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“Terapia de choque”
El cuerpo de aquella muchacha, en aquel instante, semejaba a un muñeco de paja. Sus brazos caían desmadejados por un lateral de la cama y su pelo revuelto ocultaba su cara. Las sábanas tapaban el resto de su cuerpo como si hicieran un favor al resto del mundo retrasando la imagen que se escondía bajo ellas.
Allí no había nada que preguntar, no había nadie que pudiera responder. Los pequeños detalles que despedían a una mujer bonita gritaban rotundos desde la decoración de aquella habitación. La misma habitación que hasta entonces había formado parte de un hogar y que ahora guardaba el recuerdo sucio contra el que tendría que luchar para conciliar el sueño.
Una llamada de tantas. Una madre desesperada que gritaba pidiendo ayuda al otro lado del hilo telefónico. Una madre más sintiéndose culpable. Un caso más. Un expediente entre tantos.
Refunfuñó algo entre dientes dirigido al hombre que hacía fotografías a su lado. Lo único que le respondió fue un nuevo fogonazo del flash.
Abandonó la escena, escaleras abajo, para salir al mal llamado mundo. De inmediato, un soplo de aire le movió el flequillo y le refrescó la sensación de angustia sin que apenas se diera cuenta. Su mente seguía enredada en los cabellos de aquella muchacha.
Nunca lograría acostumbrarse, ni siquiera el dar con el culpable del dolor conseguía devolver la normalidad a su vida. Después de todo lo que había visto, su vida no era una vida normal, sólo era la vida que había escogido.
Ahora sólo quedaba esperar. Aquel cuerpo contaría algo de lo que su dueña no pudo y él ya había aprendido que el final de aquellas historias no se contaba con palabras.
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Siempre le dijeron que el miedo era una debilidad, un lastre innecesario que le impediría crecer como persona y avanzar hacia la vida que quería construirse.
Ella se sabía valiente. Lo había demostrado frente a mil y una situaciones complicadas de su vida, pero no era suficiente, no cuando trataba de enfrentarse a la peor de sus pesadillas.
Los que para el resto del mundo no pasaban de ser insignificantes insectos con muchas patas, para ella eran el detonante de un miedo irracional y, por supuesto, incontrolable. Su cerebro no admitía ni la orden ni la necesidad de tranquilizar a su corazón enloquecido. Su respiración se agitaba hasta el punto de resultar insuficiente para llenar de aire sus pulmones. La boca se le transformaba en una cavidad reseca, inútil hasta para gritar en busca de la ayuda o del simple desahogo nervioso.
Arañas... su mayor miedo. El miedo... su mayor debilidad.
A lo largo de los años, su madre le había concertado citas con cuatro psicólogos diferentes, pero ninguno consiguió curarla de aquello que llamaban aracnofobia.
Cuando aquel número de teléfono llegó a sus manos no se hizo ilusiones, había aprendido a no creer en los milagros, pero intentarlo una vez más tampoco la mataría.
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_ Las partículas sólidas encontradas en la cavidad bucal resultaron ser pelos.
_ ¿Humanos?
_ No. Pelos de araña. Concretamente pertenecientes a la especie Gramastola rosea, comúnmente llamada tarántula rosa de Chile.
_ ¿Chile? ¿Qué diablos hace una araña chilena en pleno centro sevillano?
_ Según el informe, es característica de la sabana centro chilena pero es un animal muy exportado como mascota.
_ ¿Murió envenenada por la araña?
El experto negó con la cabeza.
_ Entonces... ¿Cuál es la causa de la muerte?
_ Fallo cardiaco.
Algo en la expresión del forense le hizo restarle veracidad a aquel diagnóstico.
_ Pero ...
_ Pero el corazón estaba... _ notó que buscaba una palabra no técnica que le ayudara en su explicación _... rígido... y los índices de adrenalina eran demasiado elevados, además sus pupilas estaban dilatadas.
Aquello no le ayudaba a comprender cómo había muerto la joven y debió parecer perdido, porque el forense argumentó su opinión médica.
_ El hipotálamo ha recibido un intenso estímulo, provocando un exceso de adrenalina liberada y una modificación bioquímica en el músculo cardiaco. El hipotálamo estimulado, induce a las glándulas adrenales a lanzar al torrente una gran cantidad de catecolaminas, como la adrenalina y la noradrenalina. _el especialista se veía tan cómodo moviéndose en aquel lenguaje que Mateo decidió no interrumpirlo _ Estas sustancias contraen los vasos sanguíneos y aumentan la posibilidad de inducir un coágulo.
Calló sus palabras y miró al agente.
_... el cuerpo se prepara por si sangra. Es extraordinariamente sabio y ante una situación de estrés es capaz de dilatar las pupilas para agudizar la vista y desviar sangre del sistema gastrointestinal hacia los músculos para enfrentar una posible huída.
Parpadeó consciente de que divagaba y volvió a escudarse en aquel tono técnico que manejaba en su trabajo.
_ El exceso de adrenalina liberada provoca una modificación bioquímica en el músculo cardiaco que permite la entrada de gran cantidad de calcio al interior de las células, como consecuencia, el sistema eléctrico del músculo falla y se precipita una arritmia general... con resultado de muerte, una muerte casi instantánea por una arritmia caótica.
_ Conclusión... en cristiano, por favor.
_ Marta Reinosa murió de miedo.
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En aquella sala de espera no había nada que hiciera promesas de curaciones instantáneas, sólo una luz súbita que asaltaba a los ojos, pero tampoco esperaba encontrar nada diferente.
Aquel anciano pulcro sonreía ladeando la cabeza y tenía el aspecto de un médico pobre, sin pretensiones de aparatos sofisticados ni presuntuosas titulaciones envejeciendo en las paredes.
No se lo había contado a nadie. Ni siquiera a su madre, aunque ella no se hubiera negado. No, desde que presenció uno de sus ataques de pánico al descubrir uno de aquellos “monstruos” caminando sobre el mantel extendido del primer y último picnic de su vida. No. Ella sabía que aquello era un verdadero problema, pero quizás hubiera puesto reparos ante aquel anuncio del periódico que prometía: “Terapia de choque para cualquier fobia. Resultados 100 % garantizados.”
Tampoco quería que sufriera creándose falsas esperanzas, después de todo, una madre es una madre y tienden a ver la luz al final del túnel pensando: “Esta vez todo se va a solucionar, pequeña.”
Pero sus intenciones de mantener al margen de todo aquello a su progenitora se fueron al traste conforme fueron avanzando las sesiones, a razón de una por semana.
Durante la primera, la consulta consistió en poner al corriente de su “problema psicológico” a aquel hombre que parecía tener un don natural para ganarse la complicidad de sus pacientes.
El nivel de dificultad fue aumentando y llegó el momento, en la siguiente sesión, en la que aparcaron los recuerdos tétricos de su memoria para beneficiarse del enfrentamiento a su propio miedo, en una primera fase, en la que desfilaron ante ella fotografías a todo color de aquellos pavorosos arácnidos.
Sus músculos se ponían rígidos y su cuerpo se cubría de un sudor frío. Su cerebro repetía: “sólo son fotos, sólo son fotos” pero su respiración se agitaba y sus ojos se esforzaban en despegarse de aquel papel. Sus manos temblaban y aquellas malditas arañas parecían poder saltar de las fotos. En un par de ocasiones estuvo a punto de desmayarse pero algo en su cuerpo hizo que el oxígeno siguiera llegando a su cerebro para superar aquella tortura.
La segunda fase del enfrentamiento fue aún peor. Con la sala completamente a oscuras aquella pantalla cobraba vida y la imagen en movimiento de aquellas espantosas entidades se quedaba grabada en su retina por mucho que sus párpados se cerraran para protegerla de tan espeluznante visión.
Su cuerpo paralizado trataba de mimetizarse con la tapicería del sillón y aquel sonido... los granos de tierra desplazándose bajo el peso de aquellas patas... como un alud que amenazaba con sepultarla.
Llegó a perder el conocimiento, pero mereció la pena. Después de noches infectadas de aquellas imágenes; de sueños interrumpidos por sobresaltos y alaridos desconsolados, el especialista que doblaba la cabeza cuando sonreía, decidió que estaba preparada para la última parte de la terapia. La fase definitiva que acabaría con su fobia a las arañas.
Todas las angustias, los temblores, las pesadillas, los escalofríos, las desconfianzas y las vergüenzas... todo había merecido la pena si con aquello lograba superar su miedo.
Nunca se había sentido tan capaz de controlarlo como en aquel momento y su madre estaba tan orgullosa como ella.
Le ayudaría en la última fase de la terapia. En ningún momento dudó de que contaría con su apoyo. Ni siquiera cuando aquel anciano pulcro con aspecto de médico pobre la avisó de lo duro que podría resultar.
_ No flaquee. Usted debe mostrar entereza cuando a su hija le falle la suya. Escojan un lugar tranquilo y familiar para que se sienta lo más cómoda posible... su dormitorio estaría bien.
Le tendió una caja de cartón con la tapa perforada por pequeños agujeros.
Marta prefirió no mirar, ya era bastante terrorífico escuchar cómo el cartón era arañado desde dentro.
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Su hija está tendida sobre su lecho, intentando respirar profundamente para superar aquella prueba.
Un último beso para darle ánimos y un guiño de complicidad antes de agacharse a los pies de su cama.
El remedio a sus problemas corretea por el suelo de madera buscando un rincón acorde a sus necesidades.
Salió del dormitorio con aquella caja vacía entre las manos. Necesitaba música a todo volumen para aislarse, para evitar que la voz de su hija minara su entereza.
Cuando los gritos cesaran y el silencio volviera al dormitorio, entraría.
Marta lo habría conseguido.
Fin
Los asíduos al foro de Literatura ya os habréis dado cuenta: reciclaje literario