Y qué historia más bonita. A mí también fue un juguete que me marcó sobremanera (creo que no hacía falta confesarlo :-). La cantidad de aventuras que se podían soñar con algo así... Lástima que mis velas no soportaron mis borrascosos brazos infantiles.
Hora de embarcar
Ha llegado el momento de rendir homenaje al primer barco pirata
Esta entrada va dedicada a Gilles de Blaise: ¡gracias por la información sobre Carmaux!
Hay una escena preciosa en la película Los bucaneros en la que uno de estos caballeros de fortuna se arranca del cuello una bolsita en la que lleva tierra de su país de origen y la arroja por la borda. Con aquel gesto muestra que, tras la decepción con el nuevo gobierno de las colonias, ya no le queda más patria que la mar, que el navío sobre el cual la surca.
Sin duda, el elemento clave de los piratas es el barco. Es un mundo entero entre caverna de Alí-Babá, billete para más allá del horizonte y refugio plagado de peligro: lleva la palabra aventura escrita en el mascarón de proa. Por esto no es de extrañar que, cada vez que Playmobil ha renovado su línea piratil lo ha hecho en torno a uno nuevo. El primero que vio la luz en ese inaugural 1979 fue una carraca, un navío que, en realidad, tiene más pinta de cumplir funciones comerciales que de piratería.
Esto no es ningún fallo. Aunque este tipo de embarcación no fuera la predilecta de los piratas por motivos obvios (eran más lentas, tenían un calado mayor, por lo que no podían navegar por aguas poco profundas, iban peor armadas, etc.), no tiene nada de descabellado que nuestra tripulación usase una. Después de todo, los piratas no fabricaban sus barcos, sino que los capturaban, así que... ¿qué costaba imaginarse que hubiera robado este en Port-Royal?
Tampoco es que este barco 3550 tuviera mala pinta. Además de incluir toda la parafernalia previa que hemos visto en anteriores cajas (cofre del tesoro, herramientas, picas, espadas, pistolones, una tripulación completa que, de hecho, coincide con la de la 3542, un detalle un poco tristón), traía una caja para estibar el material, un tonel, un esquife con su farol, indispensable para desembarcar en la isla del tesoro, y, el elemento clave, ¡dos cañones!
Un cañón por banda, sí, pero viento en popa, ¡qué demonios! Además, aquellos cañones disparaban de verdad, doy fe. Con un sencillo pero robusto sistema de muelle (que se podía reparar chapuceramente en caso de accidente), era capaz de lanzar las balas de cañón a una distancia impresionante (y con una potencia acorde). Esto era una maravilla y, a la vez, un problema, porque, como las balas eran esféricas, teníamos tendencia a quedarnos sin munición. Aún recuerdo la de horas buscando balas por debajo de los muebles y la alegría de encontrar algún proyectil perdido días después cuando ya lo dábamos por pasto del aspirador...
El barco tenía además unos cuantos detalles que ponían de manifiesto el esmero que había puesto la compañía en su concepción, como la polea para subir la carga a bordo o la rueda para levar el ancla. Por desgracia, había que ser cuidadoso y... bueno, digamos que éramos niños. Mi barco terminó completamente desarbolado (durante años no entendía para qué demonios ponían tantas velas; cuando lo hice era demasiado tarde), lo reconozco, lo que no le quitó un ápice de encanto. Parecería un pecio, pero seguía teniendo aquel sugerente camarote, con el mapa pegado a la pared incluido, donde se reunía el capitán con el contramaestre y eventuales rehenes; el nido del cuervo, desde donde gritar aquello de “¡Tierra a la vista”; y la insondable bodega, donde hacía dormir a la tripulación, ya que siempre había tormenta aun navegando por el Caribe...
Muchas horas de sueños y aventuras, sin duda, las que navegamos con aquel barco. Y es que para eso fueron botados: para navegar en pos de sueños de libertad. Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad, mi ley, la fuerza y el viento, mi única patria, la mar...
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¡Muchas gracias por la dedicatoria!
Este es, sin duda, mi juguete favorito. ¡Mira que era bonito, el condenado! Lo recuerdo con muchísimo cariño y a día de hoy todavía me da pena no tenerlo.
Lo pedí para Reyes cuando tenía 7 u 8 años. Me pasé todas las Navidades en cama, con neumonía, desde antes de Nochebuena. El día 6 fue el primer día que me pude levantar un rato. Mi hermano se pasó la mañana entera montándolo, jarcias, velas.
¡Qué barco más bonito!
La mentira puede recorrer el mundo antes de que la verdad tenga tiempo de ponerse las botas.
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