El exterminador(T)

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Gandalf
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Cuando Alberto Bouzas recibió la llamada de la señora Freire, con una rapidez profesional se cambió de ropa y se dispuso a cumplir con su trabajo. A sus cerca de sesenta años, hacía más de treinta que cumplía con eficacia su oficio de exterminador de plagas, aunque él disfrutaba especialmente acabando con las ratas. Siempre había aborrecido aquellos roedores. Alberto cogió las llaves de su vieja y destartalada R5 y salió de su piso.

Marta Freire Muñoz vivía a las afueras de la ciudad, no muy lejos de la playa de Doniños. Su casa era una vieja construcción de las que ya quedan pocas, y hacia allí se dirigió Alberto.

Aparcó frente la verja que daba acceso a la finca y salió de la furgoneta. Frente a él, detrás del oxidado portal, había un pedregoso camino que serpenteaba hasta la entrada de la casa. Abrió el maletero de la R5 y cogió de su interior una mochila que se puso a la espalda y una riñonera. Después cerró el maletero y recorrió el camino hasta la puerta de la casa y la golpeó con los nudillos. Al cabo de un rato, una anciana de unos noventa años abrió la puerta.

-¿Sí? –preguntó.

-Soy Alberto Bouzas, el exterminador –respondió Alberto-. Usted me ha llamado hace un rato.

-Sí, es cierto –respondió la señora Freire-. Lo cierto es que tengo un problema gordo en el sótano. Pase, por favor.

El interior de la casa era tan viejo como el exterior. En una esquina, un viejo televisor en blanco y negro emitía “La ruleta de la fortuna”. Un poco más cerca de la entrada había una apolillada mesa sobre la que descansaba un anticuado teléfono negro de rosca.

-Bueno, usted dirá –dijo Bouzas volviéndose a la anciana-. ¿Cuál es el problema?

-Ratas –respondió Marta-. Ratas en el sótano. Y por el ruido que hacen, parecen grandes.

-No hay rata lo suficientemente grande para mí –aseguró Alberto, esbozando una sonrisa confiada-. Le aseguro que esto no me llevará mucho tiempo.

-No se confíe tanto –replicó Marta-. Ese sótano es muy grande. Mi marido, que en paz descanse, amplió el sótano con un túnel que llega casi hasta la playa. Quizá tenga que caminar mucho, ¿no quiere que le prepare algo? Puedo hacerle unos bocadillos…

-No se moleste, señora. Si hay que andar, se andará, pero le aseguro que hoy acabaré con esas ratas. Me gustaría empezar cuanto antes. ¿Puede conducirme hasta la entrada del sótano?

La vieja asintió con la cabeza y guió al exterminador hasta unas descendentes escaleras que acababan en una descolorida puerta roja, o que al menos parecía que una vez había sido roja. La anciana bajó los peldaños, sacó una gran llave del mandilón que llevaba y abrió la puerta. Accionó el interruptor de la luz y el sótano se iluminó al instante, mostrando su interior. Lo que más extrañó al exterminador fue un pasillo que estaba al fondo.

-Bueno, señora –dijo dirigiéndose a Marta-. Esto ya es cosa mía. Usted vuelva junto su programa, que yo me ocupo de esto y lo arreglo en un periquete.

-Como quiera –replicó la señora Freire-, pero haga el favor de tener cuidado. El último tramo del sótano está bastante oscuro. Mi difunto marido no llegó a instalar bombillas en esa parte.

Alberto entró en el sótano, cerrando la puerta tras de sí. Lo primero que le llamó la atención fue la cantidad de polvo que había en el lugar. Había tanto que se vio obligado a ponerse una mascarilla. Después paseó un poco por el lugar, examinado especialmente el suelo. Por fin, encontró lo que andaba buscando desde un principio. Se agachó y cogió algo del suelo. Parecía una pequeña viruta de chocolate, pero no lo era. Alberto sabía perfectamente qué era aquello. Excremento de rata.

Siguió caminando en círculos, buscando un rastro que le condujera a la madriguera de los animales. Tuvo suerte. Había tal cantidad de polvo que las huellas de las diminutas patas eran perfectamente visibles. Siguió el rastro y descubrió varias huellas que seguían una misma dirección. El rastro conducía al túnel, así que se dirigió allí.

Al cabo de media hora, vio la primera rata muerta. Se agachó para examinarla mejor. Estaba completamente destrozada. Sus ojos muertos estaban abiertos y la boca, abierta y llena de sangre, parecía estar soltando un último y estremecedor chillido. Tenía el abdomen abierto, y de éste brotaban sus intestinos desgarrados. Le faltaba una pata delantera y un trozo de una de las traseras. La cola estaba intacta.

Caminó durante un rato más, hasta que las bombillas que colgaban del techo quedaron atrás. Durante todo el transcurso del camino se encontró con más ratas muertas, todas ellas destrozadas. Como el túnel había comenzado a oscurecerse, sacó una linterna de su riñonera y alumbró a las húmedas paredes. Hacía un rato que había empezado a oír ruidos en ellas, como de garras arañando. El ruido se hacía más fuerte conforme iba avanzando. Eso significaba que se estaba acercando a la madriguera.

El ruido era ensordecedor, era lógico que la señora Freire creyera que era producido por ratas especialmente grandes. Pero muy pronto acabaría con sus odiosos chillidos. Golpeó la fría roca con los nudillos y escuchó un ruido hueco. A ras de suelo había una pequeña obertura. Se agachó y, como pudo, alumbró con la linterna el interior de la pared. Quedó impresionado y asqueado con una visión que no se esperaba. El habitáculo al que daba acceso la pequeña grieta estaba completamente infestado con ratas. Miles de especimenes se agolpaban unos sobre otros, y se estremecían ante la luz de la linterna.

Sin perder un momento, agarró la mochila que portaba y la apoyó sobre el suelo. Corrió cuidadosamente la cremallera y extrajo una pequeña bomba que funcionaba con gasolina. Conectado a la máquina, un largo tubo grisáceo se retorcía en el suelo. También cogió una botella de plástico verde que tenía en el centro una etiqueta con una gran “X” impresa. Sacó el tapón de la botella y vertió un poco del líquido que contenía en un depósito del artefacto. Después procedió a introducir el tubo en la abertura de la pared. Conectó la bomba al segundo intento. El líquido empezó a calentarse y a producir un gas verdoso, que salió disparado por el tubo hacia el interior de la madriguera. El exterminador esperó diez minutos, y la apagó. Cuando volvió a mirar hacia el habitáculo, todavía quedaban restos del gas. Miró de nuevo la obertura. Las pocas ratas que quedaban con vida se arrastraban temblorosas y delirantes, y era evidente que pronto morirían.

Guardó la máquina y caminó de regreso a la casa. Fue entonces cuando oyó el ruido. Parecía que había otra madriguera. El exterminador se volvió para internarse aún más en el túnel y buscar la otra guarida, pero frenó en seco. A unos cien metros, la luz de su linterna iluminó la enorme silueta de un animal. Ocupaba todo el ancho del pasillo, y lo miraba con viciosos ojos rojos. Alberto retrocedió dos pasos, y la criatura avanzó tres más. Con un terrorífico chillido, el animal empezó a correr hacia el exterminador, y éste dio media vuelta e inició la huida. Corrió con todas sus fuerzas, pero podía sentir que la bestia estaba cada vez más cerca. Cuando dejó atrás los primeros cadáveres de ratas, echó una mirada hacia atrás y vio que el animal se detenía a devorar alguno de ellos. No sin esfuerzo, llegó a la parte iluminada del túnel, así que se deshizo de la linterna y volvió la cabeza. Ya no podía ver al animal que le perseguía.

El exterminador salió del túnel y cayó al suelo, agotado. Un momento después, se incorporó. Se abalanzó sobre la puerta y trató de abrirla, pero para su sorpresa estaba cerrada con llave. Aporreó como un loco la madera, hasta que una voz del otro lado de la puerta le habló. Era la señora Freire.

-¿Ha terminado, señor Bouzas? –dijo con un tono de voz pausado y sereno.

-¿Por qué ha cerrado la puerta? –replicó furioso el exterminador, ignorando la pregunta-. ¿Está loca? ¿Tiene idea de lo que hay aquí abajo?

-Sí, la tengo –respondió Marta-. Y por eso mismo he cerrado. No podrá salir de ahí hasta que haya acabado con las ratas, y me refiero a esas grandes que parece que acaba de conocer.

-¿Qué? –exclamó Alberto-. ¿Ese animal tan grande que me ha atacado era una rata? ¡No es posible!

-Escuche, señor Bouzas –dijo Marta-. No es usted el primer exterminador que contrato, pero todos se comportan de la misma forma. Acaban con las ratas comunes, pero cuando se encuentran con esas dos grandes, huyen de mi sótano para no volver más.

-¿Cómo dice? –dijo Alberto-. ¿Quiere decir que hay dos grandes?

-Eso es lo que me han dicho los otros –respondió Marta-. Ahora no me interrumpa y escuche. No pienso permitir que otro exterminador se marche sin solucionar el verdadero problema. Así que no abriré la puerta hasta que no acabe con esas dos ratas.

Alberto chilló como un loco y exigió a la anciana que le abriese la puerta, pero la única respuesta que recibió fue el ruido del televisor a todo volumen. Se volvió y miró hacia la entrada, aterrorizado. Estaba encerrado con dos voraces ratas gigantes, se merecía más que los veinte euros que le iban a pagar.

Estudió con atención el interior del sótano. En una esquina había una manguera enchufada a un grifo, y eso le dio una idea. Miró por un enchufe en las paredes, y no tardó en encontrarlo. Había una alargadera en uno de los estantes. Con un cuchillo que llevaba en la mochila, cortó uno de los extremos del cable y el otro lo enchufó en la clavija eléctrica. El próximo paso fue mojar con la manguera el suelo que se extendía ante él, formando un gran charco. Entonces, se recostó contra una pared y esperó.

Unas tres horas más tarde, un extraño sonido le indicó que algo se acercaba. Contuvo el aliento, expectante, mientras el ruido se hacía cada vez más fuerte. Sabía que sólo tenía una posibilidad para salir con vida de aquella situación y, ¡maldita sea!, la aprovecharía.

Del túnel surgió una enorme mole de pelo grisáceo. Su hocico rastreaba con nerviosismo el aire, mientras emitía pequeños chillidos. Era la rata más grande que había visto en su vida, un auténtico monstruo. Alberto estaba tan asustado que casi había dejado caer el cable, pero se repuso en seguida y aguardó. En el momento en que la rata se internó en el agua, el exterminador soltó el cable, cuyo cobre se hundió en el charco. La corriente empezó a recorrer el cuerpo del animal, haciéndolo temblar con violentas sacudidas. El pelo del roedor entró en llamas, y un humo negro comenzó a salir por sus orejas, boca y fosas nasales. Tal como Alberto se había imaginado, el sistema eléctrico estaba tan anticuado como el resto de la casa, y por eso no saltaban los plomos. Cuando quitó el enchufe, la rata cayó al suelo sin vida, todavía en llamas.

El exterminador lanzó un grito de júbilo. Ya había logrado acabar con una, y sospechaba que la otra no tardaría en tener el mismo final. Su alegría cesó cuando otro enorme animal llegó a través del túnel. Tenía una espesa mata de pelo negro, y le observaba con unos ojos tan rojos como los de la otra rata. Alberto se acercó al enchufe, cogió el cable y gritó a la bestia.

-¡Venga, acércate, hija de puta! ¡Tengo un regalito para ti!

Pero el animal no se acercó. Desplegó dos grandes alas membranosas, negras como la noche, e inició el vuelo por encima del charco. Mientras el monstruo se abalanzaba sobre él, Alberto se sorprendió pensando en una vieja adivinanza de su juventud:
“¿Cuál es el único animal cuyo nombre contiene las cinco vocales?”

Hola, me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir.

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muy bueno!

Silvia Beatriz

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 Gracias 

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Vaya Gandalf, un relato de auténtico terror.

Y un final bastante bueno, inesperado. Me ha gustado mucho, suerte en el concurso

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Muchas gracias, puede que sea lo mejor que haya escrito

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Un terror bien llevado, me gustó :O)

Enhorabuena.

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Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado.

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Un relato la mar de simpático y entretenido. A mí el final sí me ha gustado, me ha parecido conveniente que se dijera de qué animal se trataba. Por cierto, vaya cabrona la viejecita...

https://www.facebook.com/La-Logia-del-Gato-304717446537583

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Es que la vieja es lo mejor de la historia  

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Un 10 para la vieja...

Con respecto al final, yo también quitaría la última frase. No la necesitaba para ver un murciélago... aunque quizás sea porque mi lengua nativa el francés y en este idioma se llaman "Chauve-souris", es decir rata calva... Aunque tengan fisionomía distinta, desde pequeño, para mí una rata con alas en un túnel tétrico y oscuro es un murciélago...

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Aunque también contiene las cinco vocales 

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Muy entretenido, Gandalf. Lo mejor es el final sorprendente. Suerte ;-)

Néstor Darío Figueiras (Stratofan!!)

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Un relato mu entrentenido, de lectura agil. Destacaría sobre todo como parece que te va a llevar por un camino más o menos trillado, para luego sorprenderte con un giro final muy bien llevado.

 

Normalmente soy aficionada a los finales abiertos, pero en este caso creo que la frase final queda bien en el contexto de la hsitoria , da cierto toque de humor negro a la hsitoria.

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Muchas gracias, me alegra que os haya gustado. A mí también me gustan los finales abiertos, pero en este caso quería hacerlo cerrado, jeje.

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Un relato simpático, muy pulp, muy clasicote, lo que produce cierto déjà vu durante la lectura, pero que casa muy bien con esa narración sencilla y entra bien. Y respecto a lo del final... a mí personalmente no me molesta mucho, pero quizá hubiera quedado mejor algo más contundente.

 

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Gracias por el comentario. ¿Te refieres a algo así como por ejemplo que pensaba en la adivinanza mientras el bicho le abría las tripas? 

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No, con dejarlo tras "...e inició el vuelo por encima del charco." me hubiera valido, sin más efectismos.

 

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 Bueno, en realidad quería usar la adivinanza final porque la idea del relato surgió con ella 

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