Rojo alma, negro sombra
Reseña de la novela de Ismael Martínez Biurrún publicada por 451 Editores
No creo que deba avergonzarme de mi condición de fumador, aunque me arrepienta de ella a diario. Sé que mi cuerpo se resentirá en algún momento y querrá cobrarse la justa venganza que se merece por haber sido víctima de mi viciosa inconsciencia con algún tipo de enfisema, cáncer u otra terrible enfermedad. El caso es que siempre supe que mis pulmones se acabarán convirtiendo en un tramo de la autopista AP-9 y que otros órganos los seguirán en resignada consunción.
Sí, siempre lo supe pero nunca me imaginé el aspecto real que podría llegar a tener una vida dedicada al tabaquismo; hasta que vi las imágenes que ahora acompañan a las cajetillas de tabaco. Ya dice el refrán que una imagen vale más que mil palabras. Vale, pero digamos que soy más estúpido que responsable y la sensación de incomodidad duró poco. En honor a la verdad, duró el tiempo que tardé en encenderme un pitillo. Lo sé, soy un irresponsable y un adicto sin remedio.
No obstante, la experiencia me valió para, llamadme rarito, hacerme la misma pregunta cada vez que veo esos intentos de hacernos abandonar nuestra enfermiza dependencia: “¿Por qué no ponen algo parecido en las portadas de los libros de terror?”.
Imaginaos que vais a una librería y seleccionáis un libro de horror al azar y en su cubierta una imagen recuadrada en rojo de una persona con unas ojeras que podría guardarse en los bolsillos, los ojos inyectados en sangre, la mirada desesperada… y el pie de foto fuese una advertencia: “Leer este libro puede provocar insomnio crónico”. ¿No estaría bien? Cada cual estaría prevenido de antemano para obrar en consecuencia.
Pues si esto fuese ya una realidad, no hubiese escogido este libro para leer. Tendrían que haberme guardado la curiosidad para salvaguardar mi frágil equilibrio mental. Bien pensado sería imposible porque a no ser que la cubierta fuese tamaño DIN A3, nunca podrían prevenirnos de todo lo que nos espera al leerlo.
Para empezar no creo que sea un libro de terror sobrenatural. Aunque este elemento sea el pegamento que acabará uniendo todas las piezas, el miedo que se desprende es mucho más terrenal y poliédrico. Miedo al abandono, a la incomprensión, a la soledad, a la violencia, a sentirse inútil, a la humillación, a la falta de horizonte, a la falta de criterio… Miedo mundano, próximo y real. El peor de todos.
Nos encontramos ante un estudio sobre la condición humana. Un acertadísimo cuadro pintado por personajes de distintas edades, estratos sociales y géneros, que confluyen en el mismo vórtice de un aterrador ciclón emocional: el miedo.
Cada personaje está construido sobre temores; desasosiegos personales que acabará compartiendo con el resto de actores de la trama y sobre el que construyen cada uno de sus otros rasgos de personalidad. Es complicado admitir que lo tenebroso que oscurece nuestras existencias sea el motivo que nos impulsa a continuarlas y lo que condiciona las mismas.
Las sombras no son más que antiguas cicatrices, recuerdos escondidos y enterrados que buscan una salida y liberan emocionalmente a los implicados. Son el lastre ignorado de Elías y las respuestas extraviadas de Berta.
Impecablemente tejido, el hilo argumental me ha envuelto como una telaraña de sensaciones que me obligó en todo momento a continuar la lectura sin volver la vista atrás, aun intuyendo que no sería saludable permanecer con el libro en las manos.
Técnicamente genial con un estilo intachable y un argumento envolvente. No puedo decir más.
Bueno sí, un aviso que me seguramente obviaréis:
“Leer este libro puede hacerte reflexionar”
Advertidos quedáis.
Senén Lozano
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De los mejores libros en castellano que he leído. Además, creo que puede enganchar a los no aficionados al terror. La prosa es rica y ágil y los escenarios atrapan sin remedio. Eso sí, qué congoja en las últimas escenas. No recomendable para padres sensibles
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.