La fiterastia

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Sobre las losas marmóreas de la galería corre ella, sin siquiera haberse calzado los pies. Va con sus senos enardecidos, meneándose por la celeridad de su correteo; con la anemia en sus manos empuñando el faldamento para no tropezar; con los rizos de metal y sangre de su extensa cabellera acariciando al céfiro diurno; con sus ojos jaspeados dándole la bienvenida al Sol y reflejándole.

Intrigada, contempla el patio central del palacio a través de los vanos de los intercolumnios. Allí en medio, bajo el fulguroso resplandor, se contornea y mece, junto a una música de cuerdas, una figura muy peculiar.

 

En el firmamento los cúmulos anublan al astro cercano, mas le permiten pincelar con sus haces alguna parte del paisaje célico. En su camino parecen emigrar hacia otros lugares, y dejan al irse el inconfundible sello de los indómitos dueños del aire.

 

La lluvia es pasajera; de todos modos Gea no percibe ni a la humedad, ni al frío. Acaba de llegar a la entrada del patio y acaba de ingresar. Aún sujeta su vestido. La fina llovizna moja su piel. Su piel se asemeja, por la candidez, a las cúpulas que residen en las nubes más altas. Nada hay más lejano a esta blancura que su alma misma. Tal vez sólo las gotas, cuando comienzan a descender, puedan compararse con la frialdad que en su interior reside. Es que con el tiempo, su mente albergó espacio únicamente para su persona y también para ensoñaciones egoístas de caracteres insólitos, abismándola hacia una soledad poco frecuente, ésa que sólo los lunáticos pueden experimentar.

 

A pesar de esta descripción, en donde abunda el invierno atroz, hoy es un día de primavera; la estación lleva un mes.

 

La doncella está asombrada; sus impasibles ojos no lo demuestran, pero se evidencia su perplejidad cuando suelta su vestido sin importarle que la falda caiga y se moje en el charco.

 

Gea corrobora lo que creía haber visto: había alguien moviéndose de un lado al otro en el centro del patio. Había también una música como a lo lejos. Ahora puede contemplar con claridad al danzarín misterioso, abrasado en agua de lluvia y empapado por el sol; ahora escucha también la melodía un poco más nítida. El instrumentista ejecuta su guitarra, mientras baila al ritmo sin ropaje alguno. Se trata de un hombre, un hombre adulto; tiene las pupilas como de hojas lozanas y los cabellos como de hojas secas; los pliegues de su piel, que hablando de años ya vetustos, hacen alabanza del aspecto fornido que su cuerpo aún conserva, tal como los anillos de los leños enaltecen cualquier figura arbórea.

 

Barbitaheño, el caballero de canto grave se acerca a la doncella sin pudor de que ésta se avergüence por su desnudez.

 

—¿Quién osa irrumpir en mi palacio como albuznaque, sin temor ni sonrojo alguno por su estado? cuestiona Gea, mientras se tapa la vista.

 

Él interrumpe su música, desea contestarle.

 

—La Tierra no pregunta nada a su Agrónomo, el que sabe cómo cuidarla, su único amante entre todos los hombres y sonríe amablemente. Ése soy yo, Gaia, soy tu Giorgios.

 

Jorge retoma el primer acorde y entona su canción:

 

«Ya días ha de mi cantar enhiesto,

Y hasta el agora, que mi andar perdura,

No me han podido aberruntar aquesto:

Una mujer de grande fermosura.

 

Asaz ha visto mi cantar honesto

Que la belleza está en cualquier criatura.

Empero queda mi pensar depuesto

Al conocer tan poética dulzura.

 

Suenan los versos para los amantes:

“No hay en el mundo alguna comparancia,

No hay en el cielo amores semejantes,

 

No hay en mi ser la mínima escogencia.

Eres mi Gaia, tienes la fragancia,

Yo soy tu Giorgios, tengo la potencia.»

 

Desde el balcón principal, con las manos descansando sobre la mesilla de la balaustrada, el rey observa la situación junto al atónito príncipe. De a ratos, avergonzado, se cubre el rostro con un palmar. Allí abajo, Gea, despojada de atavíos, se aferra a la corteza del tronco de un roble albar, el único árbol en todo el palacio y a la vez su residente más antiguo.

 

El vestido, tendido en el suelo, es arrastrado por la ventisca junto con la hojarasca. El rey lo mira detenidamente y dice: «¿Ahora comprenderán tus padres, Jaime? y siente como si fuera él mismo quien estuviera desnudo, ¿comprenderán por qué mi hija no puede casarse con nadie?»

 

El príncipe medita y luego interpela: «¿Acaso es remiso suyo el andar al aire libre y treparse a los árboles? No le veo tanta gravedad al asunto…»

 

—No, hijo mío y su tono se llena de tristeza, tanto como de humedad sus ojos y de impotencia su alma. No está jugando sobre el árbol… le está haciendo el amor.

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Patapalo
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Un relato muy peculiar, pero que creo que funciona muy bien. Me ha gustado la conjunción entre poesía y acción, entre el ambiente algo mitológico y la contemplación externa de los testigos indiscretos.

Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.

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Mauro Alexis
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      Muchas gracias Patapalo, no sólo por el comentario, sino por tomerte el trabajo de colgar todos nuestros escritos. Respecto al relato me siento contento de que te haya gustado, supongo que con el tiempo y la práctica uno va mejorando de a poco. Saludos!

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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_Pilpintu_
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Pues a mí me ha encantado! Es buenísimo! Creo que está totalmente a la altura de tu Claroscuro y Leónidas; sí señor, espero que nos regales más perlas como esta! 

Mis felicitaciones por tan maravilloso texto. (Lo mejor de todo es que los primeros párrafos me parecieron demasiado, pero el texto va mejorando y mejorando hasta su espléndido final!! )

...(...) "y porque era el alma mía, alma de las mariposas" R.D.

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Mauro Alexis
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     Hola Pil, hacía rato que no pasaba yo por aquí, te agradezco mucho el comentario y me alegra que te haya gustado tanto. Espero que nos sigamos leyendo mutuamente. ¡¡¡Saludos!!!

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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Nachob
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Creo que tienes un concepto muy exigente a la hora de escribir, lo que hace que busques  y experimentes con recursos y expresiones para que el relato sea hermoso tanto por dentro como por fuera. Pero con un listón tan alto, el nivel de dificultad es tal que en mi opinión hace que el relato no sea suficientemente homogeneo, con partes que me han encantado, como el final, y otras que me han parecido confusas, e incluso enrevesadas (?albuzneque?).

Así, una hermosa y poética historia, bellamente escrita, no acaba, por esta distinta suerte en la utilización de los recurso, en ser para mí un relato redondo del todo.   

 

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Victor Mancha
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Pue me ha costado un poco entrar en este relato. El comienzo especialmente, me ha parecido un poco recargado, y he encontrado alguna repetición que no ha sido de mi agrado. Por suerte luego el relato mejora y parece que te desprendes de una cierta pretenciosidad y artificio que me ha parecido entrever al comienzo, y el relato mejora sustancialmente por ello. El final si me ha gustado mucho y me ha dejado un buen sabor de boca. Un relato como mínimo, interesante. Buen trabajo.

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Mauro Alexis
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      Saludos, Victor, saludos, Nachob. Gracias por pasar por aquí y criticar. Realmente me sirven mucho las recomendaciones que me dan, sobre todo lo que has dicho tú, Nachob. Tienes razón cuando dices que al querer introducir tantas ideas juntas termino elaborando un relato-mozaico. No es la primera vez que me pasa. Tandré presente en mi próximo escrito lo que me has recomendado, procurando —en caso de que me proponga emplear concepto varios— entrelazar las ideas de maneera tal que formen parte de un compuesto homogéneo. Gracias y saludos.

"Habla de tu aldea y serás universal."

 

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