Muchísimas gracias, Ángeles. Me alegra especialmente lo de que induce reflexiones, muchas veces uno tiene la sensación de que lo que quiere decir no llega, o no del todo, al lector. Y como esto es, en el fondo, fondo, comunicación, cuando en algún caso se produce es una satisfacción enorme. Me alegro de tenerte por aquí.
Ouija
Un relato de L.G. Morgan
Todo empezó con una Ouija. Y habría sido incluso gracioso de no resultar a la postre algo tan trágico. Yo nunca había hecho una Ouija. Bueno, en realidad hasta hace poco ni siquiera sabía que se llamara así. Y tenía que ser a mis sesenta y tres bien cumplidos cuando probara fortuna con eso del espiritismo, que siempre había considerado cuentos de vieja o cosa de chicos, algo de lo que hablar junto a un buen fuego de campamento y también una manera de asustar a las chicas, con la interesada y algo pueril esperanza de que se nos arrimaran en busca de protección.
Cuando ahora lo pienso, creo que fue un poco por todo eso por lo que me dejé atrapar tan cándidamente por la proposición de Julio, aquel sábado noche en el que como siempre nos reuníamos los de la panda para cenar y pasar un buen rato. Sí, puede que hubiera algo de nostalgia en el asunto; el deseo inconsciente de sentirnos jóvenes de nuevo y experimentar emociones largo tiempo olvidadas, de ser un poco gamberros, un poco inconscientes...
Me tengo por una persona sociable y tengo muchos conocidos, pero amigos, lo que se dice amigos, siempre he contado en mi haber con cinco tan solo, incluida entre ellos Teresa, mi mujer. Los otros cuatro son los de toda la vida, gente a la que quiero y a la que creí conocer como a mí mismo. Aunque eso fue antes, parece que hiciera un siglo, porque ahora todo ha cambiado y ya no puedo estar seguro de nada.
¿Se han fijado en que cuando uno dice “mis amigos” siempre se refiere a un único grupo concreto? Aunque se tengan diversas, e incluso numerosas relaciones significativas a lo largo de la vida, la expresión “mis amigos” siempre se refiere solo a unas determinadas personas, aun cuando haga mucho tiempo que se han borrado de nuestras vidas, o hayan cambiado de ciudad o incluso hayan muerto o estuvieran desaparecidas. Los míos, “mis amigos”, fueron adquisiciones tempranas que he conservado toda la vida, como si se tratara de un raro presente que la diosa fortuna quiso sembrar en mi camino cuando aún era lo bastante ingenuo y generoso para apreciarlo en toda su importancia. El primero de ellos es Julio, al que conozco desde los tempranos cursos del colegio. En todas las aventuras memorables de mi vida, en los momentos importantes, en cada hecho relevante ha estado Julio. Siempre presente, desde que puedo recordar.
Amparo es su mujer y mi segunda amiga de verdad. Ella y Julio se hicieron novios con poco más de veinte años, aunque es amiga mía desde un poco antes. En realidad yo les presenté, hecho que saco a colación siempre que puedo, venga a cuento o no. Ella era mi enfermera aquella vez que estuve ingresado a causa de una intervención de apendicitis, por la época de la universidad. La misma época en que conocí a Gaspar, cuando los dos cursábamos tercero en la facultad de físicas. Además de la carrera, pronto fue evidente que nos unían muchas más cosas, gustos raros y un sentido del humor más raro aún, según me temo. Luego yo me casaría con su hermana y eso estrechó lazos aún más. Gaspar está casado con Marisa, una mujer encantadora y divertida que hace el número cinco en mi lista de amistades más próximas.
El promotor de la idea esa del espiritismo fue Julio, no podía ser de otro modo. Es catedrático de filosofía y fisgón vocacional, tiene una curiosidad insaciable y le encantan los juegos. Es así desde niño, siempre le ha gustado experimentar, imaginar, explorar posibilidades... Hace unos cuantos meses empezó a darle con lo paranormal y se metió de lleno en el estudio de cuantos fenómenos abstrusos y tratados pseudocientíficos fue capaz de encontrar, relacionados con el tema de las percepciones extrasensoriales, una jartá de tonterías, como decimos Gaspar y yo, que le han ido sorbiendo el seso poco a poco. Su dedicación llegó a tal punto que sus hijos le acabaron regalando el tablero de marras en su último cumpleaños, sabiendo que daban con el obsequio perfecto capaz de hacer sus delicias. Así que estaba, claro está, ansioso por utilizarlo y descubrir quién sabía qué del mundo del más allá.
Aquel sábado lo preparó todo para una verdadera sesión, como las que se hacían en pleno XIX en torno a una mesa redonda, en silencio y rodeados por velas y la única luz del fuego, que ardía en la chimenea de su antigua casa de campo.
Era después de la cena. Julio trajo a la mesa la caja de su regalo, la abrió y nos enseñó el tablero. Se trataba de una bonita plancha de madera, con letras negras y doradas estampadas en la superficie. En la esquina superior izquierda aparecía la palabra Sí, envuelta en un sol dibujado, y en la derecha la palabra No, dentro de una luna. Entre ambas se podía leer “Ouija”, en letras góticas. Luego estaba el abecedario, colocado en dos semicírculos, y bajo él los números del 0 al 9 formando una horizontal. En la parte inferior del tablero estaba escrito “ADIÓS”, en mayúsculas. En la caja había también un vaso de cristal fino con dibujos esotéricos grabados con ácido. Sorprendentemente, también venían “Instrucciones”. Uno hubiera pensado que en materia espiritual había que comportarse de manera espontánea y cada cual a su aire, pero no era así, el juego del vaso tenía sus reglas, como el Trivial o el Pictionari.
Marisa, que por su condición de gallega parece estar investida de autoridad para estas cosas, nos explicó cuanto había que saber sobre el artilugio y tomó la voz cantante en todo el asunto, sin que nadie hubiera siquiera pensado en disputarle tal honor. Leyó en el papel unas pocas indicaciones sobre cómo comportarnos: había que elegir un medium, que debía ser el encargado de establecer cada contacto con la entidad inmaterial. Le otorgamos el puesto por unanimidad. También necesitábamos un escribiente, que tomara nota de las letras que salieran. Esto se lo pidió Teresa. Y los demás teníamos la edificante tarea de apoyar nuestro índice sobre el vaso puesto boca bajo y enviar energía psíquica para hacer que se moviera.
Amparo y Gaspar eran un poco reticentes, pero los demás les convencimos. A mi me parecía todo muy divertido y no puse objeción al juego. A Teresa le daba algo de miedo pero se refugiaba en su cuaderno y en su papel de secretaria para no tomar parte activa. Y en cuanto a Julio y Marisa, estaban sencillamente entusiasmados. Parecían unos gamberros de instituto haciendo sus primeras pellas.
Para entrar en materia los dos expertos empezaron a contarnos historias de miedo, de posesiones y acercamientos al otro mundo, de presencias sobrenaturales y manifestaciones diabólicas. El miedo es una cosa extraña. Y desde luego se contagia. Poco a poco nos fuimos poniendo serios y la posibilidad de un contacto con algo desconocido cobró realismo en la mente de todos. Las expresiones se hicieron graves y las miradas subrepticias. Los rincones adquirían misterio y los sonidos se volvían extraños y atemorizantes. La música barroca de órgano que había puesto Julio contribuía a acentuar el estado de ánimo indicado. Pusimos las manos alrededor de la mesa, con el tablero en el centro, y siguiendo instrucciones de Marisa nos agarramos y tratamos de relajarnos. Alguna risita que sonaba tensa se escapaba de cuando en cuando.
—Espíritu, si estás aquí manifiéstate –pronunció Marisa con voz solemne. Lo repitió dos veces más.
Yo de pronto dejé de encontrar gracioso nada de aquello. Debía de estar sugestionado pero más que cómicas las palabras de mi amiga me ponían el pelo de punta. Un soplo de aire hizo agitarse la llama de las velas y las sombras se alargaron y oscilaron en torno nuestro. Entonces ella hizo seña para que pusiéramos los dedos sobre el vaso y en cuanto sentí la tibia superficie bajo mi yema, y desde luego sin ser consciente de ejercer ningún tipo de presión, el vaso se deslizó hacia el “Si” y se colocó encima.
Entonces Marisa abrió la sesión haciendo las preguntas de rigor de si era un espíritu, si quería hablar con nosotros, si podíamos preguntarle sobre cualquier tema... a todo lo cual el vaso “contestó” que sí. Luego ella le preguntó cómo se llamaba. El vaso se deslizó suavemente hacia el alfabeto trazando letra tras letra una palabra, m-a-l-i-g-n-o, y se detuvo. Teresa iba leyendo mientras anotaba.
Recuerdo que pensé, aferrándome todavía a la certeza de que era uno de nosotros quien movía el vaso, que alguien estaba empeñado en que aquello fuera inquietante de verdad.
—Pregúntale quién es –le pidió Julio a nuestra meiga particular. Por lo visto había que hacerlo así-. Si es un espíritu o si es alguien vivo y su mente se comunica por telepatía... –yo no pude menos de sonreír ante esta última hipótesis. Julio y su mente abierta...
—¿Quién eres? –formuló Marisa-.
—S-o-y-e-l-a-m-o-d-e-l-o-s-s-e-c-r-e-t-o-s –contestó el vaso, muy rápido. Teresa iba silabeando de corrido, casi como si estuviera leyendo un texto corriente.
—¿Tienes algún mensaje para nosotros? –preguntó de nuevo Marisa.
—M-u-c-h-o-s-y-t-e-r-r-i-b-l-e-s –alguien tenía un sentido del humor un poco extraño, pensé. Admiré sin ambages la rapidez de Julio quien, en mi opinión, era el que movía el vaso. Pero, ¿cómo lo hacía?. Al cabo de tan solo un par de segundos y sin que mediara otra pregunta el vaso contestó espontáneamente:
—P-o-r-q-u-e-n-o-h-a-b-l-a-m-o-s-d-e-t-u-o-p-e-r-a-c-i-o-n
—¿Qué... –Marisa se puso roja como la grana- qué quieres decir –nos miró a todos por turno, ensayando una sonrisa pero sin poder ocultar su creciente incomodidad.
—E-s-o-s-a-r-r-e-g-l-i-t-o-s-q-u-e-t-u-y-y-o-s-a-b-e-m-o-s
Gaspar parecía saber de qué se trataba. Miró a su mujer pidiéndole disculpas con los ojos y le aseguró en voz alta que él no había contado nada ni tenía que ver de ningún modo con aquello. Marisa se sintió obligada a explicarnos que había acudido a un cirujano de estética hacía poco, a estirarse la piel y retocarse pómulos y labios... Que no nos había dicho nada por vergüenza, que era una tonta pero que no sabía qué íbamos a pensar de ella... Se la veía tan abochornada que me dio pena. Hicimos ver que descartábamos el asunto sin darle mayor importancia, pero el ambiente entre nosotros había cambiado sin remedio, ¿quién podía tener tan mala leche para hacerle pasar ese mal rato? No tenía maldita la gracia. Miré a los demás con cierta expresión belicosa, pero parecían tan indignados y sorprendidos como yo. Amparo sugirió que dejáramos el juego.
—Esto es una idiotez –dijo no muy convencida. Se la veía en cambio preocupada por la situación-. Julio, podías guardar este trasto y nos echamos unas cartas, ¿os parece?
A Julio no le parecía. Y creo que a Marisa tampoco; debía de pensar que, después de todo, era de ella de la única que nos habíamos reído. Teresa preguntó si no podíamos despedir a ese espíritu y convocar a otro. Parecía una buena idea. Entonces Gaspar leyó en las instrucciones que para despedir al ente inmaterial que se hubiera convocado había que llevar el vaso al círculo que había en la parte inferior del tablero y que contenía la palabra “adiós”, agradecerle su colaboración y despedirse de él haciendo dar tres vueltas al vaso.
Lo hicimos así y pareció funcionar. Volvimos a colocar el vaso en el comienzo y nos cogimos de las manos. A los pocos segundos el vaso empezó a vibrar y se movió sin que ninguno hubiera puesto un dedo encima. Lo hacía a tal velocidad que se hacía penoso distinguir las letras que indicaba.
—M-a-s-s-e-c-r-e-t-o-s –señaló con vertiginosos movimientos- m-a-s-p-r-e-g-u-n-t-a-s
—¿Quién va a ganar la liga este año? –contesté impulsivamente, sospechando que el juego iba a seguir la misma trayectoria de antes, y queriendo trivializar lo que estaba pasando.
—S-o-n-i-a-g
¿soniag? No tenía sentido. Bueno, respiré aliviado, parecía que habíamos cambiado de tercio, tal vez era un espíritu idiota el de ahora. Antes de que nos diera tiempo a decir algo, el vaso continuó el mensaje.
—s-o-n-i-a-g-a-r-r-i-d-o
Amparo se puso pálida como la cera. Su mano, que estaba sujeta a la mía, se tensó tanto que los nudillos se le pusieron blancos. No era un espíritu idiota, no, era alguien que jugaba con nosotros. La primera vez había dejado un mensaje incompleto, solo para reforzar el golpe de efecto la segunda vez.
Julio inspiró bruscamente y se atragantó. Trató de agarrar el vaso para levantarlo o algo así mientras exclamaba no muy inteligiblemente que habíamos ido demasiado lejos y que qué calumnias iba a tener que oír. Yo no entendía nada. Los demás igual. Nos mirábamos con encogimientos de hombros y negaciones de cabeza, extrañados, unos a otros. Pero Amparo se abalanzó sobre la mano de Julio impidiéndole coger el vaso.
—Ahora no –exclamó con una voz dura que no le conocíamos-, ahora vamos a seguir con tu jueguecito y a oír lo que tenga que decirnos –miraba a Julio con tal expresión herida que me preparé para una revelación dolorosa-. Sonia Garrido –explicó triunfalmente a la mesa- es una muy querida compañera de trabajo de mi marido, ¿verdad Julio? Se quedan a trabajar hasta tarde con bastante frecuencia, ¿no es así? El siempre me explica, cuando yo le pregunto por tanta actividad, que son cosas normales en el ambiente académico y que yo me he vuelto una histérica si veo fantasmas donde no hay mas que una buena relación laboral. Veamos, querido, si el espíritu piensa lo mismo. –Entonces preguntó dirigiéndose al espacio-: ¿Es Sonia la amante de mi marido?
El espíritu pareció pensárselo unos segundos. Luego arrancó:- s-e-l-o-c-u-e-n-t-a-s-t-u-j-u-l-i-o –paró un instante, en suspenso, y continuó- o-l-o-h-a-g-o-y-o
¡Cómo las simples palabras escritas pueden destilar tal veneno! Me parecía oír perfectamente el tono burlón de la pregunta y percibir la sonrisa sarcástica que la hubiera podido acompañar.
Julio bajó la cabeza, derrotado, y aquello fue confesión suficiente. Amparo abandonó de golpe su actitud triunfante para caer en un estado de abatimiento que rayaba casi en desesperación.
Tuve que recordarme una vez más que yo no creía en fantasmas y que el marcador tenía que ser movido por alguien humano y corpóreo. Pero esa alternativa era peor en cierto sentido. ¿Quién entre nosotros guardaba tanto rencor? ¿Qué intención maligna se había ocultado tan bien, disfrazándose de amistad durante tantos años?
Decidido a acabar con aquello, le dije a Marisa que debíamos conducir el vaso hasta el círculo negro y terminar con esa mierda. Pusimos el dedo índice sobre el vaso, que parecía mucho más caliente que antes, y tratamos de moverlo hacia abajo. Digo tratamos porque el vaso no se movió un ápice, parecía soldado al tablero.
—¡Basta! –exclamó Teresa- no tenemos que aguantar esto, tiramos el vaso y ya está.
—¡No! –gritó Marisa-. No se puede hacer así, si levantamos el vaso sin haber seguido los pasos, la presencia que hay aquí podría escapar de su ámbito de actuación e impregnar la habitación, o podría poseernos y obrar a su capricho en el mundo físico.
En ese momento todos soltamos el vaso de golpe. El cristal quemaba. Y el vaso, libre y a su antojo, empezó a circular por el tablero trazando palabras y frases cada vez más hirientes y desvelando secretos de todos y cada uno de nosotros. No queríamos leer pero, a pesar nuestro, una maligna y ferviente fascinación nos hacía quedarnos allí, con la vista clavada en las evoluciones fantasmales de aquel objeto, dispuesto a acabar en menos de una hora con años de amistad, de confianza, de lealtad... sumiéndonos en un mar de ponzoña y de dolor.
Gaspar atravesaba una mala racha económica y se lo había ocultado a su mujer. Teresa y yo no nos habíamos atrevido a hablarles de la inclinación sexual de nuestra hija porque les considerábamos, sobre todo a Gaspar, muy conservadores. Amparo hacía pequeños hurtos en el Corte Inglés cuando estaba deprimida, cosa que ocurría con cierta frecuencia... Allí no se salvaba nadie. Los secretos se sucedían...
Cuando se hubo revelado todo lo que cada uno guardaba en el cajón de lo más íntimo y personal, el vaso pareció cansarse y abandonó el juego. Sin transición alguna se deslizó en silencio hasta el círculo negro y quedó allí parado, aguardando. Uno por uno pronunciamos la palabra “adiós”. Algo intangible nos dijo que se había ido, como si la habitación en la que nos encontrábamos se hubiera quedado vacía de pronto y el aire hubiera dejado de estar cargado de electricidad. La temperatura subió perceptiblemente.
¿Pueden cambiar unos pocos momentos la historia de toda una vida? La respuesta desde esa noche sombría es sí. Y así lo comprendimos todos. Supimos que después de esa experiencia nada volvería a ser lo mismo. El pasado, el presente, incluso el futuro... todo parecía distinto de golpe. Las historias que arrastrábamos tras de nosotros, los años pasados, el cariño, el esfuerzo por mantener los lazos que nos unían, todo había cambiado de color. Solo permanecía el peso de las revelaciones, el poso amargo de lo nunca dicho, de lo oculto y lo secreto. Y el vacío enorme...
Nos dejamos envolver por esa otra voluntad ajena a las nuestras que se había manifestado en medio de nuestra incredulidad, y también ingenuidad y falta de prevención quizá.
Y lo destruyó todo.
Después de esa noche intentamos recomponer los pedazos rotos pero fue en vano. Pensamos que el tiempo acabaría borrando el recuerdo de lo que pasó y nos dijimos que no había nada irreparable y que nuestra amistad sería capaz de resistirlo.
Pero nos engañábamos.
Porque hay algunos secretos que es mejor mantener enterrados para siempre.
L. G. Morgan
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Muy bueno, no había tenido tiempo para leerlo tranquilamente y ahora que lo he hecho me ha gustado. Muestras muy bien el modo en que los secretos se acumulan con el paso de los años y en las consecuencias que habría en caso de que se rompiese el dique... Como decíais, cuestión de comunicación.
Muchas gracias Aldous, un placer "comunicar" contigo XD. Nos leemos.
Bastante chulo el relato.
Ya de por sí, me gustan mucho las historias sobre ouijas y más aún aquellas (muy en plan Stephen King) donde los protagonistas guardan secretos que se van a volver contra ellos y morderles donde más les duele. Aquí tenemos las dos cosas así que, estupendo.
Tiene tensión para dar y regalar, los lazos entre los amigos están bien construidos (para no ser una novela y sí un relato no demasiado largo), tiene un buen ritmo y está bastante bien escrito. Quizás mi pega es que le falta algo de esa tensión del principio justo cuando el espiritu se despide, pero salvo eso, bastante bueno.
Muchas gracias, Darkus.
Lo de la tensión que decae, que no digo que no sea un fallo, solo que es buscado; es porque para mí, cuando se produce la desaparición definitiva del ente todos han pasado ya por una especie de catarsis, todas las revelaciones han sido hechas, luego es la sensación del "¿qué nos queda?" que te deja agotado, como el momento de bajón después de un esfuerzo y un desenlace (del tipo que sea ;)).
Muy buen relato. Induce a profundas reflexiones sobre bastantes cosas. Y además muy bien escrito. el ritmo es el adecuado, la descripcion de los personajes tambien, y el clima de tension se palpa perfectamente.
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