Los Proyectos Manhattan

Imagen de Kaplan

Reseña del primer tomo de la obra de Hickman y Pitarra editado por Planeta DeAgostini

 

El aprendizaje que supuso para Jonathan Hickman la creación de sus primeras miniseries para Image (de las que os hablamos en El Jonathan Hickman de Image I y II) culminó en Marvel con sus celebradas estancias al frente de Guerreros Secretos, Cuatro Fantásticos o SHIELD. A partir de ahí, su fama le hizo convertirse en el sucesor de Bendis al frente de las series de Los Vengadores (con permiso de Remender y, en menor medida, Nick Spencer), con unos resultados que aún están por ver. De forma paralela a ese ascenso fulgurante, Hickman no ha dejado de lado sus cómics más personales (si bien todos sus cómics son muy personales) en Image, pero la fórmula ha cambiado. Hickman es ya un autor con voz propia que ha demostrado -a sí mismo- ser capaz de desarrollar tramas amplias. No necesita engolar la voz para darse importancia y ha perdido el miedo a que sus cómics se tomen su tiempo y, milagro, tengan sentido del humor más allá del distanciamiento cínico del que hacía gala en El Informativo Nocturno. Todo esto se concreta en Los Proyectos Manhattan.

Acompañado, como en The Red Wing o algún capítulo de SHIELD, por Nick Pitarra, Hickman plantea en esta serie regular una fantasía en la que los principales genios científicos de la segunda mitad del siglo XX se unen en un programa amparado por el ejército estadounidense para tratar los casos secretos de ciencia extrema, por llamarlo de algún modo. Einstein, Oppenheimer, Fermi, Von Braun y compañía tendrán que hacer frente a encuentros con alienígenas, dimensiones alternativas y ejércitos de androides samuráis. Pero, por si fuera poco, alguno que otro de estos científicos esconderá espantosos secretos que amenazan con llevarse por delante nuestro plano de la realidad.

Semejante trama, más propia de un Warren Ellis acelerado que del hasta ahora algo seriote Hickman, se presenta libre de esos ramalazos de artista que vimos, por ejemplo, en The Red Wing. Pitarra se aleja por tanto de Frank Quitely y parece mirar más al estilo de Geof Darrow cuanto más grotescas son las ideas concebidas por Hickman. La inmediatez y la chifladura de la historia funcionan muy bien en este primer tomo editado en nuestro país por Planeta DeAgostini, adentrando al lector en una espiral de sinsentidos que bien podría ser la versión bañada en ácido de ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú.

De momento, este cambio de estilo hacia lo juguetón (sin abandonar por ello conceptos puros de ciencia ficción) que ha tomado Hickman gusta y logra que pique la curiosidad. Habrá que ver si a la larga la fórmula cansa o se mantiene igual de adictiva.

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