Muchos autores se impacientan o incluso se siente dolidos por la tardanza a la hora de obtener una valoración sobre su manuscrito. Analicemos un poco el asunto.
Cuando un autor termina su obra, la repasa, la presenta adecuadamente y la envía a los editores que considera interesantes para que la publiquen, desearía que estos respondieran en un tiempo relativamente breve. Cuanto más breve, de hecho, mejor. Flota en el ambiente esa idea del editor que coge el manuscrito, lo hojea distraído y, atraído por su maestría cual polilla frente a una lámpara, queda enganchado sin remedio y, tras una noche de intensa lectura, decide publicarlo. De nuevo aquí las técnicas de márketing han dejado huella en el imaginario colectivo. ¿Estas cosas pasan? Supongo que sí: el mundo es un lugar fascinante lleno de cosas improbables. Mi experiencia, en cualquier caso, es otra.
En Saco de huesos, que es un sello muy modesto y que apenas lleva año y medio de andadura, hemos recibido ciento veinte manuscritos que han pasado a comité de lectura. En estos ciento veinte no se incluyen ni cómics, ni juegos, ni obras que, gracias a los autores, hemos podido identificar como no adecuadas para nuestra línea editorial (por temática, principalmente). Una simple extrapolación permitirá hacerse una idea del caudal de obras que reciben editoriales más veteranas o con más solera. O, simplemente, de temática más abierta.
¿Qué se hace con este flujo incesante de obras a valorar? Lo que buenamente se puede. (Y siento ser tan sincero). El tiempo de lectura de manuscritos es quizás la tarea más ingrata del editor:
1. Es trabajo invisible (esa parcela de todo lo que se hace que el cliente final, el lector, no percibe directamente, pues le importa un pepino si has leído mil o diez libros hasta dar con el bueno).
2. Es trabajo, en gran medida, desagradecido (yo siempre me acuerdo de lo que decía un jefe de mi padre: cuando asciendo a uno tengo noventa y nueve descontentos y un ingrato; no es tan terrible en nuestro caso, pero solo si tienes tanta buena voluntad como suerte -con los autores y con lo que haces-).
3. Es una tarea ardua (pensad que no llegan solo obras ilegibles -que se descartan rápido- y obras maestras -que se seleccionan rápido-, sino toda una gama de grises que se mezclan con el estado de ánimo del seleccionador).
4. Es una tarea, finalmente, titánica. Pensad en el número de libros “finales” que leéis. Ahora echad un ojo al caudal que llega a una editorial. Y considerad que el editor/seleccionador no solo tiene el derecho a leer por placer otras cosas, sino también la necesidad de hacerlo para no verse descolgado del mundo real.
Los recursos que un editor puede dedicar a esta indispensable tarea, que es la que marca qué demonios publica luego, son variados y dependen tanto de la talla de la editorial como del espíritu de la misma.
En Saco de huesos partimos de la idea de encargarnos los propios editores, que éramos cuatro, del comité de lectura, tanto por “economizar” recursos (y lo pongo entrecomillado porque el tiempo no es que sea barato) como por tener un control directo de los manuscritos que pasaban por el sello. Al final, no estamos dando abasto y hemos tenido que recurrir a algunos lectores de apoyo para agilizar la lista de espera (que tiene, a día de hoy, un año de tiempo de respuesta).
En otras editoriales, como Grupo Ajec, si no me equivoco, todos los manuscritos son valorados por el editor (independientemente de si pide otras valoraciones que no sé si es el caso). Esto hace que la selección sea muy personal y que el autor se sienta elegido como “escritor”, no como realizador de productos vendibles. Os podéis imaginar también la magnitud del trabajo realizado.
Algunos sellos contratan los servicios de lectores externos, en muchos casos estudiantes de literatura o disciplinas relacionadas, los cuales hacen una valoración detallada de los manuscritos. Luego, estos informes desembocan en los rechazos o en segundas etapas de selección, ya realizadas en el seno del propio sello. Por muy romántico que suene el asunto (demonios, que te paguen por leer) no es el trabajo del siglo. 50 o 90 € por leerte un manuscrito y escribir un informe detallado es un buen precio en función de cuánto valores tu tiempo y de lo simpática que sea la obra. Volvemos a la cuestión de cuánto leemos al mes. La gente que he encontrado realizando estas tareas era siempre del tipo interesado en conocer el mundo editorial y/o “hacer currículum”.
Finalmente, las empresas de autoedición clásicas suelen tener los tiempos de lectura más breves. No es porque tengan más recursos, sino porque no se leen los libros enteros (ni siquiera gran parte). Lo único que necesitan es captar el tono y el argumento para modificar la carta de halagos estándar con la que harán sentir al autor un genio incomprendido dispuesto a pagar por ver su libro en papel.
Esto es lo que le toca al que recibe los manuscritos. Al otro lado de la ecuación está el autor, el que ha escrito la obra, el que la ha corregido (o debería haberlo hecho), el que la ha puesto en formato (físico o digital) para enviársela al editor. El que, en definitiva, está esperando una respuesta.
A este autor no le gustaría tener que esperar tanto tiempo. A este autor le gusta saber que, al menos, hay alguien al otro lado que no se ha olvidado de él. Creo que con este autor hay que ser comprensivo: ha metido mucho trabajo, por lo general, en su obra, y ha tenido el valor y la deferencia de contar con tu sello para que valores su creación.
Por desgracia, el tiempo no se estira a voluntad, y los recursos disponibles para trabajo “invisible” son limitados. El equilibrio de los tiempos de lectura es complicado: si son breves, agilizas los trámites, pero ¿estás siendo justo con todas las obras que pasan por tus manos? Como autores, a todos nos gustaría que nos colaran en la lista de espera, que nos hicieran pasar por delante de los otros y nos seleccionaran rápido y con buena letra. Como editor, tienes la capacidad de hacerlo. Y la responsabilidad.
En Saco de huesos optamos por seguir el orden cronológico y por no precipitarnos. No sé si tendremos que replantearnos algunas cosas. Un año de espera para una respuesta definitiva es mucho. O quizás no. A mí me gustaría reducirlo, al menos a tres meses, pero quizás peco de eterno optimista.
Madre mía, más de ciento veinte manuscritos. ¡Qué barbaridad!
Bastante inútil