Fornicar con una prostituta de Plaza Constitución es más peligroso de lo que uno piensa. Y no estoy hablando de las ladillas, ni de contraer SIDA.
Luego de haberme montado, la curvilínea y morena señorita de ojos negros me aferró las muñecas con sus garras, apretándome los costados con las piernas torneadas mientras los ácidos de su vulva de súcubo quemaban mi glande. Quiso besarme, pero yo esquivé su arremetida a tiempo: su boca abierta estaba rematada por un par de caninos arqueados. Empezó a hacer amagos a uno y otro lado de mi cuello, como una cobra al acecho.
(Al contemplar esos colmillos no podía creer que unos minutos antes esas temibles fauces hubieran envuelto mi venoso falo con tanta ternura.)
Opté por razonar con ella. Quien tiene clase sabe que el uso de la fuerza siempre debe ser el último recurso.
—Querida: en primer lugar debo decirle que ha sido usted muy considerada al no desplegar semejantes navajas mientras me practicaba la fellatio. De otro modo, todo esto hubiera sido una carnicería. Por otro lado, antes de morderme creo que debería saber que mi sangre es mala: soy diabético. Además padezco de bruxismo. Y puesto que también sufro de protrusión maxilar, si usted me vampirizara, estaría condenándome a lastimar mi labio inferior al dormir, día tras día, durante toda la eternidad. ¿No le parece un tanto cruel?
Ella ya no mostraba su letal dentadura. Sus ojos negros me miraban confundidos. Gruñó primitivamente, como suplicando por un intérprete que tradujera mis palabras a su repentino lenguaje rudimentario.
—Y además tengo algunas piezas torcidas y debo usar brackets, ¿ve? —Le mostré mi más radiante sonrisa—. No, no los ve. Claro que no. Porque son brackets linguales. También los llaman “invisibles”, y son mucho más caros que los convencionales. Mi pregunta es: ¿se adecuarían mis costosos brackets a los comillos que me otorgarían su feroz mordida? Yo creo que no. Tendría que ver a mi odontólogo para una rectificación. Una picardía, ahora que estoy en el tramo final del tratamiento.
(Doble gruñido.)
—¡Ah! Y debe saber usted que soy trompetista. Amo a Miles Davis. ¿Ha escuchado The Man with the Horn? ¿No? Pues hágalo: ¡es uno de los discos más revolucionarios del jazz moderno! No toco como él, desde luego. Pero si usted me mordiera, yo tendría aún menos posibilidades de emular a mi querido Miles, ya que no existe ninguna boquilla apropiada para una boca vampírica.
(Más gruñidos e interjecciones diversas.)
—Y si todas las razones anteriores no le parecieran suficientes para evitarme su penetrante besuqueo, entonces agregaré que soy vegetariano. De veras. No querrá que termine como el Conde Pátula, ¿no? Pátula, el pato-vampiro. Duckula, en inglés. ¿Tampoco lo conoce? ¡Querida! ¡Tiene tetas grandes pero poco acervo! Duckula es un dibujo animado cuyo protagonista es un pato-vampiro sensible, bondadoso y vegetariano. Bebe jugo de zanahorias y come helados de fruta en lugar de alimentarse con sangre. Es la vergüenza de una orgullosa casta de sanguinarios monstruos, seres como usted…
Entonces ella se cansó de escucharme y una vez más reveló esos colmillos. Pero no la dejé actuar. Me transformé rápidamente y con mi apasionado beso de licántropo desgarré sus lindos senos y le rompí el esternón.
Buenísimo Néstor, te doy mi voto porque no sé dónde hacerlo. Saludos Neli