El sexo y los cómics
Comentario sobre la aparición de este elemento narrativo dentro del mundo de las historietas
Tenía un amigo que decía que todo buen cómic tenía que tener aventura, intriga y sexo. Desde luego, no son tres elementos englobados por muchos cómics y, además, tampoco son exhaustivos. Habrá gente a la que le sobrará el tema de la aventura. A otros el del misterio. Y, a fin de cuentas, en muchas obras tenemos que pasarnos sin el tercero.
¿Es indispensable que una historieta contenga escenas de sexo? Digo escenas porque eliminar la sexualidad implícita de los personajes es imposible a no ser que hagamos cómics poco realistas o sobre seres asexuados. Y, volviendo a la pregunta, que es algo de Perogrullo, la respuesta es no, no es indispensable. La prueba la tenemos en los miles de títulos publicados anualmente, entre los cuáles pocos incluirán escenas, aunque sea poco explícitas, de sexo.
Esto nos lleva a otra pregunta. ¿Es impropio que aparezca sexo en los cómics? Bueno, habrá quien dirá que, como son una lectura eminentemente infantil, es mejor que no aparezca nada del tipo. A estos ignorantes se les podría aclarar que no hablamos de sexo en Don Mickey, sino en cómics dirigidos a otro público: de juvenil para adelante.
Seguramente, habrá una segunda línea defensiva que pretenderá que el sexo no es un contenido adecuado para los cómics juveniles (y seguramente tendrá una concepción muy amplia de este nicho de mercado). Esta posición es bastante paradójica e irrealista. Los cómics, como muchos otros productos de ocio juvenil, han sufrido un enorme cambio, acorde con los tiempos y la mentalidad de los jóvenes. También, todo hay que decirlo, con la información que tienen al alcance de la mano.
Me acuerdo de la primera vez que vi a un superhéroe con problemas de alcoholismo. ¡Demonios, qué osado! Dar al prototipo de ser humano perfecto por antonomasia una debilidad, o lo que es lo mismo una dimensión humana tan grande, es sentar un precedente pernicioso. Y lo publicaba nada menos Marvel, que no destacan, precisamente, por ser muy revolucionarios en sus líneas editoriales. No tardé en encontrar otro superhéroe siguiendo los pasos torcidos de Iron Man; esta vez se trataba del inglés Capitán Britania. “Llega el superhéroe moderno” me dije con cierto optimismo y cierta ingenuidad.
Puede parecer un inciso extraño éste de centrarse en los superhéroes, pero creo que es bastante revelador porque son personajes muy estereotípicos, muy radicales. Así, que el Capitán Britania se dé a la bebida debería traer, normalmente, aspectos más humanos al reparto. Y el sexo es, qué duda cabe, uno de ellos. Curiosamente, aunque el contenido sexual indirecto –y de mal gusto, a mi parecer- ha aumentado estos últimos años, gracias a que los uniformes cada vez parecen más ajustados y los wonderbra más extendidos entre las féminas, el de verdad, el de a pecho descubierto –valga el juego de palabras- brilla por su ausencia.
¿Moral yanqui? Algo de esto, sin duda, hay. Creo que todos estaremos de acuerdo en que el tema del sexo se aborda con más naturalidad en los cómics europeos. Lo que pasa es que las historietas de aventuras no proliferan a este lado del charco. Parece que aquí haya que dar un toque de metafísica, o de realismo-no-sé-qué, para que la cosa sea aceptable.
Al final, como parece que estamos condenados ad eternum a soportar, el mercado se compartimenta y te separa las cosas evitando que se junten y se “contaminen”. ¿Quieres cómics de aventuras al uso? Vale, pero no saldrán desnudos. Punto pelota. ¿Quieres sexo pero mundano, sin exceso de pasión? Una de cómic cultureta. ¿No te parece suficiente, no te gusta que tenga una reflexión existencial orbitando sobre la viñeta? Bueno, pues cómprate uno hentai o uno porno. Y, en tierra de nadie, Milo Manara.
Bueno, finalmente parece que en realidad tenemos todo el espectro. ¿Dónde está el problema entonces?
Ya hemos dicho que, por un lado, en la compartimentación. Esta división, que en principio responde a intereses comerciales –aparentemente se vende más si consigues meter a la gente en packs, aunque sea con calzador-, trae consigo algunas connotaciones algo incómodas: la primera, por ejemplo, es que el cómic de aventuras es sólo para jóvenes. La segunda, que los jóvenes no deberían leer cómics con escenas de sexo. La tercera, la que me toca, es que los adultos no deberían leer cómics de aventuras, porque son descafeinados, sino cómics culturetas.
Lo que pasa es que existimos los adultos a los que nos gustan las historias de aventuras sin más, sin metafísica. Y creo que todavía no se ha resuelto bien la papeleta a este respecto. Así, por ejemplo, en “La espada salvaje de Conan” –la serie “adulta” en comparación, por ejemplo, a Conan el Bárbaro-, se permitían escenas de sexo, que no eran ni eróticas, que carecían de todo interés narrativo. Parecía que estaban ahí para cumplir con la clasificación de “adultos”, no para aportar nada. Emanaban una falta de naturalidad absoluta. Y creo que ahí está el quid de la cuestión: en la naturalidad.
Un cómic es un sistema narrativo de uno u otro signo. La historia que contiene, su concepto, exigen determinadas cosas. Exigen, principalmente, existencias y ausencias. Así, sin más.
De este modo, un cómic como Astérix, destila un tipo de humor muy particular y tiene una concepción muy clara, cosas que hacen que el sexo esté de más en sus páginas. Su tono naif hacen que sobre, que la narración encuentre caminos alternativos: amores más platónicos, más infantiles, más tiernos. A los cómics de Superlópez, por ejemplo, también les sobraba, y uno de los elementos que les hizo entrar en una espiral descendente es, a mi parecer, esa manía de Jan de los últimos años de incluir desnudos.
Puede parecer una tontería, pero cuando no se respeta esta naturalidad, esta exigencia del guión en las historias de aventuras –o en los cómics en general-, hay algo que chirría, inevitablemente, al lector. ¿Por qué Conan, bárbaro borracho y pendenciero, pasaba semejantes periodos de abstinencia? ¿Acaso pretendían los guionistas no escandalizar con unas fulanas lascivas a los mismos lectores que habían visto destripar a su héroe a media ciudad? Carnicero, sí, pero discreto en su sexualidad –si es que la tiene- parecían decir los guiones.
Y lo malo no es que exista un personaje así, que podría haberlo y sería hasta entretenido, sino que el lector tiene la sospecha, casi certidumbre, de que la moral que refleja el cómic no es la del personaje, ni la del lector, sino la del país que está detrás de la publicación. Y, además, tiene la impresión de que más que una moralidad es una incongruencia. ¿Lo malo del sexo será el color carne? Se preguntará el lector viendo determinados uniformes de la Patrulla X.
Al final estas cosas, estas medidas de las mentes bienpensantes, acaban generando peores pensamientos que los que, supongo, quieren evitar a las mentes tiernas. Sino, pensemos en las cabalas y consideraciones que se han hecho sobre Hergé sólo porque en sus cómics convivían un jovencito y un barbudo. Y eso que en Tintín las historias sí que respondían a esa naturalidad, a esa necesidad de presencias y ausencias en el guión, aunque fuera en un mundo carente de mujeres hermosas.
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Creo que tienes mucha razón en que el problema está en la naturalidad. Para escenas de sexo bonitas y naturales, Blankets, mi cómic favorito.