Muy bueno, Bote, me ha gustado mucho. El ritmo narrativo y el lenguaje me han entusiasmado, no es fácil dar credibilidad a un texto impostando tanto la manera de escribir.
Exagerando un poco (y sin ánimo de pelotear) me ha recordado al extraordinario giro que dio a su estilo Miguel Delibes con "Los santos inocentes".
Soy novato por aquí, y ya voy cogiendo ideas para futuros textos...
Por cierto, ¿de verdad se pueden eliminar los fastidiosos Kaptcha? Si fuera así, lo agradecería.
Pues muchas gracias, Gonzalo. Ahora, que no exageras un poco, te pasas cincuenta mil pueblos. Pero vale, entiendo lo que quieres decir.
Para quitar los captchas se lo tienes que pedir a Patapalo en "dudas y sugerencias".
Sobre los riesgos de una prolongada exposición al sol
La había visto desde la terraza cuando bajaba el toldo, desvestirse y tumbarse en la pendiente de césped, y volví a verla horas después cuando salí a almorzar. Entonces dije: —Te lo advierto, si sigues tomando el sol de esa manera, al cabo de poco tiempo te habrás fundido como un bloque de grasa. Todo lo que quedará de ti será una mancha pringosa en una toalla—. Puede sonar brutal, pero ante todo quise ser tajante. Acto seguido me quité las gafas de sol para que no cupiera ninguna duda acerca de la dirección de mi mirada, y de paso poder mostrar, como me gusta hacerlo, mis ojos color verde botella. Pero como la mujer tendida frente a mí no correspondió a mi gesto incorporándose (ni tan siquiera abrió los ojos), me las volví a poner y me estuve mirándole los pechos largamente, como con reproche. —Igual te figuras —proseguí— que no corres peligro por estar siendo este verano, por lo menos en Madrid, un verano extraordinariamente suave. Pues te equivocas, es todo lo contrario. Nos engañan, los termómetros están trucados; la sugestión hace el resto. Te puedo asegurar que hoy rozamos los 50 grados—. Como a pesar de todo siguió sin hacerme caso, continué: —Mírame a mí. ¿Te crees que salgo a la calle sin protección? Ni hablar. Ni un centímetro de piel expuesto al sol. Eso —dije señalando hacia arriba—, es veneno, una lenta bomba de hidrógeno.
Después de una hora más o menos (lo que tardaron en darme de comer) volví a pasar por delante de ella, y me costó reconocerla, la verdad. Me pareció más pequeña, como si la radiación la hubiera reducido, y bastante hinchada. Primero pensé que había cambiado de postura, flexionando las piernas, pero no, no es que las hubiese doblado debajo de ella, es que las extremidades habían desaparecido, fundidas hasta la rótula. Cuando entreví un rostro como una gran herida, sin querer ver más, retrocedí ahogando el vómito, y pensé: Otra más, y ya van unas cuantas. Y nadie quiere darse cuenta.