Batalla perdida
La piel se me enrojece por el abrasador calor. Mis ojos ya no funcionan, pero siento como mis camaradas sucumben al infierno. Sus gritos de desesperación resuenan entre el burbujeo. Ya ni siquiera siento dolor, sólo espero el final.
Mal día para ser un maldito crustáceo.
PUERTAS
Primero hubo una confesión. Siempre la hay en estos casos. Después, sus ojos, encarnados por la ira acumulada, me dijeron “no puedes pasar” y cerró la puerta. Me senté en el suelo, esperando con paciencia a que su mirada volviera a ser verde y cálida. Aún sigo esperando