Cuentos descarnados
Un comentario sobre la antología de Norma Beatriz Cabrera publicada por Editorial Dunken
Esta antología de relatos breves, en la que la mayoría tienen apenas un par de páginas de extensión, resulta peculiar por su enfoque: cuando la mayor parte de la literatura breve busca la sorpresa, la originalidad y el estupor del lector, Cuentos descarnados emprende la vía contraria.
En primer lugar, sus relatos tienen una estructura clásica, sencilla. Su prosa remite a la narración oral: es expositiva y busca traer al lector a la historia, no jugar con esta. Del mismo modo, la autora no duda en trabajar con los elementos obligados del género: tumbas, vampiros, aparecidos... la tramoya habitual se da cita en las historia que aquí se recogen. Los finales tampoco buscan una ruptura con los planteamientos presentados.
Al mismo tiempo, esto no impide que Cabrera deje su sello personal en las historias. El propio modo de contarlas, la cadencia y el tono que adquieren, resulta coherente y sólido, como si unas historias se apoyaran en otras para crear un escenario común y propio.
Esta atmósfera es, sin duda, la espina vertebral de Cuentos descarnados: lo macabro y lo malsano son las notas que encontramos siempre en esta siniestra melodía. Hay variaciones dentro de la pieza, tonos que nos remiten a escenas intimistas o a panorámicas propias del realismo mágico, pero siempre se nos lleva de vuelta a ese terreno amargo lleno de lápidas y obituarios.
No obstante, en este telón de fondo macabro hay más de melancolía que de horror, aunque el gore también tiene su cabida dentro de sus páginas, como si de algún modo el fatalismo que impregna todas las páginas permitiera una visión si bien no positiva, sí exenta de congoja.
En conjunto es una lectura entretenida, aunque se echa en falta una mayor revisión de los relatos, en los que no son raras las erratas.
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