Invierno, parque nacional Pripyatsky, Bielorrusia. Yo no era más que un simple veterinario que trabajaba monitoreando las jaurías de lobos salvajes que habitan estos bosques, nada fuera de lo común para los que nos dedicamos a estudiar la fauna silvestre, de no ser porque aquí nos encontramos a pocos kilómetros de la frontera con Ucrania, y de la zona de exclusión donde ocurrió el accidente nuclear de Chernóbil. En eso radicaba la importancia de mi trabajo: los lobos al ser depredadores superiores necesitan desplazarse por extensas áreas para encontrar suficientes presas qué cazar, y por lo que es casi inevitable que crucen por áreas contaminadas por la radiactividad. Es así que mi trabajo consiste en monitorear los desplazamientos de estos lobos y evaluar su estado de salud, para evitar con esto que propaguen la contaminación radiactiva hacia otras áreas.
Cuando capturábamos ejemplares para su evaluación veterinaria, era frecuente que alguno de estos estuviera contaminado, por lo que tanto yo como los guardaparques que me ayudaban, teníamos que trabajar teniendo siempre a la mano nuestro contador gieger y los trajes anti radiación. Durante los meses de invierno este trabajo se intensificaba pese a la nieve y al frío, puesto a que en esta época las jaurías deben moverse mucho más para conseguir caza.
Los lobos son criaturas fascinantes. Recuerdo que cuando niño vi un documental en la televisión donde se explicaba el complejo sistema social de estos animales, este muy similar al de los hombres de la edad de piedra, y lo que nos permite aprender más de nuestros antepasados primitivos tan sólo observándolos. Ello me llevó a cuestionarme sobre el “¿quién aprendió de quién?”: si los lobos aprendieron a vivir en grupos sociales conviviendo con los humanos, o si más bien fueron los lobos los que nos enseñaron eso a nosotros. Yo me atrevería a decir que lo segundo, dado que en realidad la naturaleza humana parece más bien la de una especie egoísta que la de una especie social, puesto que los hombres prefieren buscar su propio beneficio individual sin importarles el perjuicio que le causan a otros. Muy por el contrario los lobos muestran un comportamiento social mucho más avanzado, puesto que para ellos lo que prima es el bienestar de su jauría por sobre el de cualquier simple individuo. Creo que fue por ese tipo de cuestiones que terminé teniendo un trabajo como este.
Desde que empecé a trabajar aquí he escuchado frecuentemente, de boca de los guardaparques y habitantes de los pueblos cercanos, anécdotas sobre avistamientos de unas extrañas bestias similares a enormes lobos pero con la capacidad de caminar erguidas como humanos. Por supuesto, yo como toda persona con una adecuada formación académica, consideraba a estos relatos como mero producto de la superstición local, es más, varios de estos presuntos avistamientos eran en realidad la misma historia, maquillada y exagerada para llamar más la atención. Para mí era más creíble pensar que si uno de estos lobos radiactivos mordía a alguien, dicha persona adquiriría “súper poderes lupinos”, tal y como era frecuente que pasara en los comics. Sin embargo, ese invierno ocurrió algo que me obligó a cambiar mi punto de vista al respecto.
Casi no teníamos datos de los sectores del parque cercanos a la zona de exclusión, y es que en realidad teníamos prohibido acercarnos allí, no sólo por la radiactividad presente en dicha zona, sino porque también nuestro gobierno no quería tener problemas con los ucranianos. Sin embargo, consideraba primordial para el trabajo que hacía conocer también el comportamiento de los lobos que habitaban dentro de la zona de exclusión, y por lo que ese día decidí aventurarme a ingresar allá yo sólo y sin reportárselo a nadie.
Tenía entendido que existía un remoto puesto de vigilancia abandonado por el ejército soviético muy cerca de la frontera con Ucrania, y el cual podía servirme como refugio. Mi plan era hacer sólo un pequeño reconocimiento por la zona, buscando huellas, fecas, y otros indicios que me permitieran tener siquiera una idea del estado de la fauna en dicho sector. Cargué conmigo sólo lo básico para pasar unos días allí yo sólo, ya que además, desde el punto dónde podía llegar con mi camioneta hasta dónde mi mapa señalaba la ubicación de aquel refugio, tendría que caminar aproximadamente un día entero.
Mientras caminaba por aquellos bosques, y pese a la radiactividad que mi contador gieger registraba, no podía dejar de sorprenderme al ver como la naturaleza había logrado prosperar aquí. Pese a que uno esperaría que tras la catástrofe nuclear de Chernóbil toda esta zona debería de haberse convertido en un yermo desolado y sin vida, a sólo unas cuantas décadas de dicha catástrofe, y pese al frío y a la nieve, todo lucía más bien como un paraíso lleno de vida silvestre. Era como si, sin la presencia del hombre para destruirla, la naturaleza hubiera encontrado la forma de adaptarse a la radiactividad para abrirse camino por sí sola, y así poder continuar con su ciclo.
La noche me alcanzó antes de poder llegar al refugio, pero eso no me preocupó ya que sabía que estaba muy cerca de mi destino, además de que no era la primera vez que en mi trabajo terminaba caminando sólo de noche en medio del bosque. Sin embargo, todo cambió cuando la luz de mi linterna se topó con una mancha roja tiñendo la nieve: era sangre. Desconcertado alumbré a los alrededores, sólo para toparme con más y más nieve roja. Tras continuar indagando encontré una gorra del ejército ruso tirada en medio de una de las manchas de sangre, así como casquillos de balas y otros restos de uniformes, incluso lo que parecían ser los restos destrozados de algún tipo de rifle de asalto del ejército ruso.
Pese a que los días de la Unión Soviética ya habían quedado atrás, el gobierno de mi país muchas veces actuaba como si todavía tuviera que rendirle cuentas a Moscú, por lo que incluso le permitía al ejército ruso tener bases militares dentro de nuestro territorio y moverse libremente por este (por eso no me sorprende que nuestros vecinos ucranianos no confíen mucho en nosotros). ¿Pero cómo y por qué?: ¿es que acaso soldados rusos habían intentado invadir Ucrania desde nuestra frontera, y ello había terminado en una escaramuza entre ambos ejércitos? Mi mente intentaba darle el mayor sentido lógico a esto que tenía en frente.
Lo único que estaba claro era que yo no debía estar allí, pero dada la distancia que debía recorrer para regresar, sólo y de noche en el bosque, esa opción era casi tan descabellada como quedarme. Dicha incertidumbre hizo que no prestara la debida atención a las pistas que tenía en frente, hasta que por mera casualidad note algo extraño: los restos de rifle tenían marcas de colmillos, muy similares a las que dejaban los lobos al morder algo. Sin embargo esto era imposible: ningún tipo de lobo tendría fauces tan grandes ni tan fuertes como para destrozar un rifle de uso militar de esa manera, ni siquiera un enorme oso grizzli podría hacer algo así.
Mientras intentaba calmarme buscando algún sentido lógico, noté la presencia de una enorme silueta vigilándome. Intenté alumbrarla con mi linterna, pero esta desapareció rápidamente entre la vegetación circundante. Alumbré al suelo en esa misma dirección, y vi allí impresas sobre la nieve, unas enormes huellas con garras que no parecían ser de ningún tipo de animal salvaje que yo conociera.
Antes de que pudiera reaccionar de cualquier forma, sentí a alguien jalarme bruscamente por detrás, para golpearme y despojarme de mi mochila, y hasta que finalmente me arrojó boca abajo contra el suelo.
—¿Quién eres y qué haces aquí? ¡Identifíquese! —me dijo alguien apuntando un arma hacia mi nuca.
Eran cuatro soldados rusos con visores nocturnos sobre sus rostros, por lo que apagaron la luz de mi linterna en cuanto me tuvieron a alcance.
—Yo… yo me llamo Ivan Vavílov —respondí—. Trabajo como monitor de fauna en este parque.
—Se supone que no debería haber nadie en esta área —comentó otro soldado—, pues no deberíamos tener ningún testigo…
—¿En serio quiere desperdiciar sus balas con esas cosas tras de nosotros, sargento? —añadió otro, y el que parecía ser el comandante a cargo.
Dejaron de apuntarme con sus armas entonces, pero antes de pasar a otra acción, uno de estos soldados fue tomado sorpresivamente por algo desde atrás, mientras se escuchaba algo como el gruñido de una bestia junto con los gritos de horror de aquel hombre.
—¡Maldición! ¡Ya están aquí! —respondieron de inmediato los soldados disparando a discreción hacia los alrededores— ¡Pronto: de regreso al refugio!
Aun no entendía lo que pasaba, pero definitivamente tenía que largarme de allí. Aunque todo estaba muy oscuro pude seguir a aquellos soldados unos cuantos metros, justo donde se encontraba el refugio que buscaba. Aquí había otro grupo fuertemente armado, los que al escucharnos llegar, encendieron unos enormes reflectores y empezaron a disparar con dos enormes ametralladoras para cubrirnos. Sin embargo, lo que sea que nos estaba persiguiendo había conseguido huir perdiéndose entre la vegetación.
—¿Comandante —le preguntaron los otros soldados al verme—, y quien es este?
—Sólo un turista que vino a conocer la puerta del infierno junto con nosotros —les respondió.
En eso me di cuenta por sus uniformes que aquellos no eran soldados ordinarios, sino que eran Spetsnaz: lo mejor de lo mejor de la élite del ejército ruso.
—¿Pero qué rayos está pasando aquí? —pregunté alterado, cuando en eso se escuchó muy cerca algo que parecía ser el aullido de un lobo, sólo para ser inmediatamente contestado por otros aullidos muy similares desde la distancia.
—Creo que será mejor que hablemos adentro —me dijo el comandante.
Ingresamos por unas enormes puertas de concreto hacia lo que parecía ser una especie de refugio anti bombas bajo tierra, pero una vez allí dentro este resultó ser un amplio complejo lleno de pasadizos y habitaciones, aunque se notaba claramente que nadie había estado allí en años.
—Esto fue un laboratorio de investigación que la Unión Soviética construyó en secreto tras lo de Chernóbil —me contó el comandante—, pero tuvieron que abandonarlo tras la caída del antiguo régimen. Por cierto, yo soy el comandante ºKutúzov, y estoy a cargo de esta operación, aunque ahora nuestra única prioridad es salir de aquí con vida, por lo que en cuanto vimos la luz de tu linterna creímos que podría tratarse de alguno de nuestros compañeros que había logrado sobrevivir al ataque de esas cosas.
—No entiendo, comandante —le dije confundido—: ¿qué son esas cosas y qué es lo que está pasando aquí?
—Lamentablemente no puedo decírselo, señor Vavílov, no porque algo me lo impida, sino porque a nosotros tampoco se nos dio muchos detalles al respecto —y en lo que ingresábamos a una especie de oficina abandonada, y con restos de documentos tirados por todos lados—. Se nos envió aquí para capturar y eliminar a unos especímenes que escaparon de este laboratorio, y de los que en años recientes se tuvo evidencia de que todavía deambulaban por estos bosques. Sin embargo nunca esperamos encontrarnos con algo como esto… Logramos ubicarlos con éxito, pero cuando intentamos reducirlos fuimos salvajemente atacados por ellos. Su piel es muy resistente y nuestras balas difícilmente la penetran, además no dejan de atacar aun estando heridos. Creo que logramos matar a una o dos de esas cosas, pero perdí a más de la mitad de mis hombres para eso, y esa nieve roja de allá afuera es lo único que quedó de ellos. Si quiere más detalles, puede intentar buscarlos entre esos papeles que yacen en el piso de esta oficina —saliendo de la habitación y dejándome a solas allí.
En seguida empecé a escudriñar entre dichos documentos. La mayoría de estos estaban ilegibles, pero algunos habían logrado conservar partes valiosas de su información, por lo que me pasé casi el resto de la noche leyéndolos.
Tras el accidente de Chernóbil, el ejército soviético se dio cuenta de que la flora y la fauna local parecían recuperarse pese a la contaminación radiactiva, por lo que decidieron investigarla. Así descubrieron que ciertos organismos, como los lobos por ejemplo, habían logrado desarrollar un tipo de inmunidad natural a la radiación. En esos años la Unión Soviética temía que pudiera desatarse una guerra nuclear con los Estados Unidos, y por lo que creían necesario crear súper soldados resistentes a los efectos de la radiación y a cualquier otra condición ambiental extrema. Fue así que no se les ocurrió mayor locura que hacer experimentos humanos manipulando su ADN para mezclarlo con el de aquellos lobos de Chernóbil. Por la cantidad de reclusos opositores al régimen que tenían en esos años, “materia prima” humana para sus experimentos no les faltó.
Después de muchos intentos y fracasos por fin consiguieron crear a sus “súper soldados”: completamente adaptables a cualquier condición ambiental extrema, con fuerza y resistencia física sobrehumana, e inmunes a la radiación y sus efectos. No obstante se presentaron algunos efectos secundarios no deseados: los sujetos de prueba sufrían de una serie de deformidades, y las que los hacían semejar más a bestias lupinas que a seres humanos, además de incrementar su agresividad hasta el punto de hacerlos incontrolables.
Sin embargo no fue sino hasta el final que se toparon con la mayor sorpresa: los sujetos de prueba mostraban una inteligencia de nivel humana, y gracias a la cual fueron capaces de escapar de aquí. “¿Será entonces que esas bestias también saben cómo entrar?”, pensé entonces; sin embargo en eso escuché un gran alboroto seguido de disparos allá afuera en los pasadizos.
—¡Están adentro! —gritó aterrado un soldado— ¡Esas cosas están adentro! —al mismo tiempo que oía también gruñidos y otros gritos de horror entre los disparos.
—Este refugio se ha convertido en una trampa mortal —escuché la voz del comandante Kutúzov— ¡Pronto! ¡Por los ductos de ventilación!
Seguí al comandante Kutúzov y a lo que quedaba de sus hombres por un pasadizo hasta llegar a una escalera que subía a la superficie, y que por medio de una exclusa permitía salir hasta el bosque. Pese a que había mucha bruma en el bosque se podía ver que estaba a punto de amanecer. Sellamos la exclusa para ganar algo de tiempo y huir; sin embargo, antes de que pudiéramos tomarnos un respiro, escuchamos una serie de aullidos muy cerca de nosotros.
Como si así lo tuvieran planeado, un grupo de esas bestias salió de entre la bruma y atacó por sorpresa. Uno a uno los soldados que quedaban fueron cayendo, y siendo sus cuerpos salvajemente destrozados entre garras y colmillos delante de mis ojos. El comandante Kutúzov hizo lo que pudo por continuar luchando, pero un solo zarpazo de una de estas garras bastó para arrancarle la cabeza, y hacerla volar hasta las ramas más altas de los árboles. Al final quedé yo sólo, en medio de una pila de nieve roja y rodeado por esas bestias.
Sabía que no tenía escapatoria, así que me desplomé de rodillas al suelo. Mientras que las primeras luces del amanecer empezaban a penetrar la bruma, yo cerraba mis ojos para no ver lo que seguiría. Sentí entonces como una de esas bestias se me acercó para olfatearme con detenimiento. Fui entonces golpeado fuertemente en el pecho, lo cual me hizo volar por los aires varios metros hasta que caí aparatosamente contra la nieve. Levanté la mirada al frente en cuanto me fue posible para ver a aquella bestia, la cual me miró fijamente entre la bruma, sólo para luego gruñirme con fuerza y de forma intimidante.
Tras de eso la bestia me dio la espalda para lanzar ahora un fuerte aullido hacia el bosque. Entonces, de entre la bruma y detrás de la vegetación, pude ver las siluetas de toda una jauría de esas bestias, por lo menos unas dos decenas de estas, pero todos ellos ignorándome y pasando de largo a mi alrededor.
No entendía nada de lo ocurrido, pero sólo hasta que me topé con algo que de pronto me dejó perplejo: entre las siluetas de aquellas bestias que pasaban a mi lado, vi a otras mucho más pequeñas, como del tamaño de niños, pero estos con rasgos lupinos. Entonces por fin lo entendí: aquellas bestias sólo se estaban defendiendo del comandante Kutúzov y sus hombres, quienes habían venido aquí para capturarlos y eliminarlos. La razón por la que me habían dejado vivir era porque yo no era un soldado ni olía como uno, y por lo cual ellos no me consideraban una amenaza, sin embargo me habían dejado un mensaje muy claro: “Este es nuestro hogar, así que vete y diles a los otros humanos que no vuelvan jamás”.
Luego del accidente nuclear de Chernóbil, los humanos fuimos expulsados de estas tierras por la radiactividad, pero pese a ello aquí la vida encontró la forma de continuar con su ciclo, y ahora gracias a nuestras acciones esos lupinos también son parte de este mismo ciclo. Seguramente algún día una guerra destruirá a los humanos y a su civilización, pero aquellos lupinos podrían fácilmente sobrevivir a esta. Así como los lobos de aquel documental que vi cuando era niño, los que ponían por encima el bienestar de su jauría que el de cualquier simple individuo egoísta, estoy seguro que una especie lupina inteligente podría hacer un mejor trabajo que la nuestra sojuzgando la Tierra, pues mientras que nuestro comportamiento es egoísta y autodestructivo, el suyo les haría recordar siempre que este planeta es su hogar y el de las otras tantas especies que los acompañan.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.