Cementerio de San Michele
Un relato de terror de Patapalo
Medianoche. Los espíritus salen a pasear sobre las aguas de la laguna y los ojos de Tomás se abren. Ven. La sangre, la herida abierta. Y creen.
El monje cae de hinojos, sollozando, frente a la estatua. Su mirada apenas osa levantarse, pues teme ver con claridad lo que ha adivinado a la incierta luz de la vela. El angelical ser esculpido oculta tras sus alas una cola demoniaca, una serpiente ponzoñosa agazapada tras la hornacina. Es un San Miguel que no ha expulsado al demonio, sino que lo ha absorbido dentro de sí.
Dejando que la ira se imponga al miedo, Tomás se alza tembloroso y mira a su alrededor. Anhela saber quién ha podido cometer tamaño sacrilegio. Estatuas impías que se burlan de todos los fieles que vienen a rezar al vetusto cementerio veneciano. Entonces lo ve al final de la capilla, sujetando una palmatoria y sonriendo bajo la capucha. El hermano custodio no parece enojado al constatar que el dominico ha permanecido oculto entre las tumbas hasta después del cierre del cementerio. Seguramente no le importa que se haya quedado en la isla.
Porque San Michele es una isla, solitaria tras el crepúsculo.
Tomás siente un escalofrío al ver cómo se acerca en silencio el guardián, seguro de sí mismo, cancerbero en su puerta al infierno. Es el momento en el que la última pregunta acude a sus labios y, como en un macabro juego, se ve inmediatamente satisfecha. La voz cavernosa reverbera en la oscuridad.
—Porque si nuestro corazón es débil para adorar a la pureza con sinceridad, es mejor que nuestros ojos se vuelvan con reverencia al que sí que puede ser nuestro señor en plenitud.
Tomás se tambalea, espeluznado, y retrocede hasta quedar apoyado contra la estatua blasfema. Sus alas de falso arcángel parecen abrazarle en la oscuridad del templo, riéndose de sus ojos desorbitados. San Michele es una isla. El monje llora su debilidad y su miedo, y lamenta profundamente su decisión, su deseo de permanecer en la soledad del cementerio para encontrar una señal que justifique su fe. Cobarde, reniega de esta y maldice al Hacedor. San Michele es una isla y, aunque ya no le abraza la ceguera, se siente solo.
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