¡Hola a todos! Creo, si no me falla la memoria, que hace casi un año que no colgaba nada nuevo. Creo que va siendo hora de volver. Sed crueles, que esto desentrenado.
La LLuvia
Las luces de colores daban vueltas a su alrededor, las sirenas desgarraban el silencio de la noche y las silenciosas miradas de la gente se amontonaban a su alrededor, pero el solo sentía la lluvia. Un espeso manto que lo cubría todo, que lo ocultaba todo. El agua comenzaba a formar pequeños charcos y riachuelos que reflejaban la luz de una luna que parecía temblar, asustada, como si quisiera huir y desaparecer tras una nube. Su brillo amarillento, casi enfermizo, arrancaba destellos carmesí de la enorme mancha negruzca que cubría el asfalto bajo la espesa melena rubia de Lucía. El forense estaba dando su visto bueno para el levantamiento del cadáver y un agente de policía se dirigía a él con una serie de preguntas a las que contestaba sistemáticamente con monosílabos y movimientos de cabeza. Ni siquiera le oía; el solo escuchaba la lluvia, solo sentía la lluvia, solo veía la lluvia. Ella había saltado, sin más. No había dicho nada, solo le había mirado con aquellos ojos tristes y enormes que siempre parecían pasar a través de ti y fijarse en un punto mucho más lejano, en una realidad diferente, siempre melancólicos. Pero aquella vez le miraban a él, solamente a él y un instante antes de dejarse caer parecieron, por primera vez, brillar alegres. Y después la lluvia. Horas más tarde se preguntaría porqué, cómo no se había dado cuenta, qué podría haber hecho y un sinfín de cosas más, pero en ese momento la lluvia lo era todo. Era su sonrisa, su fragancia, su calor. Era el mundo, la vida y la muerte.
Recordaba cómo se habían conocido: aquel lago oculto en mitad de las montañas, aquella tarde de otoño en la que el sauce lloraba lágrimas marrones sobre las oscuras aguas, aquel almendro en flor que aún sobrevivía a las primeras nieves del año. Recordaba cómo le había dedicado miradas furtivas y cómo ella le se había acercado a él y sin decir una palabra le había besado. Recordaba la calidez de su piel desnuda a pesar del frío, el sabor afrutado de sus labios y el misterio de su voz, que parecía decirlo todo en un susurro. Aquel día también había llovido. Había pasado casi un año de aquello y sin embargo apenas sabía nada de ella, apenas la conocía. Siempre que le preguntaba algo ella le callaba con un beso, como si quisiera huir de su propia realidad. Sin embargo, todo había estado siempre ahí, esperando a que él lo viera. Y ahora la lluvia, aquella lluvia que retumbaba en sus oídos, que le abrasaba la piel y le ahogaba el aliento, aquella lluvia que ocultaba sus lágrimas…aquella lluvia era todo lo que le quedaba en el mundo.