¡Premio!
El octavo se quemó las yemas de los dedos al recogerlo. El noveno recibió, además, un calambrazo. Tras ellos, una larga procesión de afortunados en el amor.
Desde su puesto estratégico, en la mesa de póker, examina el aspecto del próximo.
Con algo de suerte tal vez caerá electrocutado.
Desprecio
Durante 50 años jugó puntualmente a la lotería, sólo para, cuando al fin le tocó el premio, darse el gustazo de romper el décimo.