y en la cara los fieros ojos de Philbin mirándole rebosantes de determinación a no perder la juventud y humanidad recobradas, mientras con la diestra le lanzaba un cuchillo directo al cuello.

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Estoy solo con los canijos y con tendinitis en el hombro, así que no sé si me podré prodigar mucho delante del ordenador. El lunes espero poder colgarlo como tarde. ¿Has probado con otro navegador?

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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                                         Fiebre del trópico

Bajo la sombra del cercano cocotal, los dos observaban como del borde del agujero asomaba, de vez en cuando, la cabeza y hombros de Stubs el Escocés y la lluvia de tierra procedente de su vigorosa paletada. Otras paladas procedentes de los demás desenterradores también eran arrojadas en torno creando un círculo irregular de tierra suelta.

Brandy miró a su compañero, la viva imagen de la confianza. Siempre veía primero el lado bueno de las cosas:

—Llevan un buen rato cavando como topos ¿no crees, Jack? ¿Tan seguro estás de que el viejo Squirrell te contó la verdad?

—Su secreto le pesaba demasiado ya, solo necesitaba una presencia de confianza para soltarlo.

—Pero muy bien pudo haber desobedecido las instrucciones y gastárselo él todo…. A pesar del miedo a ese diablo de Philbin…

—Tú lo has dicho, Brandy, no lo hizo, por miedo. El capitán, viéndose muy enfermo, le ordenó esconder sus ahorros y él así lo hizo, hasta moribundo era temible, según Squirrell.

—Y que lo diga, tan solo pronunciar el nombre de capitán Philbin te hace subir un escalofrío por el espinazo.

El apuesto joven no pudo reprimir la risa.

—Vamos, Brandy, ya sabes lo que le gusta exagerar a la gente. Squirrell ya está bastante senil, le obedeció toda la vida y ahora es demasiado tarde para que cambie.

—Pensará en su fantasma.

No se retractó de lo dicho muy en serio, pese a que valiera para avivar otra carcajada de su capitán.

—Tú también eres otro viejo supersticioso, Brandy.

—No es bueno burlarse de estas cosas, chico. Ya te he dicho muchas veces que ir a la posada del Loro Verde a sonsacar a Squirrell me parecía meter las narices donde no nos llaman. El capitán Philbin era peligroso, nadie quería tener problemas con él, dicen que había aprendido magia de ciertos esclavos negros y asistido a sus impías ceremonias y bailes de los salvajes.

—Sé de buena tinta que, como quien dice, el cuerpo de Philbin aún no estaba frío, y ya apareció por la puerta el Tuerto, hijo de Bane. También el viejo Filch habló con Squirrell. Pero solo yo he conseguido soltarle la lengua. Ja, mira, los muchachos lo han encontrado.

Entre exclamaciones de alivio y júbilo fue alzado del fondo húmedo un cofre zunchado, de tamaño mediano. Sonriendo ante el perfume de buena suerte que había invadido el aire, invisible pero presente, los dos hombres lo contemplaron a sus pies, con la madera hinchada y el metal picado por los primeros bocados de la corrosión. Una mano ansiosa barrió de la tapa plana las terrosas adherencias y lo tantearon algunos con los filos de las palas, pero el contundente objeto se negó a abrir sus fauces.

Se trataba de un arcón de viaje, así que lo cogieron por las asas laterales y, con cierta dificultad, lo transportaron a través de la playa hasta el bote. Stubs y Ready, a pesar de la labor acometida, como si todavía no hubiesen sudado lo suficiente, se ofrecieron para remar. Todos estaban contentos por el buen resultado del trabajo, deseando alcanzar cuanto antes la balandra Slow Death para contemplar y apoderarse de la correspondiente parte del botín. El afilado navío se balanceaba sobre las aguas mansas, justo enfrente del bote que se aproximaba. Su capitán la había ganado en una apuesta donde, una vez más, había demostrado ser tan afortunado en el juego como en el amor. Jack el Suertudo era su mote más común. Y sus hombres estaban encantados con sus ocurrencias. Brandy recordó divertido el día en que la estrenaron y a la salida del puerto Jack ordenó, al ver las pequeñas barcas, abalanzarse entre un grupo de pescadores, riendo a proa ante la marejada de insultos y hasta algún pez que les llovieron encima.

La expectación alrededor del cofre una vez asentado en cubierta era palpable, tanto entre los que se habían quedado a bordo como entre los que habían bajado a tierra. El tesoro de Philbin se encontraba a pocos palmos de sus dedos. Muelas, el herrero-cerrajero-carpintero, se puso a la faena en cuanto regresó con sus herramientas a su lugar en el corro de facinerosos.

—Beberé a la salud de Squirrell— era el comentario más común mientras observaban las evoluciones del menudo español y sus ganzúas sobre la cerradura, con alguna furtiva parada  sobre los goznes. Resultó un asunto difícil de abordar. Al cuarto de hora, el cerrajero, afanoso, ya estaba soltando en su idioma natal su muletilla favorita—Por mis muelas que lo voy a abrir— sin que ello aumentase la efectividad del método empleado.

El capitán le apartó un momento para inclinarse y comprobar él mismo los secretos de la malhadada cerradura. Cuando volvió intacta a las manos del marinero raso y este de nuevo clavó, ya con mal disimulada saña, el garfio metálico en sus honduras, algo saltó allí al fin, aflojando la tenaz unión entre la tapa y el cuerpo del cofre, haciendo soltar exclamaciones de alivio a los espectadores.

Sin que ninguna mirada fuera capaz apenas de pestañear, el capitán Jack lo abrió. Entonces la perfumada diosa Fortuna que parecía revolotear sobre ellos, se convirtió al instante en una fétida Arpía. ¿Era todo aquello el tesoro del capitán Philbin? ¿Nada más? La cantidad resultante al terminar la cuenta no era en absoluto despreciable, pero ni se acercaba a lo que había supuesto la mayoría. Jack el que más. El resultado de la aventura resultaba un tanto decepcionante. Aunque una vez encajado el guantazo de frustración, tampoco les extrañó demasiado. Solo era la corroboración de que el capitán Philbin había sido como otro pirata cualquiera, incapaz de no gastar el fruto de sus correrías. De repente, la figura de un pirata ahorrador les resultaba estúpida. Pero después de vaciar las bolsas, entre varias camisas Jack desenvolvió algo que avivó el temor en sus corazones, recordándoles que no había sido tampoco un tipo tan común. Un montón de anillos se desparramaron sobre las telas y todos retrocedieron. Nadie quería un objeto personal suyo, ni rozarlo siquiera, así que, sin más monedas a la vista, el círculo se dispersó y Jack se llevó su parte y el cofre a la cámara de popa. Brandy le ayudó con el acarreo y una vez lo dejaron en la esquina, el más joven dijo:

—Creo que esta panda de bribones también piensa que Philbin era un brujo. Sin embargo, no han hecho ascos a su dinero.

—Lo sabes bien, chico. El dinero no le pertenecía. Somos ladrones robando a un ladrón. Ah, pero sus cosas es algo bien diferente, eran suyas sin duda, tienen su aliento pegado. Yo que tú no me encapricharía de esa brújula, de esos anillos, ni de los mapas y prendas, ni la pistola, lo tiraría todo por la borda ahora mismo, el cofre entero.

—Eh, quieto, Brandy, son objetos valiosos, me serán útiles o los venderé, lo mismo hayan sido de Philbin que del rey de Inglaterra. Partiremos en cuanto termine esta calma chicha y dile a Saboo que esta noche reparta con la cena medio vaso de ron por cabeza, para celebrarlo. No ha tocado a tanto como esperábamos, pero tampoco regresamos con las manos vacías.

Antes de abandonar el cuarto, el segundo le vio colocando los anillos sobre la mesa y probándose uno:

—Me quedan flojos—sonrió— pero son de oro y piedras brillantes, Brandy. Con lo ganado por su venta, le compraré tales regalos, que mi Dolly lucirá como una sultana.

Brandy meneó la cabeza mientras se encogía de hombros, imaginando a la linda mulata reposando entre cojines brocados, coronada por un enorme turbante, recubierta de joyas, porque el chico solo tenía ojos para ella.

Aunque cantaron y bebieron, Jack no se unió a ellos. Cuando Brandy se levantó antes del amanecer y salió a cubierta mirando hacia arriba, el velamen se le mostró petrificado en torno al palo, pues seguía sin soplar ni una brizna de viento. La puerta de la cámara de popa estaba cerrada. Desde dentro Jack le informó de que no se encontraba muy bien, tenía fiebre y quería descansar.

Las noticias sobre la obligada espera y la indisposición del capitán no sentaron muy bien a los tripulantes, teniendo que resignarse al imprevisto retraso y al libre especular de sus molleras, pues algunos dieron en insinuar si no sería cosa del siniestro capitán Philbin, en ultraterrena venganza por la osadía de apoderarse de su tesoro y que había sido temerario el creer que iban a irse de rositas tratándose de quien se trataba.

Saboo era el único que entraba a la cámara, a llevarle su ración. Esa noche decidió interrogarle al respecto:

—Bueno, Brandy, a mí no me parece tan enfermo— le dijo el cocinero negro—. No está mareado, no vomita, come con buen apetito… podría estar fingiendo, aunque parezca cosa de locos… podría levantarse de la hamaca si quisiera, creo que sí— se calló un momento, era parco de palabras y siempre parecía que le pesasen al pronunciarlas— Jack está raro…

Tras la última sentencia, sin más, el negro se retiró por la puerta del mamparo, ingresando al camarote de los marineros.

Empezó a levantarse una favorable brisa floja de poniente que, poco a poco, fue arreciando. Le dio la nueva y otra vez sin abrir, el capitán le transmitió desde el interior de su retiro el rumbo que debía seguir el timonel. La voz era clara y fuerte, a él tampoco le parecía la de un doliente. El islote sin nombre y los otros dos próximos, motas boscosas perdidas en el océano, acabaron desapareciendo en la lejanía. Cuando tal cosa sucedió, tanto supersticiosos, los más, como descreídos, los menos, notaron una punzada agorera… como si estuviesen escapando de un peligro sutil pero indefinido. Tan clara como las aguas que surcaban, tuvieron la certeza de que no volverían a entrometerse en nada que tuviera que ver con el capitán Philbin. No veían la hora de atracar en el puerto seguro y conocido, con ese espectro deshilachándose entre las jarcias.

A media mañana apareció en cubierta el ausente. Contestó de mala gana a las preguntas de sus compañeros. Ya se encontraba perfectamente según él. Durante un buen rato se dedicó a escrutar las maniobras y el lugar como si fuera la primera vez que veía aquella balandra, un poco más grande de lo común, pero no por ello menos rápida, y a esos hombres, sus compinches habituales de latrocinio.

Entonces Brandy pudo apreciar a qué se refería Saboo. Era como si de improviso, sin explicación alguna ni motivo aparente, el amigable cordero se hubiese vuelto un agresivo basilisco. Jack era un buen capitán, que sabía ponerse firme cuando correspondía, pero el resto del tiempo era dicharachero y bromista. Ahora lo miraba todo, y a todos, con cierto desprecio, manteniendo el entrecejo fruncido. Nunca le habían visto tan callado, pero era casi mejor que continuara con la boca cerrada pues el “muchachos” desapareció de sus labios para dar paso al “gandules”. Brandy le conocía desde que de niño lo sentaba en sus rodillas, le había criado como a un hijo y el cambio para él era todavía más evidente e inquietante. Caminaba de manera distinta. Jack era zurdo y sin embargo ahora era la otra mano la que usaba. ¿Qué fiebre puede cambiar en un par de días la esencia misma de un hombre, como si lo hubiese vuelto del revés?

Aunque hubiera dicho que no le servían, también se había puesto los anillos de Philbin. Para evitar que se cayeran, llevaba los dedos un poco doblados. Brandy había visto la marca de esos anillos un par de veces, en concurridas tabernas, estampada como cicatriz en la cara de viejos marineros que habían pertenecido a alguna de sus tripulaciones.

Lleno de curiosidad preocupada, después de la cena Brandy se dedicó a acechar la puerta de Jack. Tan solo se oían, arriba, los pasos del vigía de guardia y delante, desde el camarote común, los malditos ronquidos de Stubs, hasta que Finlay o Saboo, sus sufridos vecinos inmediatos, le dieran el pertinente sopapo o patada. Se pegó a la recia hoja cuarteada por el salitre como una lagartija a la tapia y guiñando bajó la cabeza hasta la cerradura, a cuyo agujero aplicó el ojo abierto. Por suerte, no tenía puesta la llave.

La pequeña cámara permanecía en la oscuridad, excepto el círculo alumbrado por la vela colocada sobre la mesa. Detrás estaba él sentado, sujetando un sencillo espejo de mano cuadrado. Jack gustaba de imitar las modas de los caballeros, así que se afeitaba cada día. Observaba el reflejo en la plateada superficie con sumo interés, siguiendo con el índice la línea de las cejas, la mejilla y el mentón. Para Brandy aquello era un gesto chocante, un acto de vanidad diría que femenino. Hundió los dedos en el largo cabello castaño bermejizo, pues se había soltado la coleta, peinándose con las manos y sonriéndose. Movió la mano que sostenía en la palma el espejo, a un lado, a otro, más arriba, más abajo, como estudiando su propio rostro, apartando el cabello hacia atrás para medir tal vez la profundidad de las entradas en las sienes o la forma de las orejas.

También en la mesa un vaso y bien estibada, la pequeña barrica de ginebra que el anterior dueño de la nave se había dejado en la despensa. Ya casi ni se acordaba de ella. A Jack solo le gustaba el ron, pero sabía que el licor favorito del capitán Philbin era la ginebra. La fiel compañera que le había llevado al Infierno, o eso había creído… hasta ahora.

—Por los santos clavos de Cristo— susurró, amedrentado con la idea que se estaba desperezando en su cabeza.

No pudo dormir por culpa de esa sospecha, tan contra natura. El capitán salió muy temprano, a comprobar el viento y la derrota; le escuchó conversando sobre ello con el timonel. Unas palabras que iban degenerando en disputa, mientras Brandy bajaba con premura para aprovechar el momento.

La puerta estaba abierta. Corrió al fondo de la cámara, detrás de la mesa, hasta la alacena de la pared, para ir comprobando cada una de sus puertas y cajones, a la frenética búsqueda de una pista. O una confirmación. En una de las gavetas centrales encontró los objetos del cofre, la brújula, la pistola, el rollo de mapas, los anillos… también unos enredados collares de cuentecitas de colores y un alfiletero de terciopelo negro colmado, cual acerico, de agujas de rojizo cobre. Entre todo eso, una botellita de cristal captó de inmediato su atención. La había visto con los anillos, envuelta en las camisas, pero como estaba vacía no le dio importancia. La boca estaba sellada con una extraña sustancia blanquecina, más porosa que la cera. Pero ahora algo flotaba en su interior, una materia liviana, grisácea, móvil, que parecía mantenerse en un estado intermedio entre lo líquido y lo gaseoso.

Con la botellita entre las manos, el cuerpo empezó a pesarle. Un pitido opacado se adueñó de sus tímpanos. El relleno interior del recipiente se movía, empezando a emitir un leve brillo pálido. Había reconocimiento en esa variación. Lo sabía. Era el alma de Jack. Atrapada por Philbin mediante sus artes diabólicas. Sentía la pena infinita del chico, su miedo… Philbin acabaría arrojándola al mar; sin aposento corpóreo, acabaría diluyéndose hasta desaparecer. Una imagen se dibujó en su mente, debía emboscar a Philbin y colocar la botellita justo bajo sus narices. De esa manera tan simple se producía el intercambio del cuerpo a la botella. ¿Era eso de verdad o solo lo estaba suponiendo? Notó una presencia a sus espaldas.

Al girarse, apenas tuvo tiempo de ver el cuerpo de Jack ocupando el hueco de la puerta abierta y en la cara los fieros ojos de Philbin mirándole rebosantes de determinación a no perder la juventud y humanidad recobradas, mientras con la diestra le lanzaba un cuchillo directo al cuello.

 

 

 

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No problem, Pata! Lo he conseguido! Viva yo! jajajaja

Espero que te recuperes de la tendinitis, no puedo decir a descansar porque con los peques debe ser un poco complicado XD

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Patapalo
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Gracias, compañera. Ahora lo pongo en lo alto del post.

Y: Relato admitido a concurso.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Olethros
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Puntos: 352

En lo formal, alguna descoordinación de número entre verbo y sujeto ("asomaba" en relación a "cabeza y hombros" y "la lluvia", o "pero sus cosas es algo bien diferente"; repeticiones cercanas de palabras (aunque el autor tendrá que decidir si la cercanía es suficiente, o no, para él) como "tierra" o "hizo"; gerundios y algún adverbio terminado en "-mente" aislado, cosas replanteables para que la pluma se obligue a narrar mejor ; la onomatopeya "Ja" que parece pedir unos signos de admiración; la muletilla del español que parece necesitar cursivas; algunas construcciones extrañas ("Sin que ninguna mirada fuera capaz apenas de pestañear).

En cuanto al uso de los signos de puntuación, además de discutible muchas veces, en bastantes ocasiones genera en este lector la sensación de duda en cuanto a qué se quería enfatizar; pongo dos ejemplos para ilustrar a qué me refiero: "—Tú lo has dicho, Brandy, no lo hizo, por miedo" y "Entonces la perfumada diosa Fortuna que parecía revolotear sobre ellos, se convirtió al instante en una fétida Arpía. ¿Era todo aquello el tesoro del capitán Philbin? ¿Nada más? La cantidad resultante al terminar la cuenta no era en absoluto despreciable, pero ni se acercaba a lo que había supuesto la mayoría. Jack el que más.". No queda claro qué intentaba enfatizar el autor de cara al lector, o al menos a este lector no le queda claro.

No conocía la palabra "zunchado", con lo que he aprendido algo nuevo, pero al ver su significado no estoy seguro de si encaja en el texto (el autor sabrá).

El relato tiende a la redundancia ("le ordenó esconder sus ahorros y él así lo hizo", "El capitán le apartó un momento para inclinarse y comprobar él mismo", "Era como si de improviso, sin explicación alguna ni motivo aparente"), y a romper el orden natural sujeto-verbo-predicado, algo que tal vez tiene sentido en los diálogos para simular una forma de hablar que podría estar ajustada a la época pero que tal vez no tanto (el autor sabrá) en las descripciones en tercera persona "desenfocada" (y digo "desenfocada" porque varía el foco del punto de vista. Por más que parezca preferir a uno de los personajes, Brandy, se desliza en alguna ocasión hacia Jack).

En cuanto al fondo, el estilo de narración está muchas veces al borde (unas veces por el exterior y otras por el interior) de usar los diálogos como una forma de dar información al lector (legítimo) pero sin preocuparse de si los personajes tendrían, o no, ese tipo de diálogos, recordándose entre ellos de forma obvia lo que ya saben. Por otro lado, la atmósfera es adecuada tanto para la trama en sí misma como para su localización, el ritmo es suave y estable en general aunque con un pequeño bache (desde el final del reparto hasta que Brandy tiene sospechas).

Tal vez, si el autor lo considera oportuno, rebajar la carga de nombres propios en un texto tan corto, en el que el lector no tiene tiempo a crear vínculos y diferenciarlos con facilidad por sus peculiaridades y comportamientos, sería interesante.

Hay posesión, sin la menor duda. Además, el relato se diferencia de los presentados hasta ahora por acercarse al tema de la convocatoria desde un escenario y unos personajes muy distintos, aunque la trama se conduce sin sorpresas.

Mi calificación es de 3 estrellas.

Ceterum censeo Carthaginem esse delendam... ;oP

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Bestia insana
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Poblador desde: 02/05/2013
Puntos: 1928

Una de piratas, ¡bien!, y el comienzo recuerda a La isla del tesoro, ¡mejor! (aunque me ha llamado la atención que no salga Patapalono). El título no sé si es el mejor, me llevó a pensar si al final no sería un náufrago delirante que se imagina todo. El comienzo es brusco: Bajo el cocotal, los dos...¿Qué dos? Así sin presentación ni nada, como si faltara el primer párrafo. Me he hecho un lío, no sabía quién hablaba. Luego me situado pero hay a lo largo del texto algunas frases que de entrada resultan confusas porque no se especifica el sujeto o el objeto. Hay palabras que se repiten muy juntas ("procedente" al principio), alguna coma que  falta ("también en la mesa un vaso y bien estibada", aquí falta también un había o algo). Sutil e indefinida más que sutil pero indefinida, ¿no? El final es brusco también. La posesión se ve venir de lejos. La prosa es buena y sumerge bien en el ambiente pirateril, con momentos divertidos como el del español muelas. 

*** estrellas

En resumen, un trabajo presentado con cierta precipitacion pero que se lee con agrado

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Molu
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Poblador desde: 16/11/2015
Puntos: 243

Confunde tanto nombre entremezclado. Pero esto es un detalle personal. Al relato le es funcional para dar la idea de una tribulación heterodoxa.
Hay un muy buen manejo del suspenso. A mitad de relato, uno no puede esperar más para saber por dónde viene la posesión. Pero en este sentido se vuelve predecible (hay lectores a los que les gusta la predictibilidad, pero no es mí caso). Cuando uno se hace la idea de cómo terminará el relato, el texto tan sólo lo confirma. Me hubiera gustado algún sobresalto final. No me cierra cómo el marinero adivina que eso que se mueve dentro de la botellita es el alma de Jack. Tal vez si dijera que entre los borrachos de determinado puerto se cuentan historias sobre... almas encerradas en botellas de cristal. Hay un abuso de información en el diálogo del inicio. Es cómo un recurso cinematográfico, en el que a través del diálogo se nos da demasiada información. Esto vuelve el diálogo un tanto artificial.
Le doy 3 estrellas.

 

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Mea culpa, no me lo puedo creer, sí, las prisas son fatales! Al principio claro que tendría que ser "asomaban" y sobra un "procedente/s" y falta un "los dos filibusteros observaban".

Que yo sepa los zunchos son los refuerzos metálicos que a veces tenían en los bordes y esquinas los antiguos baúles y cofres... aunque no me extrañaría Olethros que tenga algún significado  más.

Todo lo demás es a posta, para subrayar el tono arcaico y antiguo del ambiente y lugar en el que nos encontramos, y reforzar la atmósfera rarilla. Los diálogos también son muy de época, a la gente le gustaba recordar en las conversaciones; por ejemplo, en el primero Brandy, que no está muy a gusto con el asunto, no hace más que recordarle a su amigo, con cansinismo jaja que es así y porque Philbin no era un tipo muy común y Jack le cuenta que no fue el primero precisamente en ir por allí... fueron un  tuerto y un viejo... eso es para que el lector deduzca que Squirrell es cómplice de su amo y pone en práctica sus instrucciones... le contó a Jack dónde estaba el cofre no por su capacidad para sonsacarle, como  cree el pobre... sino porque era joven y apuesto... el cuerpo que Philbin quiere.

Me alegro que os haya gustado el escenario y la posesión. Gracias por vuestros análisis y puntuación :)

 

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salino
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Poblador desde: 22/05/2012
Puntos: 347

Hola, Ligeia. Me encanta el escenario de tu relato y el género elegido. Creo que tiene todos los elementos para enganchar al lector: piratas, un tesoro escondido, un misterio, un final que debiere poner los pelos de puntas.

Yo reitero los errores ya comentados como el uso inmediato del diálogo para narrarnos la historia, el lío que produce tantos personajes y la sin razón de que Brandy reconozca a su capitán en la botella. También me parecen forzadas la estructura de algunas frases importantes y la falta de interjecciones entre diálogos del tipo: “dijo Jack”, “dijo Brandy”; además de lo comentado por Olethros sobre el enfoque narrativo de ambos personajes. Yo también soy de la opinión que en un relato lineal, y a la vez tan breve, no favorece en absoluto dispersar ese foco protagonista entre dos personajes.

A parte de lo ya comentado por los compañeros, te diré que me sorprende en ti esos errores, ya que he leído algunos relatos tuyos y no recordaba tal descuido; todo lo contrario.

La trama, aun siendo clásica, me gusta mucho. Quizás la veo descompensada por el hecho de comenzar con un planteamiento tan extenso. Me refiero a todo lo ocurrido hasta que Jack decide quedarse con los objetos personales de Philbin y la falta de sorpresa, sobre todo de tensión, al presuponer el desenlace tan señalado por el mismo narrador y por desgracia tan apresurado.

Solo añadir que echo en falta un punto de clímax en el final. Es algo para mí muy negativo en la trama, no se respeta lo ofrecido en la historia, nos has vendido humo (te lo digo con todo el cariño). Has usado el patrón de una historia de piratas… y falta acción. ¿Cómo puede ser eso?

Tal vez un intercambio de palabras entre el poseído Jack y su viejo amigo, un tira y daca o una escena de acción vendrían genial para alargar ese desenlace creando la tensión de una buena historia de piratas. También solucionaría la falta de descripción del antagonista, se sabe que Philbin era un tipo muy malo, pero nos encantaría verlo en acción.

Resumiendo, la trama me gusta, le veo mucho potencial a la fórmula. Me encantó muy mucho: esa escena de los piratas reunidos en cubierta mientras se abre el cofre, el detalle del “muelas” (Olenthros, una vez más, tiene razón al señalar las cursivas en la frase del personaje), la descripción de los escenarios metida en época, la superstición de los piratas, el detalle de recompensar a los piratas con ron, los elementos usados como la botella, el cofre, los anillos, el alfiletero… En fin, que tiene todos los elementos para una buena historia, pero no se ha desarrollado de forma equilibrada, según mi opinión.

Ahora suelto una pregunta: ¿Qué tiene que ver el título con el relato?

Mi puntuación es de 2,5 estrellas, le bajo medio punto por conocer la calidad de la escritora y descuidarla de tal manera (en realidad le hubiera dado la misma puntuación a cualquiera, pero quería hacerlo notar)

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Tienes razón, Salino, la razón es que no ha reposado, de todo eso me habría acabado dando cuenta seguro de no haberme apresurado. En principio sí que me plantée un diálogo final, pero acabé descartándolo por poner un fin cortante, nunca mejor dicho XD Lo de la botella es un viejo clásico, como seguro sabéis, pero como escribía para mí (luego en la siguiente fase me intento imaginar a otro leyéndolo) ni me planteé que pudiera quedar raro para otros. El espíritu, el demonio, el alma encerrados en una botella, hecho tocado incluso por Lovecraft en El viejo terrible (1920)... como dice Molu, debería haber puesto que Brandy recordase algún tipo de cuento al respecto. El título más que nada fue al tuntún, pensando en la excusa de Jack cuando ya ha sido poseido por Philbin. Soy fatal para los títulos jaja y no insistí demasiado en ese capitán muerto, viejo, brujo, alcoholizado y sádico porque temí que virara a una encarnación de Davy Jones jajaja

Me alegro que te hayan gustado ciertos detalles y muchas gracias por el tirón de orejas, Salino, para el próximo, si surge, tendré las pilas puestas :)

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

Bestia insana dijo:
(aunque me ha llamado la atención que no salga Patapalono)

Me tienen olvidado heart

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

jajajaja naah, claro que también pensé en ti, capitán ;)

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Por otra parte, al respecto de la escasa acción, he de admitir que viendo que ya solo me quedaban trescientas palabras para alcanzar el límite de extensión, tampoco me atreví a intentar meter el post-final planeado a priori, pero del que han quedado atisbos en la obra presentada: cuando los marineros prometen brindar por Squirrell sería una ironía pues él les ha llevado a la perdición y lo mismo cuando intuyen algo malo ¿de qué se trataba? por eso la alusión a los alfileres también... obviamente, los marineros no se creen que Jack haya matado a su mejor amigo y padre adoptivo por que le haya pillado robando, como les asegura, y se empieza a gestar un motín, el farsante lo capta y prepara una poción de esas que conoce por ser un bokor, un brujo vudú, e impregnaría con ella los alfileres y se los clava... si, como suponéis, eso acabaría con su voluntad convirtiéndolos en zombis, los originales, cuerpos que se mueven por inercia con el alma dominada por Philbin, que se quedaría con un cuerpo joven, una novia estupenda jaja un barco molón (como procuré insinuar) y una tripulación zombi con la que nunca tendrá que repartir nada,ni discutir nada (ese sería el triste final de Stubs, Muelas, Saboo y demás)

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

Una de mis novelas favoritas y que he leído ya unas cuantas veces es La Isla del Tesoro. Así que ya puedes imaginarte, con qué ánimo he empezado a leer la historia.  Ahora (jejeje), vienen los palos. laugh

Para empezar el título. No me parece apropiado. Es demasiado genérico. Puede servir para este y para otros cientos de relatos.

No quiero parecerme a Olethros (jejeje), pero, aunque tampoco soy un hacha con la puntuación, tengo la sensación de que faltan algunas comas y sobran otras. Las frases me han parecido, en muchas ocasiones, más largas de lo que debían y con algunos hipérbatos forzados que complican la lectura. Creo que, como me suele pasar a mí, has sido víctima de la precipitación y te ha podido la impaciencia. Pero no te preocupes, esto tiene remedio: un par de vueltas y listo.

La historia, en sí, se me ha hecho corta. Me quedo con la sensación de que se ha quedado algo sin contar. No sé si es por culpa de que el tema de los piratas es un tema muy manido y esperaba alguna vuelta de tuerca más, algo original que le hiciera diferente a cualquier otra historia de piratas. Sí, hay posesión, pero, no sé. Le falta algo para hacerlo inolvidable.

Aún así, tienes el aprobado. Mi puntuación: dos estrellas y media.  ​

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

Gracias LCS por el análisis y puntuación, como ya he admitido, eso es lo que me paso, precipitación XD el modo arcaico y espeso debería haberlo refinado, pero era a posta, tanto, que os juro que mientras escribía la palabra "perfectamente" estaba visualizando el caso de Olethros al rojo vivo y echando humo jajajaja.

Es probable que lo que falte para redondearlo sea ese final que planeaba; a mí también me encanta La isla del Tesoro desde niña jeje y esa fue mi inspiración, junto con decidir mezclarlo con un poco de vudú (una de mis ideas obsesivas) tras echarle un ojo al avatar de Patapalo, tal cual; de observarlo ahora, seguro que habría escrito algo ambientado en una oscura, oscura Navidad jaja

Como también he admitido, soy muy mala para los títulos, este desde el principio a mí misma me sonaba más bien al título de un melodrama de los años 30 de ambiente exótico y protagonizado por Clark Gable y Jean Harlow XDXD pero si este os parece genérico, esperad a ver el del segundo relato :S porque lo que se me ocurrió en principio me pareció un megaspoiler y no es cuestión.

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LCS
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Poblador desde: 11/08/2009
Puntos: 6785

Ligeia dijo:

 

Es probable que lo que falte para redondearlo sea ese final que planeaba; a mí también me encanta La isla del Tesoro desde niña jeje y esa fue mi inspiración, junto con decidir mezclarlo con un poco de vudú (una de mis ideas obsesivas) tras echarle un ojo al avatar de Patapalo, tal cual; de observarlo ahora, seguro que habría escrito algo ambientado en una oscura, oscura Navidad jaja

 

Oye, me acabas de dar una idea: un relato que hable de Patapalo poseído por el espíritu de Santa Claus. no

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Ligeia
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Poblador desde: 03/12/2013
Puntos: 1152

jajaja 

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

no Al menos sirvo de fuente de inspiración.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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jane eyre
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Poblador desde: 02/03/2009
Puntos: 10051

Me gusta la atmósfera creada y el recurso de ir salpicando términos más marineros en su justa medida, sin que lleguen a crear incomprensión en el lector y consiguiendo que el ambiente marítimo se vaya desarrolando.

Sin embargo, el relato me ha parecido más una escena de algo más largo que un relato en sí.

Hay una redundancia en "un alfiletero de terciopelo negro colmado, cual acerico, de agujas"  ya que en este caso la imagen que arrojas es la misma

Mi puntuación: 2 estrellas

 

 

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Hedrigall
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Poblador desde: 14/01/2011
Puntos: 1132

Es una historia que prescinde de intriga, ya sea porque la situación inicial invita a ello, sea porque la autora renuncia con frases que dejan clara la posesión mucho antes de que Brandy la descubra. El relato se disfruta por la inmersión que consigue en ese navío pirata, pero queda lastrado por muchos dedazos o palabras olvidadas y demasiadas oraciones de sintaxis desordenada. La lectura se hace farragosa por esos motivos, a pesar de que la historia lo acompaña bien a uno al final esperado.

 

2.5 estrellas

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Sanbes
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Poblador desde: 16/10/2013
Puntos: 1273

Un principio que se me ha hecho algo enrevesado, teniendo que releer algunos párrafos para entenderlos bien. Sin embargo, el relato mejora mucho a medida que se avanza.
La historia me ha gustado, así como la trama. Se nos presenta desde el comienzo al temido Philbin para que sepamos de lo que es capaz, y en consecuencia nos creamos el resto de la historia.
La sucesión de escenas me parecen de lo más importantes para la historia. Desde el desentierro del tesoro con esos anillos hechizados o mágicos, la fiesta y el final donde Philbin vuelve a la vida. Incluido el clímax.
Lo que menos me gusta, además de esos párrafos que tuve que releer, es que no queda claro si Philbin desea ser descubierto o no para volver a la vida. Pues, de querer ser descubierto, como se presupone al hacer ese conjuro, ¿por qué no le cuenta a nadie, o se asegura que alguien le cuente a su peor enemigo el lugar donde será enterrado para cobrarse una venganza al poseer su cuerpo?
Es lo único que me chirría.
Por lo demás he disfrutado mucho esta historia oscura de piratas.
4 estrellas.

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Mzime
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Poblador desde: 01/02/2016
Puntos: 352

Un relato bien desarrollado en cuanto al uso de la lengua, muy fácil y natural en mi opinión, lo que no es nada sencillo. No he visto ninguna cuestión que, desde este punto de vista, me haya estorbado la lectura, salvo el hecho de no junta la raya de diálogo que da comienzo al inciso junto a este y no al final del texto del diálogo respecto del cual se incide. O los signos de exclamación, pero nada que una atenta revisión rápidamente solucione.
El argumento y su resolución están bien trabados y, sin mayores sorpresas, se nos conduce a un final esperado y lógico, sin que el narrador haya deseado impedir que dicho final sea previsto por el lector. La trama es, pues, típica, pero eso me parece un mérito cuando el trabajo está bien hecho. La atmósfera es adecuada, tanto en cuanto al mundo de piratas y filibusteros como al de las posesiones. ¡Qué bien le habría venido un toque timpowersiano al texto, creo yo!. 

A mi juicio, por lo dicho y por lo armónico que me ha parecido el conjunto resutante: tres estrellas y tres cuartos de otra. 

 

"Si quieres llegar rápido camina solo, pero si quieres llegar lejos camina acompañado", (proverbio masái)..

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Ibrahim Adarga
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Poblador desde: 23/02/2015
Puntos: 135

Un relato simpático, que proporciona evasión y crea atmósfera. La historia ganaría con algo de ingenio, no tanto porque le falte suspense o un desenlace más sorprendente sino porque al planteamiento y desarrollo les vendría bien un toque personal.

Coincido con la opinión general de que el principio resulta confuso por la cantidad de nombres y porque a veces se recurre a alusiones en vez de a los nombres, p.ej "el marinero raso", "el más joven", "el segundo". Supongo que es por no repetir, objetivo loable, pero que se podría conseguir de otras formas.

Es curioso que eso contrasta con algún exceso de explicaciones que restan fluidez, p.ej. "se trataba de un arcón de viaje, así que lo cogieron por las asas laterales"; mejor directamente: "con cierta dificultad, transportaron el cofre..."

También estoy de acuerdo en que a veces el empleo de algunos términos es inapropiado, p.ej. "bocados de corrosión" (la corrosión no deja las mismas señales que un bocado, ni en sentido figurado), "peligro sutil pero indefinido" (¿dónde está el contraste?), "lleno de curiosidad preocupada" (mejor: lleno de curiosidad o lleno de preocupación).

En todo caso, la sintaxis es correcta y el tiempo fluido (los pasajes duran lo que tienen que durar), lo que tiene mérito.

2'5 estrellas.

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Eddy Sega
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Poblador desde: 16/12/2011
Puntos: 2382

Relato bien escrito (excepto por algunas frases que me ha parecido que estaban construidas de una manera extraña) que te traslada perfectamente a ese tiempo de piratas y bucaneros con cuyas aventuras disfrutamos muchos de nosotros. Creo que en el principio se citan demasiados nombres, dificultando la identificación de los personajes principales. También hay algunas veces que el personaje al que se refiere el autor “baila” un poco, y no sabemos si el que realiza la acción es el capitán o al contramaestre. Opino que en los diálogos faltan acotaciones del narrador, algunas partes están demasiado guionizadas. Y por último la trama. Creo que se ve venir desde lejos lo que va a pasar. No tiene por qué ser negativo, pero es que al final no hay giro ni nada inesperado por el lector. Tal y como está resuelta la historia, el lector se ve conducido al lugar donde presume que va a acabar al comenzar a leer.

Aunque casi todo lo que cito son cosas que no han acabado de convencerme, en general lo encuentro un relato correcto y muy bien ambientado.

Mi puntuación es:

3 estrellas.

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L. G. Morgan
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Poblador desde: 02/08/2010
Puntos: 2674

Un enfoque distinto y refrescante. Y como además me encantan las historias de piratas… Posesión indiscutible. El relato es ágil y la trama entretenida, aunque se ve enseguida lo que va a pasar y el posible suspense se queda solo en saber en qué momento. Los diálogos, sobre todo al principio, me han resultado difíciles de seguir por tener que ir adivinando si hablaba Brandy o el Capitán Jack. Creo que alguna acotación, o una descripción física al principio, ayudarían a distinguir. Es que además lo de joven aplicado al capitán confunde aún más, porque te esperas que sea el otro. Me ha encantado lo de “cofre zunchado”, que ha sido un descubrimiento, y lo de “metal picado por los primeros bocados de la corrosión”.

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Patapalo
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Poblador desde: 25/01/2009
Puntos: 209184

Me ha molado, sí. Una buena historia sobrenatural de piratas. No trae muchas sorpresas, sobre todo dentro de la convocatoria, pero discurre bien, sólida, y va dejando los cabos bien atados. Quizás la "transformación" del capitán se podría haber hecho algo más sutil, y hay algunas cosas que se podrían revisar para dar más fluidez al texto, pero la veo una historia muy equilibrada. Más para los amantes de las historias de piratas que otra cosa, pero un relato solvente y bien ejecutado.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Lis
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Poblador desde: 07/12/2015
Puntos: 209

Si tuviera que elegir trece relatos entre los presentados al certamen para publicar una antología sobre posesiones, éste entraría en mi lista de quince preseleccionados tras la lectura de todos ellos.

Encaja en el tema de la convocatoria, ofrece un argumento sin sobresaltos pero sí una ambientación distinta y exótica por comparación con la mayoría de los relatos, está escrito de forma competente aunque tenga que corregir detalles y tiene un buen tirón comercial. ¿A quién no le gusta una de piratas?

★★★☆☆

Sin embargo, competiría con otros catorce relatos por conseguir una de las cinco plazas vacantes en la antología, porque desde mi punto de vista hay ocho fijos entre los presentados al certamen. Me sentaría con el editor para analizar si este relato funciona mejor que otros en la selección final, buscando evitar en lo posible la repetición de temáticas, puntos de vista, esquemas, estilos o ideas en el conjunto de la antología.

¿En qué puedo ayudarte?

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Dr. Ziyo
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Poblador desde: 30/01/2016
Puntos: 2776

Muy bien ambientada esta historia de piratas. Si acaso algo confusa al principio por nombrarse a demasiados personajes.

Tengo que decir que al leer la primera frase me da la impresión (mía y nada más) de que lo que voy a leer es algo divertido e incluso cómico. Y la culpa la tiene sobre todo la palabra cocotal, que se me antoja poco seria. Cosas mías.no

El título no me convence nada, me suena a novela rosa, jajaja. El final me parece algo abrupto, tal vez porque se acercaba el límite de palabras. La posesión es clara, ¡voto a bríos! enlightened

Tres estrellas y cuarto.

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