Ser un goonie
Homenaje a esta película que marcó un hito en la infancia de muchos de nosotros
Del mismo modo que hay películas que hacen salir lo peor de nosotros, hay otras que hacen que lo mejor que tenemos dentro viva para siempre. Hablar de los goonies es hablar de una de éstas y, al mismo tiempo, es regodearse en la nostalgia. Todo aquél que haya descubierto un brillo cómplice en otra persona al pronunciar aquello de “¿Chester Copperpot?” –hay doblajes que, con el tiempo, resultan tan míticos como la imagen- sabrá a lo que me refiero.
Sí, había un tiempo en el que las películas se veían una y otra vez, y que podían ser alquiladas en el videoclub durante años. Eran tiempos en los que los niños todavía soñábamos con vagabundear en bicicleta y con tener una banda –aunque nunca hubiéramos sabido muy bien con quién demonios hacerla, sabiendo ya a priori que no funcionaría, ni para qué, todo sea dicho. Eran tiempos en los que la mayor parte de los niños sólo podían jugar a videojuegos en los recreativos –o en alguna Atari destartalada- y donde la historias de piratas no tenían nada que ver con Johnny Depp. Eran tiempos, en definitiva, idóneos para que una idea como “Los goonies” se impusiera triunfal en todos los cines del mundo.
Que Steven Spielberg es un genio del cine es algo que, creo, ya ha dejado de debatirse. El tipo ha subyugado generaciones con los más dispares productos, manteniendo siempre la misma tónica: aventura, sin trampa ni cartón. Con dinosaurios, niños –en esto no se parece a Hitchcok-, naves espaciales o arqueólogos de sonrisa picarona, el director ha fascinado a todos los públicos con las más variopintas películas. Y muchas de ellas han alcanzado esa denominación de “de culto”. “Los goonies” es una de ellas y, como no podía ser de otra forma, una que ha cosechado un saco de leyendas urbanas. Ciertas o no, siempre nos han encantado.
Si les damos crédito, lo primero que habría que decir es que “Los goonies” no es una película como otra cualquiera, pues Spielberg la soñó, así sin más, y después la llevó al cine. Que un tipo de su imaginación puede soñar un largometraje como éste es algo que no pondré en duda. Tampoco el que se lo debió pasar de lujo entre fratellis y piratas descarnados. En cualquier caso, poco importa: sea verdad o no, es un buen leit motiv y una buena justificación que, de niños, nos hacía creer que un día podíamos levantarnos con una idea tan buena en la cabeza.
Otras peculiaridades, por ejemplo, son las que tienen que ver con el reparto. Dejando de lado sus vestimentas, que son un interesante muestrario de las indumentarias que nos parecían guays en los ochenta, tenemos dos grandes elementos: la precuela de Sam Sagaz y, efectivamente, a Tapón, el que hubiera debido ser el inseparable compañero de Indiana Jones desde “El templo maldito” pero que nunca repitió papel.
Sin embargo, más allá de estos detalles más o menos de entendidos, a mí lo que siempre me ha fascinado, más allá incluso, en ocasiones, de la propia historia, es el doblaje. Sí, el sonido de esta película es especial, y, seguramente porque de pequeño me sabía algunos diálogos de memoria, siempre me ha parecido más auténtica la versión doblada que la original. Ésta última, sin embargo, ha arrojado luz sobre algunas cosas que de pequeño nunca llegué a entender: es lo que podríamos llamar la confusión Bocazas.
Bocazas es el niño gracioso de la banda, el de la chaqueta gris, el hijo del fontanero (no es coña). La segunda escena en la que se luce aparece hablando en italiano con la mujer contratada para ayudar en la mudanza de la casa de los Wals –no sé como se escribirá-. Más chocante que el hecho de que una italoparlante esté sirviendo en Estados Unidos (en los muelles de Astoria para más señas) es, quizás, que nos lo subtitulasen en inglés. Con nuestro nivel de la época acertábamos a entender que hablaban de algo muy fuerte, más que nada por las resonancias del italiano y porque se podía leer “cocaine” y “sexual” en los subtítulos. Poco después se reafirmaba aquello del italiano porque el mapa del tesoro venía en esta misma lengua (¿piratas italianos en el Caribe? ¿un toque de exotismo talvez?).
El caso es que luego se llegaba a la escena con los fratelli, los malos malosos, en el restaurante abandonado y uno, que por aquella época se consideraba perspicaz, se decía: “como estos tíos hablan en italiano –con magníficos subtítulos en inglés- ahora llegará Bocazas y se enterará de todo lo que dicen”. Nada más lejos de la realidad: además de poner cara de no enterarse nada, el chico protagoniza la famosa escena de la lengua culinaria.
Seguramente el estudio de doblaje se hubiera complicado mucho menos la vida sustituyendo el castellano por el portugués (no por el italiano, por Dios), pero la película no hubiera tenido el mismo sabor, que es, en definitiva, por lo que cuento todas estas tontadas: porque “Los goonies” es una película mítica por todos estos pequeños detalles.
Lo es porque la historia es trepidante y porque Spielberg es un genio detrás de la cámara. Lo es porque los actores, aunque eran más críos que Macaulay Culkin, ya estaban bregados en esto de hacer películas buenas. Y lo es también por el vestuario increíblemente ochentero, y por la banda sonora con Cindy Louper, y por el doblaje peregrino. Qué duda cabe de que la película no sería ni remotamente lo mismo sin los inventos absurdos de Data o el totalmente fuera de lugar baile del supermeneo de Gordi.
Son todos estos elementos dispares, y a veces contradictorios, los que me impulsaron a comprármela en DVD. Porque por un lado es una buenísima película de aventuras y la que –aunque ahora resulte difícil de creer- me hizo soñar mil historias con esqueletos vestidos de piratas, y por otro es ese típico producto ochentero lleno de unos cuantos gazapos extrañamente entrañables. Y creo que sólo por éstos, y por oír por una santa vez lo que de verdad estaba escrito en el guión –vale la pena oír la versión original-, mereció enormemente la compra.
- Inicie sesión para enviar comentarios
Me ha encantado el artículo porque también me encanta la peli de Los Goonies. Yo no sé cuántas veces la he visto, y es que hasta la primera parte así toda gris y lluviosa me da nostalgia... tremenda peli
La imaginación contra el poder