Bestias de combate
Bestialidad e implantes cibernéticos para el niño y... eso
Dentro de la multitud de productos que llegaron de rebote a España durante los años ochenta, tengo particular cariño a las Bestias de combate. Por supuesto, solo pude descubrir en su día la punta del iceberg, pero aquello ya fue suficiente para desatar mi imaginación.
Las bestias de combate eran animales antropomórficos que llevaban armaduras de aspecto robótico o, por lo menos, futurista. Bueno, armaduras según los cánones de Red Sonja, porque dejaban carne al descubierto por todos lados, pero ya se entiende. Tenían un toque ciborg y amenazador que molaba mucho, sobre todo cuando les caía algún garfio o algún ojo biónico. Incluso el cerdo —al que efemísticamente llamábamos el jabalí—, uno de los dos único que tuve —sigh— molaba un puñado.
No sabíamos mucho más de ellas, salvo que cada una estaba adscrita a un “elemento” —fuego, agua o madera— que le permitía imponerse a sus adversarios. Aquello, claramente inspirado en el juego de piedra, papel o tijera, era un FAIL considerable, no ya porque vencer a tu enemigo flotando fuera una cutrez que se hubiera podido solventar fácilmente con un trasfondo más currado, sino porque el gadget que justificaba aquello era precisamente eso: un gadget incluso a los ojos de niños ignorantes y miembros de un país en vías de desarrollo —según nuestro libro de Sociales— como nosotros. Hablo del cuadradito de materia sensible al calor que dejaba ver el símbolo secreto de tu bestia de combate cuando ponías el dedo encima el tiempo suficiente.
¿Símbolo secreto? ¿Secreto? ¿De qué va esta gente? Con suerte tus padres te regalaban un pack de dos para tu cumpleaños. ¿Cuánto tiempo iba a durar el secreto? ¿Frente a quién? Y, además, aunque la tecnología fuera vistosa, tampoco es que superara en magia a una calcamonía. Para acabar de arreglar el asunto, el cuadradito de marras se despegaba al poco tiempo. Lástima. Tampoco los lloramos mucho. Supongo que, en el fondo, como no había quien sacara partido a ese trasfondo sin ningún dato más —¿por qué se suponía que no se iban a conocer unos a otros? ¿Esta gente —léase bestias— no tienen amigos o qué?—, lo dejábamos de lado sin más.
El caso es que daba un poco igual. Los bichos eran muy sugerentes y aunque estaban sorprendentemente poco articulados —solo podían mover los brazos y arriba y abajo— daban mucho juego. Al final será verdad que los juguetes menos articulados son los que estimulan más la imaginación... Sí que era una pena que la especie de goma dura / plástico blando del que estaban hechas convertía sus únicas extremidades móviles en algo relativamente frágil, sobre todo cuando descubrías que se podían extraer. Mi pobre cerdo terminó manco de ambos brazos. El diseño por lo demás era bueno: eran muy estables, sujetaban bien las armas y tenían muchos detalles y un pintado más que razonable para un juguete hecho de una sola pieza.
Lo que no sabíamos es que las Bestias de combate ocultaban mucho más de lo que parecía a simple vista. Por lo visto —grandezas de Internet— tenían complementos como vehículos y bases transformables con las que no contábamos en absoluto cuando les montábamos unos cutrebúnqueres con Tente. Y no solo eso: aparecieron como un daño colateral en los dibujos animados de los Transformers y tuvieron sus propios cómics. Al final, no eran tan descabelladas las conexiones que hacía en mi cabeza al leer los tebeos de mi hermano y sus extraños homenajes a Moby Dick...
Por desgracia, Hasbro no trajo nada de esto a España. En lo que firmasen sobre la explotación de la franquicia no debía contemplarse todo aquel despliegue adicional que, para variar, se nos escapaba incluso a los niños que veíamos la Superchanel, supongo que por los desfases en los lanzamientos. Fue una pena, porque el potencial del juguete quedaba reducido a la literalidad más absoluta, algo a lo que no ayudaba el breve anuncio de televisión.
Para nosotros, las Bestias de combate eran ni más ni menos que eso: bestias pertrechadas con armas de cuerpo a cuerpo propias de Conan el bárbaro con un vestuario que, con encaje de bolillos, intentábamos cuadrar con las películas de Flash Gordon, los cómics de Fórum y los dibujos animados de Mazinger Z. El subgénero de espada y planetas, en definitiva, algo que aprenderíamos a identificar una eternidad después, tras la llegada de Internet. O, dicho de otro modo, una buena dosis de violencia no constructiva y extremadamente exótica, que era lo que, en aquellos tiempos, nos subyugaba hasta el infinito.
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¿A nadie le recuerdan a...
Es probable emitió su esperma de una forma muy descuidada.