Reseña del cómic de Pablo Roca publicado por Astiberri
Los surcos del azar es una obra maestra absoluta imprescindible para cualquier aficionado a los cómics y para cualquier español, sea o no adicto a las viñetas. Este es un libro ineludible, la obra cumbre que faltaba sobre la Segunda Guerra Mundial y, solo ahora, ha llegado.
Vale, el primer párrafo tenía que ser así de contundente: hay que leer este tebeo.
No cabe la menor duda de que, si hubieran sido los americanos o los ingleses quienes hubiesen llegado primero a París luciendo sus banderas en los tanques al final de la 2ª G.M., la hazaña se habría convertido en objeto de docenas de películas con un presupuesto similar al PIB de cualquier país emergente, una versión superheroica del hecho se habría integrado en la continuidad de Marvel, DC e Image y, hoy en día, los autores españoles que trabajan para esas empresas dibujarían la escena una y otra vez.
No fue así. La Nueve (así: en castellano) estaba integrada por españoles, sin ninguna patria a la que volver, que pusieron a sus tanques los nombres de las ciudades en las que combatieron el fascismo durante la Guerra Civil y se empeñaron, contra las ordenanzas militares, en llevar la bandera republicana a la que siempre fueron fieles como estandarte para seguir luchando. Paco Roca nos lo ha recordado.
Simplificando y sin ningún animo de polémica, el cómic español, incluso en su momento de mayor auge, generalmente se limitó a mostrar explosiones de infantilismo, glorificar la rebeldía hueca en plan malote o, en algunos casos, ceñirse a las coordenadas argumentales extranjeras. Solo unos pocos autores algo más mayores que la mayoría de los que protagonizaron esa explosión de los ochenta, como Carlos Giménez, Antonio Hernández Palacios o F.H. Cava no quisieron olvidar, ni tampoco dejar la primera línea de la actualidad para transmitir unos contenidos más profundos de los habituales, manejados desde su identidad inequívocamente española a la que no estaban dispuestos a renunciar ni dejar en manos de solo una parte.
Aparentemente, en aquella época, algunos de los autores más jóvenes asumieron que su país era algo rancio, que los ejemplos heroicos y positivos no estaban entre sus intereses o que debían construir algo más acorde con los universos fantásticos de bolsillo. Como ejemplo paradigmático de esto cabe citar Nacido salvaje, tarjeta de presentación de los, por lo demás muy talentosos, Oscaraibar y F. De Felipe, producido por la editorial Toutain. Era, nada menos, que una colección de historias sobre veteranos norteamericanos de Vietnam made in Spain. Algo, cuando menos, chocante.
Hace poco, obras como El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim, o Malos tiempos, del citado C. Giménez nos recordaron, por enésima vez, a las víctimas de la dictadura, pero ha sido Paco Roca quien ha querido poner el énfasis en nuestros héroes y nuestras heroínas. Porque un país, los valores positivos, la tradición, el triunfo y la combatividad no son algo ajeno a nosotros ni propiedad solo de una parte, sino de todos.
Hace algunos años, Paco Roca, en El invierno del dibujante, quiso recordar que, mucho antes de que en Francia o Estados Unidos se rebelasen los historietistas creando sus propias revistas, aquí unos cuantos lo intentaron. Su aventura no llegó a buen puerto, fueron aplastados por las grandes editoriales con métodos arteros y terminaron cerrando la cabecera que habían creado, para su desgracia, la de los lectores que recibieron con entusiasmo la iniciativa y la evolución del medio. Terminaron volviendo al redil de Bruguera, pero quedó de ellos la intención de controlar el propio trabajo en plena dictadura. Tras homenajear a esos pioneros, siguiendo en cierto modo su ejemplo, este mismo autor ha escrito y dibujado, con su estilo personal, limpio, flexible, sin concesiones al espectáculo gratuito, siempre al servicio de la historia, y una admirable humildad artesanal, la obra más ambiciosa que ha emprendido hasta ahora. Siguiendo algunos de los pasos narrativos del ineludible Maus de Art Spiegelman —magnífico y seminal cómic, estadounidense hasta la médula, porque crear sobre los referentes propios no significa dejar de reconocer, admirar y valorar aquellos de otras procedencias—, utiliza el encuentro, en este caso inventado, con un veterano de guerra, Miguel, para personalizar la aventura y enlazarla con la actualidad.
Por más que sea realista y esté perfectamente documentada, Los surcos del azar es una obra de ficción, lo que permite presentar escenas que merecerían ser ciertas, como aquella emocionante página en la que los combatientes, recibiendo latigazos en un campo de concentración del Sahara bajo la bandera de la Francia ocupada, cantan Hijos del pueblo. Los españoles, en el ejército francés, no son vistos como víctimas. Se trata de veteranos que, guiados por el mítico 5º Regimiento (Acero), aprendieron a pelear y resistieron inexplicablemente durante tres años frente un poder militar e industrial nunca antes visto que, como recuerda uno de los personajes, en menos de un mes se señoreó de Europa, conquistó toda Francia sin encontrar auténtica oposición y se enquistó, hasta que los aliados se decidieron a intervenir, al toparse con la infranqueable defensa de Rusia en la que, por cierto, se nos recuerda que también participaron muchos españoles.
Se trataba exactamente del mismo poder impulsado por los oligarcas europeos (no es cierto que Hitler tuviera la mayoría suficiente para gobernar tras unas elecciones, como se ha repetido una y otra vez, sino que recibió los apoyos necesarios con posterioridad a estas y por mediación de las grandes fortunas). Así, el autor no establece diferencias entre la guerra que empezó en España y continuó en el resto del mundo, pues parte de que ambas son la misma. Nos cuenta la historia de quienes lograron cruzar nuestras fronteras, no para huir, sino para seguir combatiendo, mientras doscientos mil españoles eran exterminados en nuestro país y muchos otros encerrados en cárceles inhumanas, solo durante esos primeros años de dictadura. Como señala uno de esos personajes, cuando De Gaulle le pregunta cuánto hace que lucha contra los alemanes y él responde: «Llevo combatiéndolos en mi país desde mucho antes que usted».
Paco Roca no ha querido dejar de señalar que hubo exiliados combatiendo el nazismo en todos los frentes, pero el libro debe centrarse en algunos de ellos y, además de los miembros de La Nueve, presta atención a la sociedad civil, estableciendo una nada almibarada y sí muy humana relación entre Miguel y una de las mujeres que formaron parte de la resistencia: Estrella, a la que, en los peores momentos de la contienda y todavía en la actualidad, ese durísimo combatiente dedica cada pensamiento.
Los integrantes de La Nueve eran de todas las ideologías y varias partes de España, unidos por la lucha antifascista, lo que llevó al ejército francés a crear una compañía donde ubicarlos, dado que no aceptaban una autoridad que hubiese cambiado de bando tras servir a Vichy. Así, nos encontramos con unos tipos curtidos en combate, dispuestos a liarse a puñetazos entre ellos si se tercia, rebeldes con los mandos, desorganizados, capaces de llevar un banderín en sus vehículos con la leyenda: «¡Muerte a los cabrones!», y con algo de desprecio inicial hacia sus aliados americanos, que veían como si estuvieran en un vacaciones hasta que se ganaron el respeto mutuo en combate, pero también efectivos, leales, fieros, valientes y motivados como ninguna otra compañía. Una versión real y realista de Los violentos de Kelly (referencia utilizada por el autor) que detrás de su agresividad muestra el deseo de salvar y liberar a su patria. Así, Paco Roca no cae en sentimentalismos, tampoco en una glorificación de la violencia que, aunque comprende en esas circunstancias, también cuestiona, y mantiene un equilibrio perfecto entre la acción, la humanidad y los ideales.
Cabe pensar que, como hoy día todos somos demócratas, deberíamos felicitarnos por esta parte de nuestra Historia sin que su recuerdo levantase un ápice de polémica y sí mucha admiración. Deberíamos felicitarnos por tener un creador magnífico como Paco Roca dando lo mejor de sí mismo para honrar este episodio. Del mismo modo que todos deberíamos indignarnos cuando se censura a un autor por dibujar una corona manchada de mierda en un clima de estafa generalizada mientras la prensa extranjera señala que su portador acumula una fortuna de origen desconocido integrada por varios miles de millones de euros y, en medio de su labor de representación, al parecer se dedica a cazar osos borrachos y elefantes. Y es que ¿cómo puede resistirse un dibujante humorístico a caricaturizar algo así?
No es este lugar para juzgar cuánto o cómo hemos avanzado como sociedad, pero sí para decir que el cómic, parece, como medio sí ha alcanzado en nuestro país una mayor madurez.
He visto algún reportaje sobre la Nueve y la verdad es que es tan impresionante como emotivo. Muy interesante el artículo. El cómic pinta genial.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.