La casa de los susurros
Reseña de la novela gráfica de Muñoz, Tirso y Montes publicada por Dolmen
A pesar de lo que pueda sugerir el título y la propia portada, La casa de los susurros no es una historia de terror de casas encantadas, aunque, por otro lado, sería absurdo negar las deudas que tiene con dicho subgénero tanto en ambiente y atmósfera como en algunos planteamientos, que nos remiten incluso a la novela gótica. Más bien, nos encontramos con una historia de fantasía oscura en la que, con pinceladas de dieselpunk, se nos plantea la confrontación entre distintas especies de monstruos que habitarían nuestro propio mundo.
El escenario se enclava en pleno 1949, y los ecos de la II Guerra Mundial son omnipresentes. La misma idea de los experimentos inhumanos y de esa filosofía de el fin justifica los medios son dos de los ejes de la trama. Esta nos acerca a unos niños que se han visto involucrados en terribles acontecimientos que implican lo que, tradicionalmente, se han denominado monstruos. De hecho, veremos que en efecto estos están inspirados en nuestro acervo cultural, uno de los grandes aciertos de este volumen, que sabe transitar entre un imaginario propio y nuestra propia cultura con mucho estilo.
Este elemento de los niños-monstruo, porque, como ya se habrá imaginado más de uno viendo la expresión algo inquietante de la niña de la portada, ellos no se van a limitar a ser meras víctimas, es uno de los puntos fuertes de La casa de los susurros. Sus autores han conseguido darles cuerpo con aparente sencillez y que nos impliquemos en sus cuitas. De este modo, el equilibrio entre misterio, acción, terror y emociones está muy conseguido.
No obstante, hay que aclarar que ese segundo ingrediente, la acción, se va volviendo más y más importante en la historia hasta dominarla por completo. Es lo que hace que La casa de los susurros bascule desde un planteamiento de atmósfera lúgubre y cierta incertidumbre laberíntica a caer abiertamente en la fantasía oscura bélica, donde las aventuras y la épica, aun siniestras, se imponen al terror puro y duro.
El apartado gráfico, magníficamente ejecutado tanto en los dibujos como en el color, es una buena muestra de esta dualidad. Por un lado tenemos la majestuosidad de los escenarios y ese tono fosco que nos remite a las historias de terror clásicas y, por otro lado, tenemos un dinamismo formidable, casi diría heredero del manga, que hace de las confrontaciones sobrenaturales un auténtico espectáculo.
En este sentido, cabe elogiar también el diseño de personajes, tanto de los humanos como de los inhumanos: sin hacer ascos a inspirarse en otras obras del género (desde clásicos como el Nosferatude Murnau a obras contemporáneas como 30 días de noche de Steve Niles y Ben Templesmith), La casa de los susurros erige su propio imaginario, uno tan sólido y sugerente que deja con ganas de una segunda novela gráfica.
El resultado es una obra que quizás no sea lo que parece a priori, pero que merece mucho la pena si se es un aficionado a la fantasía oscura y el terror fantástico. Sobresaliente en su apartado gráfico y notable en sus aspectos narrativos: muy completa. Y la edición de Dolmen, con sus extras sobre el proceso de elaboración y magnífica tapa dura, magnífica.
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