Desgraciadamente, y me da pena aceptarlo, nunca jugué el MM, era un niño en aquel entonces y era complicado conseguir tanto el juego como el expansion pack en el tercer mundo, además mi hermana menor acababa de comprarse la PSX y descubrí los FF's y mandé a la mierda la N64.
Sobre el TP, decir que lo jugué después del excelso Okami y me pareció una reveranda mierda lo que hacía Link como lobo podiendo hacer mil cosas con Amaterasu. La otra cosa es que el mismo Okami me pareció infinitamente superior al TP.
Zelda no es un RPG, es un juego de aventura.
Y luego, creo que no has entendido el concepto de Majora's Mask. No es reiniciar para llegar cada vez un poco más lejos, es un juego como cualquier otro, sólo que usan una ciudad "nexo" con 3 días de situaciones diferentes que se repiten siempro, pero que cambian dependiendo lo que Link haga, con todas las variables que ello acarree (lo cuál es la forma de completar todo, exprimir todas las variables.
Que oye, entiendo que a mucha gente este sistema de juego le puede resultar raro y no gustar, pero es que lo que estás diciendo no tiene nada que ver con la realidad, porque en Majora's Mask, aunque los 3 días sean siempre iguales, lo que tú tienes que hacer para completar el juego es totalmente diferente en cada partida (Ya me dirás en qué tienen que ver los 3 días en los que completas el templo Deeku con los 3 días en los que completas el templo de agua).
Otro punto a favor de Majora's Mask es que llegar a los templos ya era otro templo en sí. Ocarina, Twilight Princess y en general todos los Zelda a los que he jugado, se basan en el mismo esquema. Link llega a pueblo, Link viaja a templo, Link completa templo, repitiendo eso X veces. En Majora's Mask, sin embargo, la cosa cambia rotundamente, ya que el hecho de llegar al templo es un verdadero sacrificio en el que hay que hacer muchas cosas más que los típicos puzzles de Zelda, por lo que no TODA la parte jugable consiste en ir pasando los templos que ofrece el juego.
Este mundo no está creado por fuerzas metafísicas. No es Dios quien secuestra a los niños. No es la fatalidad la que asesina ni el destino el que los echa a los perros. Somos nosotros. Sólo nosotros.