Reseña de la antología de Pedro Escudero Zumel publicada por 23 Escalones
El microrrelato está cada vez más de moda. Apenas hace unos días leía en el periódico noticias sobre mensajes de twitter de los que han escrito novelas o que han inspirado series de televisión. Reconozco que es un formato que no me atrae demasiado, noto que le faltan palabras, que se deja demasiado a la imaginación del lector. A veces no parecen relatos sino chistes o frases lapidarias. ¿Realmente se puede escribir una historia con eso?
Esa bella melodía, de Pedro Escudero Zumel, es un ejemplo de las posibilidades que da el formato. Casi todos los microrrelatos que componen la antología son muy cortos, las palabras se reducen al mínimo para centrarse sólo en la idea. ¿Y cómo rellena el lector los huecos que faltan para entender el relato? Pedro Escudero recurre al imaginario colectivo, a los mitos clásicos, a los cuentos para niños, a la religión, cosas tan conocidas que no hace falta describirlas para que las veamos en la cabeza. Y es efectivo, la idea se remarca, se hunde en nuestra conciencia mientras son nuestros propios conocimientos los que crean el marco. A veces encontramos relatos más crípticos, pero estos se combinan después con relatos más largos donde entendemos a posteriori lo que nos ha contado antes. Los relatos son aparentemente independientes entre sí, pero se entremezclan, se continúan, hay personajes que se repiten, algunas situaciones, y esto le da unidad y continuidad a la obra.
El niño es uno de los grandes protagonistas de estos relatos; a veces los niños sufren y otras son los monstruos que nos atormentan, niños que al verlos hacen que te sientas mal, que son el reflejo de una sociedad enferma, en los que absolutamente nadie se libra del horror. Muchas veces el niño es el monstruo.
Otro tema que trata repetidamente es el de la muerte, excesiva, cruda, repulsiva en ocasiones, cotidiana en otras, y estas son las más terribles. La soledad, el miedo, la crueldad, la mentira son temas que se van tocando a lo largo de los ochenta y siete relatos que componen el libro, sin dejarnos un respiro.
Esa bella melodía no es una historia de miedo, no ahonda en los temores del ser humano para hacerte temblar, sino que la veo más bien una crítica social; a través del humor negro vemos una sociedad malsana, el horror no está dentro de nosotros, está a nuestro alrededor, en todo lo que nos rodea, en las cosas que creíamos inocentes o que nos traían esperanza: Los amantes se separan para reencontrarse en un campo de batalla donde uno de los dos tiene que morir, los cuentos de hadas no tienen finales felices, es la víctima la que destripa al asesino, somos nosotros los monstruos y lo sabemos, intentamos disfrazarlo con mentiras pero suena la melodía y nos lo recuerda, una y otra vez. El formato parece el más adecuado adecuado para expresar el mensaje, el texto se presenta sin adornos ni artificios, la frase desnuda para que la idea nos llegue de forma más contundente.
Para mí ha resultado demasiado contundente, demasiado duro. Siempre he tenido problemas con el humor negro: no lo veo divertido, lo veo cruel, no soy capaz de apreciar la ironía, sino que me quedo pensando en el fondo y lo veo terrible y desolador. Me hubiera gustado un poco de esperanza, al final.
Una reseña muy meritoria. No es habitual que se consiga separar la impresión personal de la general. Este libro caerá en breves, dentro de muy muy poco, así que a ver qué opino...
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.