Un artículo de opinión de Canijo sobre la dureza de los comentaristas
A mí siempre me han hecho mucha gracia las expresiones populares, esas frases hechas tan cargadas de verdad que, aunque a veces se refieran a la viga en el ojo propio, no podemos evitar sonreír al escucharlas. Entre mis favoritas en estos momentos está alguna clásica como “ser más guarro que una mano”, otra más moderna (sin sentido antes de los porteros electrónicos o en lugares en los que no los haya) que es “te van a quemar el portero” (por tener un hijo/a muy guapo/a; ésta Kachi y su mujer no la pillaron y tuve que explicarla, qué bochorno) y un par de ellas que recuerdo de boca de mi amigo Ángel Vela: “tener más tonterías que un puesto de pitos” (con acento sevillano tiene mucha más gracia, ahora que lo leo) y “temer más que a una vara verde”, que es la elegida para esta columna.
En la literatura, en las artes en general, a todos los niveles, en todas las épocas, hay críticos a los que se teme más que a una vara verde, son como el “comentarista feroz” del que ya hablé en El Hombre y la Letra, esos que suelen dejar un cierto rastro de bilis tras sus comentarios. A veces tienen más razón que un santo, otras andan tiesos de la misma, que de todo hay en la viña del Señor. Pero el caso es que, siempre que esa bilis no nos salpique o no nos bailen el agua, o aunque nos salpique pero no seamos más que uno entre tantos que se llevan los palos (mal de muchos…), este tipo de personajes atraen y/o son respetados; es decir, que nos gusta la vara verde, no lo podemos negar, somos amigos de la vara verde…
¿No me creen? ¿No están de acuerdo? Pues entonces explíquenme el éxito de críticos como el señor Pumares: más allá de su sapiencia cinéfila y calidad como locutor (confieso haberlo escuchado muchas veces y no tengo nada que cuestionar al respecto), lo que parecía gustar más a los que llamaban era que el ínclito presentador no despreciara y arrastrara por el lodo más inmundo las películas que ellos tenían por favoritas, o que, al menos, lo hiciera con menos saña que con las preferidas del de la llamada anterior o el de la siguiente. Otros momentos sabrosos eran aquellos en los que se cebaba con el éxito del momento o la película popular de otra época.
También recuerdo a cierto reseñista que leí por Internet y cuyas presas eran clásicos de la Ciencia Ficción y la Fantasía. Por mi parte, leí todas las que tenía colgadas en la web donde di con él, y lo pasé pipa, lo reconozco.
¿Puede significar esto que el gusto por la vara verde es cosa mía y de los anormales que compartieron estos entretenimientos conmigo, no de personas razonables y respetables? No digo que no, pero me gustaría que todos hiciéramos un ejercicio de reflexión y de recuerdo por si este último punto no es así. Hablando entre aficionados a esto de escribir, todo el mundo recuerda ese foro o web en el que comenzaron a hacer sus primeros pinitos, en el que se colgaban textos entre los que ellos dejaron sus primeros escritos (o los primeros que se atrevieron a enseñar). Después estos textos se comentaban, y entre los que lo hacían siempre había uno o varios que solían ser los más cañeros y, por eso mismo, los más respetados por muchos, los más atendidos. Venga, no me sean amnésicos selectivos, porque si no era así, es que se trataban de foros especialmente laxos en esos temas, o webs en las que no se podía comentar. A partir de ahí, aunque aumente el nivel y quizá la forma, el fondo sigue siendo el mismo: los sigue habiendo más biliosos que el resto, y esto les da uno o varios puntos.
Los motivos de que esto sea así pueden ser muchos, y no tienen por qué estar relacionados con que sean más acertados o más objetivos (¿existe la objetividad en el arte?). Uno de ellos está vinculado a esa práctica tan antigua como extendida, tan dañina y que tan escépticos nos ha vuelto a muchos, que es la (más o menos) interesada alabanza camuflada de crítica literaria. Esto es muy razonable: si no estamos de acuerdo con la cascada de ditirambos que se le aplican a la obra, sonrojantes en algunos casos, es normal que conectemos con el furibundo disidente público, aunque sea por afinidad de base. También puede ser por ese instinto sádico tan extendido desde que el hombre empezó a ser hombre; ya se sabe, los niños muestran nuestra naturaleza más básica, aquella que aún no ha sido moldeada por la vida en sociedad y sus convencionalismos morales, pudiendo llegar a grados de crueldad impensables, y si todos llevamos un niño dentro… Otra alternativa es el magnetismo personal actuando como si de la gravedad se tratase: a más masa (personalidad más fuerte, más vehemente, con más mala leche), más atracción, al menos para algunos. No nos olvidemos tampoco de que siempre fuimos y seremos cazadores en algún sentido e, igual que nos maravilla el tiburón del documental por ser una perfecta máquina de matar, infalible y voraz, tampoco le hacemos ascos al reseñador que acosa, atrapa y pulveriza la obra que se le ha cruzado, no dejando tras su crítica más que restos de casquería en salmuera teñida de rojo.
Ya digo, puede ser por tantas razones, confesables o no, aceptables o no, peregrinas o acertadas, que ya da lo mismo, lo incuestionable es que nos gusta la vara verde, y esto, si bien a veces hace falta, en otras tantas ocasiones no parece resultar positivo. No, no es positivo cuando este ácido ejercicio de critica crea una deformación profesional que parece impulsar a buscar fallos porque alguno tiene que haber, pero sin reflexionar sobre si ese fallo será perceptible para aquellos que no lo busquen activamente, que simplemente quieran disfrutar del producto, o que no estén preparados para percibirlos porque son percepciones sólo aptas para una minoría muy específica. De paso, hay veces que también se atropellan algunas aficiones, dejando por la cuneta un reguero de personalidades maltrechas cuyo único pecado, si es que se puede llamar así, fue abandonarse a una ilusión sin maldad ni pretensiones. Y no nos olvidemos, por supuesto, cuando, de tanta presencia de humores en la opinión, el cambio de estado anímico lleva a grandes diferencias en las conclusiones sobre objetos similares, llegando al agravio comparativo, la injusticia, y la confusión del que sólo quería tener una opinión previa antes de gastar su tiempo y/o dinero en algo.
En fin, yo no digo que sea malo, no en sus dosis adecuadas (sobre las cuales se podría debatir ad nauseam), más bien lo veo algo necesario porque si bien algunos niños sin disciplina desarrollan todo su potencial llegando a la genialidad y la maravilla, otras veces, las más, esos mismos niños se quedan en NI-NIs malcriados que enfangan todo a su alrededor, y tampoco es plan.
En la mesura está la virtud, ése es el detalle, y si queremos ser mesurados tendremos que evitar que lo nuestro sea simple gusto por la vara verde, ser sus amigos fieles. Lo suyo es ser sólo aliados circunstanciales para así aprovechar lo positivo y dejar lo negativo en segundo plano. Ahora, que si esto es una tendencia natural, me da a mí que va ser imposible ponerle barreras para moldearla. Si la cabra siempre tira al monte, a ver quién es el guapo capaz de evitar que un millón de cabras lo abarroten.
“er Caniho”
Soundtrack:
Sweet Home Alabama
Lynyrd Skynyrd
Alternative Soundtrack:
Miña terra galega
Siniestro total
Toritaka Es lo primero que me ha venido a la cabeza.
Sí, tienes mucha razón en el artículo. Hay algo que nos atrae en las críticas duras, aunque yo lo relacionaba sobre todo con la seguridad que muestra el comentarista. También hay que reconocer que cuando un crítico duro con el que no estamos de acuerdo recibe su medicina es imposible no sentir cierto regocijo. Supongo que es la naturaleza humana.
Sobre cómo se abordan las críticas y, colateralmente, sobre la vara verde comenté algo en ¿Quién juzga al juez?, en Edit-ando. Personalmente, creo que hay un riesgo muy grande si se termina por establecer la igualdad dureza = sinceridad. Parece que a veces si no se dicen un par de barbaridades es que nos estamos guardando algo y que por lo tanto estas son indispensables. Y que uno nunca se guarda las cosas buenas o jamás las pasa por alto al escribir una crítica, cuando es falso.
Con los años, tengo la impresión de que un fustigador puede ser muy útil en un foro, para estimular y fomentar debate entre protoescritores, pero que en cuanto a reseñas de obras publicadas y autores consagrados (clásicos, gente como la citada en el artículo que ha puesto Crocop en el foro, etc.) es más un divertimento y válvula de escape que algo propiamente constructivo.
Un placer leerte, compañero.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.