Debiendo un dia pronunciar un discurso en presencia de un auditorio numeroso y escogido el profesor Nasreddin ántes de entrar en materia preguntó a sus oyentes si sabian de qué les iba a hablar. Ellos le respondieron sencillamente que no.
—Pues bien, yo tampoco —dijo Nasreddin Hodja escapándose a toda prisa.
Despues de cierto tiempo, hallándose de nuevo delante de la misma reunión, comenzó Nasreddin con el mismo exordio.
—¿Saben de qué voy a hablarles?
—Sí lo sabemos —contestó el auditorio esperando obligarlo a tomar la palabra por la diferencia de la respuesta.
Pero el profesor, sin andarse por las ramas, les dijo:
—Puesto que lo saben, no tengo necesidad de repetírselo —y acto seguido se fue.
La misma escena se repitió el día siguiente por tercera y última vez, y hecha por Nasreddin la consabida pregunta uno de los concurrentes, que había tenido tiempo de reflexionar, respondió:
—Algunos lo saben y otros lo ignoran.
Por un momento, nada tuvo Nasreddin que replicar y se creyó perdido. Pero al cabo de corto rato encontró con qué salir de su apuro el intrépido orador:
—En tal caso, los que lo saben pueden tomarse la molestia de referirlo a los que lo ignoran y de esa suerte todos quedarán satisfechos.
Y se retiró majestuosamente, y mas orgulloso y no menos admirado que Cicerón despues de una de sus arengas