Un relato de Lord_Ruthven para la vivisección de Calabazas en el Trastero: Fútbol
La habitación en la que se encontraba preso era húmeda. Estaba en el suelo, desplomado sobre sí mismo, dejando caer el peso del cuerpo hacía delante. De forma similar a como el peso de su conciencia caía a plomo sobre su alma. A lo lejos, en una profunda oscuridad que no permitía averiguar distancias, resonaba el eco de sus compañeros. Eco de suspiros que se clavaban en su mente causándole un terrible dolor, un dolor más terrible que el de los oxidados grilletes que laceraban sus muñecas. Y aunque parezca sorprendente, en tan angustioso momento sólo había una cosa en que era capaz de pensar; en fútbol.
Habían perdido el partido y había sido culpa suya. La culpa siempre era del portero, pero en está ocasión era cierto.
Era la final del campeonato de fútbol sala. Pero no era un campeonato normal, era un campeonato especial y ellos lo sabían. Aun así, o precisamente por ello, decidieron participar. No importó lo extraño del lugar, esa nave lúgubre y mal iluminada, ni ese terreno de tierra y piedras. Había que jugar y ganar ese partido. Apenas faltaban dos minutos y estaban empatados a dos goles. Todos los jugadores apretaban los dientes, rezaban por no acabar en penaltis. Incluso se notaba la tensión en el casi inexistente, pero muy presente público. Y en ese momento tan delicado, en el momento en que no se podía permitir ningún fallo, los nervios le hicieron errar, el balón se le escapó de los dedos y atravesó la portería, para ir a frenar en una red, que indiferente apenas tembló ante el contacto suave del esférico.
En aquel momento el mundo se vino abajo. El arbitro pitó el final del partido. Sus compañeros se giraron y el odio más profundo se reflejó en sus ojos. Sintió miedo, mucho miedo. Pero no fue el único. Sus compañeros también temían la derrota. Y casi instantáneamente tomaron conciencia de las terribles consecuencias de la misma. Y sus ojos tornaron el miedo por taciturna y preocupada tristeza. El alivio en cambio hizo respirar al equipo contrario, un alivio que poco a poco se tornó en una histérica risa nerviosa capaz de hacer enloquecer a quien la escuchara. Mientras, el escaso público sonreía satisfecho.
Sus compañeros, amenazados por el látigo del árbitro, fueron entrando cabizbajos en el túnel de vestuarios. él los siguió a cierta distancia. La mayor parte de ellos lloraba, y en su llanto se mezclaban el miedo, la angustia y el dolor. Un dolor psicológico, el dolor de la desesperación que eclipsaba el dolor producido por los raspones, los dientes rotos, las costillas magulladas e incluso alguna extremidad medio dislocada. No había sido un partido fácil. Era un partido especial. Un partido en el que no había faltas ni tarjetas, un partido en el que la única limitación era no matar al rival. Para ello el arbitro no tendría remordimientos en utilizar el látigo, si algún jugador moría en el campo él sería el responsable. Y por su propia vida que no lo permitiría.
Se distrajo de sus pensamientos. El grito desesperado de unos de sus compañeros lo sacó de su ensimismamiento. Y de nuevo el silencio y la humedad. Y con el silencio volvieron de nuevo los recuerdos.
Todo había empezado unos meses atrás. Él, junto con sus compañeros de equipo trabajaba en una tienda de ropa deportiva, pero ese no era su verdadero nexo de unión, sólo era la circunstancia que los reunió. Todos ellos tenían dos cosas en común; la primera que de pequeños habían soñado con ser grandes futbolistas y fracasaron en el intento. La segunda, que tras pensar que si no podían ser futbolistas, debían estudiar en la universidad y triunfar en la vida. Y ese sueño se había materializado en un empleo miserable en una tienda de deportes. Les unía pues, un doble fracaso.
Un día uno de ello les comentó una cosa curiosa. Navegando por Internet había encontrado un interesante anuncio. Un torneo de fútbol sala para aficionados que se disputaría en un país de Asia, en una perdida republica ex- soviética con nombre terminado en “tan”. La organización correría con todos los gastos de viaje y alojamiento. El premio era de dos millones de dólares americanos para cada jugador del equipo vencedor. Pero si el premio era un sustancioso reclamo, el eslogan publicitario no podía ser más atrayente “Gana o muere”
Y allí que se inscribieron. Parecía un chollo, un viaje a gastos pagados a un lugar exótico, un torneo de fútbol que se prometía interesante dotado con un suculento premio. Y no debería ser difícil ganar. No había apenas información ni publicidad del torneo. Sin duda los equipos participantes serían pocos, máxime jugando en un lugar tan apartado del globo. Y ellos, aunque aficionados, no eran precisamente malos jugando al fútbol.
Todo fue de maravilla al principio. Un vuelo charter les llevó directos al país de destino. Llegaron pasadas las seis de la tarde a un aeropuerto antiguo y destartalado y una furgoneta les condujo hasta su hotel de concentración a lo largo de una carretera polvorienta y mal asfaltada. El alojamiento, situado a las afueras de la capital, era bastante lujoso y la cena fue muy abundante. Todo parecía un sueño dulce, una magnifica aventura.
Pero al despertar al día siguiente descubrieron que si de aventura tenía mucho, no tenía nada de dulce sueño. Despertaron en una jaula de gruesos barrotes de hierro. Desconcertados miraron a su alrededor. Había más jaulas cerca de la suya. Todas tenían cinco hombres en su interior y estaban situadas en lo que parecía el graderío de un rústico campo de fútbol sala. El asombro, el miedo, el sentido de lo absurdo, todo ello habitaba en las cabezas de los desconcertados presos.
El terreno de juego estaba rodeado de hombre armados con fusiles y porras. En el campo había dos equipos de cinco jugadores, el equipo verde y el equipo blanco. Tres árbitros, con sendos látigos colgados a la cintura esperaban pacientes mirando hacía un palco. En el palco había un grupo de hombres vestidos con lujosos atuendos árabes y el rostro cubierto por un pañuelo. Uno de los hombres del palco hizo un gesto. Restalló el primer latigazo en el circulo central y el partido comenzó. Al principio jugaron tímidamente, con una mezcla de miedo y respeto a la reglas, pero a medida que pasaba el tiempo sin marcar gol, la violencia comenzó a hacer acto de presencia. Ninguno de los que estaban en el campo tenía ni la más mínima duda de la veracidad del eslogan; el perdedor moriría. Y el miedo fue rompiendo las barreras de lo socialmente correcto. Pero cuando el primer equipo marcó gol, eso no fue un partido, fue una masacre por la remontada y por defender el resultado. Fue un espectáculo dantesco, vomitivo, pero no era quien para juzgarles, su comportamiento cuando les tocó jugar no fue mejor. Si lo hubiese sido no habrían llegado a la final.
Pero no bastaba con llegar a la final, había que ganarla. Era el todo o nada. La riqueza o la muerte. Y ellos, o mejor dicho, él, había perdido el partido. Su suerte y la de sus compañeros estaba decidida; al día siguiente serían sacrificados.
Un cuchillo les entraría por el vientre y les eviscerarían vivos, como habían visto hacer a tantos antes que a ellos. Una vez limpios de porquería les deshuesarían y cocinarían su carne para agasajo de los organizadores, esos árabes ricos y locos que tanto amaban los deportes occidentales. El banquete sería monumental y no se pararía de servir comida hasta acabar con los cuerpos de los cinco. Únicamente no devorarían sus cabezas. Éstas eran cercenadas nada más sacarles las tripas, a continuación extraían el cerebro con un hierro candente a través de la nariz y despojaban el cráneo de los globos oculares. Luego disecarían y guardarían cuidadosamente las cabezas. Algo habría que usar como balón en el próximo campeonato.
Escribir fosco sobre fútbol me parece una hazaña, por eso me ha sorprendido para bien la trama que has trazado en tu relato. Entretenido y, sin necesidad de excesiva sorpresa, con suspense. Ahora bien, la forma necesita un repaso. Hay algún error menor, como "hacía delante", al que le sobra la tilde, un "él" en minúscula, y alguna otra cosilla.
La frase: "para ir a frenar en una red, que indiferente apenas tembló ante el contacto suave del esférico", no está bien puntuada. Debería ser "para ir a frenar en una red que, indiferente, apenas tembló ante el contacto suave del esférico". He encontrado otras similares. Y el párrafo en que explicas lo que une a los compañeros de equipo, resulta confuso por su redacción. Tampoco queda bien: Y allí que se inscribieron. Vale para el habla coloquial, pero no es elegante para un escrito. Y por último (espero no sonar borde con tanto detallito, los señalo con la mejor intención), repites palabras muchas veces. Está bien como técnica para remarcar algo o hacerlo sonar de una forma concreta, pero el abuso le resta estética.
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