Un relato de Crocop para la vivisección de Mitos de Cthulhu
Es bien sabido por cualquiera medianamente instruido que existen dimensiones paralelas a la nuestra. Mas, solo acaso, nuestra cotidianidad tiene un peso tal que nos impide prestar atención a los muchos indicios de estas que se presentan en nuestro entorno. Hallábame yo con mi amada esposa en los mares árticos, pues estábamos celebrando nuestra feliz unión que habíase consumado poco tiempo antes, cuando uno de tales indicios interrumpió nuestra, hasta entonces, idílica travesía, mediante un desconcertante mensaje llegado desde el remoto Providence que había sido remitido por un lejano familiar mío allí instalado. Ocurrió al poco de una natural conversación entre ella y yo:
––¡Oh, amada mía! ¡Vos que sois bella como la aurora boreal! ––la interpelaba yo, como es natural hacer en tales casos––.¿Acaso será posible que esta estrellada noche pueda gozar carnalmente de mis privilegios como esposo tuyo?
––Nada me agradaría más, mi buen amado, mas témome que no sea posible dado que en mis entrañas se está desperdiciando el natural periodo de ovulación del ciclo en el cual nos encontramos debido a la influencia lunar. Sé bien que ocurrió lo mismo pocas semanas ha. Respecto a ello, únicamente me es posible especular que es tal vez posible que dicho ciclo se haya visto alterado debido a las premuras de esta idílica travesía ––respondió ella.
––¡Maldita sea! ––exclamé, como es natural hacer en tales casos.
Para distraer mi ardor, decidí dedicar las horas nocturnas a adelantar el moldeado de algunas representativas figuras que habíame llevado conmigo en tan placentero viaje, pues, no creo haberlo mencionado antes, me dedico profesionalmente a la representación figurativa de aquellos de nuestros congéneres que deseen contar con un tridimensional modelo suyo o de sus familiares para honrar su imagen y recuerdo. Lo hacía con cierta urgencia pues, cada ciclo, los prestamistas que habíannos concedido crédito para nuestra vivienda se cobraban una parte de los emolumentos invertidos, así como ciertos intereses que menguaban notablemente el salario del que, mi amada y yo, recientemente desposados, disponíamos. Era tal circunstancia la que me había forzado a llevar, incluso para tan placentero viaje e idílica travesía, algunas de esas representativas figuras con la intención de que el adelanto en mi actividad resultase provechoso para nuestros financieros intereses. Mientras yo me concentraba en ello y lograba que toda mi energía intelectual se volcase en aquella labor, se presentó en mi mente un mensaje del, al principio referido, familiar: un conocido científico y profesor que ejercía como catedrático en dos universidades, pues pese a los muchos presupuestarios recortes, su influencia y calado era tal que no le faltaban nunca investigaciones en las que verse inmerso. Mi tío político G'hnrar, hablome así:
––¡Oh joven y valioso sobrino! ¿Podrías desplazarte hasta el lugar donde me hallo? No quise interrumpir tu placentera travesía e idílico viaje mientras estabas en compañía de tu bella amada, mas, como veo que ahora te encuentras sin su grata compañía y, aún sin quererlo, pues no soy indiscreto, mis muchos telepáticos poderes me han revelado que esta estrellada noche no será posible vuestra carnal unión, me resultaría de gran utilidad tu ayuda para cierto experimento.
––Pero... Desplazarme ahora implicaría recorrer unos cuantos cientos de millas náuticas, oh sabio G'hnrar.
––Sé bien que no es tarea agradable. No obstante, sé también que no te vendría mal recibir los jugosos emolumentos que puedo destinar al experimento propuesto y eres un joven de fuertes tentáculos que podrá llegar aquí antes de que se esconda la hermosa luna. Ocuparé muy poco de tu valioso tiempo y, cuando vuelvas, podrás seguir disfrutando de tu placentera travesía e idílico viaje con tu bella amada, sin laboral ni financiera preocupación alguna. Podrás concentrarte en la hermosa mirada de sus seis ojos, en sus sonrosados tentáculos, en las muy turgentes carnes de sus glándulas ovuladoras, en su...
––¡Maldita sea! ––exclamé, como es costumbre hacer en esos casos––. ¡Deja de describirla de tan lascivo modo! Y no vuelvas a irrumpir en nuestro idílico amor de tal manera. Te exhorto a que no la mires telepáticamente en su íntimo enclaustramiento.
Mi tío emitió una sarcástica carcajada celebrando su exitosa broma a mi cuenta. Luego de lo cual preguntó:
––Entonces, oh joven y valioso sobrino, ¿podré o no contar con tu inestimable ayuda?
––Tal vez... Condenadas finanzas... Tal vez... ¡0h, qué rayos! ––exclamé, como es costumbre hacer en tales casos, tras la lógica duda inicial––, esos emolumentos me vendrán bien.
Una vez decidido, sin despedirme de mi amada esposa, que quedose en la cueva submarina donde habíamos decidido alojarnos, emprendí mi viaje por las profundidades hasta salir por la playa de Providence de la inmensidad de las marinas fosas. Luego de ello, penetré por las pulidas escaleras en la milenaria piedra que constituía la entrada al laboratorio de mi sabio tío:
––¿Puede informarme, oh desconocido joven de cuál es el lugar a donde se dirige a tan altas horas de la noche? ––preguntome el profundo, guardián de la entrada.
––Por supuesto, oh honrado trabajador encargado de cuidar de la seguridad de este centro de estudios ––respondile––. Es al despacho del sabio profesor y experto en arcanos G'hnrar, del que soy lejano familiar mas mi aprecio por él no tiene parangón, y va a realizar con mi ayuda un importante experimento.
––He de reconocer que no me gustan tales experimentos, de los cuales he sido solo parcialmente informado. Soy de la extendida creencia según la cual no ha de jugarse con ciertas cuestiones. Mas de algún modo he de ganarme la vida y, puesto que he sido ya anteriormente advertido de su llegada por el sabio G'nhrar, debo permitir su acceso. No obstante, he de rogarle que limpie sus tentáculos en el felpudo, pues es evidente que ha realizado un largo viaje submarino y, si embarra con las lógicas excrecencias propias de las marianas fosas nuestras escaleras, mañana la encargada de limpiarlas montará en cólera y desgranará en mi contra sus violentos improperios.
Tras obedecer mansamente al honrado profundo de entrañable tosquedad en los ademanes, dirigí mis pasos al despacho de mi sabio tío. Pensé, en tanto, que las prevenciones del rudo guardián eran lógicas en seres como él sin previa instrucción sobre las muchas dimensiones existentes. Mas yo, al haberme formado en el oficio de modelador de representativas figuras tridimensionales, sabía bien evitar que el resto de dimensiones viciasen las figurillas y podía moverme con cierta seguridad entre las muchas paralelas realidades que en el universo hay sin que ello entrañase peligro, es por ello que, en vez de contar con inexpertos becarios, cuando le urgía investigar algunas de dichas paralelas dimensiones, mi sabio tío Gn'hrar, contaba conmigo para recabar los datos, pese a que el hacerlo entrañase desprenderse en mi beneficio de ciertos emolumentos. La mayor complicación de mi oficio era limitarse a las tres dimensiones propias de nuestro universo, pues, cuando no estaban correctamente elaboradas las representativas figuras, aparecían sus artísticas formas y facetas en otras realidades causando gran desconcierto y pavor entre sus primitivos habitantes en caso, no del todo extraordinario, de que, por el momento, no hubiesen descubierto que había infinitos mundos. Mientras que lo más complicado de tales viajes a los susodichos paralelos universos, era deducir de los beneficios que me generaban cuánto correspondía a las haciendas públicas, pues la burocracia estaba mal definida en lo que respectaba a las muchas dimensiones paralelas y al ser eventuales trabajos, no había adecuados impresos para registrarlos debidamente.
Nos dirigimos los lógicos saludos, luego de lo cual tuvo la muy de agradecer deferencia de ofrecerme un frugal refrigerio de pantanosa esencia de negro agujero, para que me repusiera de tan larga travesía. Mientras de ello daba cuenta, me explicó la simple misión para la que había sido requerido. Se trataba de ir a una paralela dimensión y recabar datos sobre una serie de seres profundamente interesados en nuestra realidad, que apenas era por ellos intuida. Descodificar su idioma, anotar correctas versiones de sus nombres y volver tan solo ocuparía un breve periodo de tiempo. Con lo cual hubimos de discutir una vez más las condiciones del contrato, pues era trabajo que requería de mi formación, pero francamente poco esfuerzo por mi parte. Ocurrió que, al cabo, mi sabio tío exclamo exasperado:
––¡Basta, oh joven y valioso sobrino! Te daré el doble de cuanto hemos pactado, mas habrás de prometer no marearme más con esa insana burocracia que tan terrible dolor genera en mi paleal cavidad. Por Shub-Niggurath, te lo imploro. Considéralo, tan solo, como un regalo por tu reciente enlace con tu amada esposa, mientras que yo tomaré tu ayuda como desinteresada colaboración con la ciencia ––concluyó rompiendo los oficiales impresos––.
Tras ello, recitó las adecuadas palabras del Vitalsicón, el alegre libro difundido en todas las escuelas superiores que contenía los modos de acceder a las paralelas dimensiones. Al trasvasar el continuo espacio-tiempo, encontreme con Niarlathoped, quien no puso reparos una vez pagué el peaje establecido, y me encontré por primera vez en un mundo que, hasta entonces no había visitado. Envestido de la necesaria invisibilidad propiciada por el control rutinario de mis crematófobos, para tales científicas pesquisas, emprendí mi marcha, que resultaba algo aburrida y mucho menos gratificante de lo que es para mí el creativo oficio de modelaje de tridimensionales figuras al que me dedico habitualmente. Saqué el cuadernillo en el que llevaba profusamente apuntadas las necesarias coordenadas físicas de aquel mundo y me dirigí a las casas de cada uno de los individuos especificados en las instrucciones apuntando sus muy insólitos nombres: Robert Bloch, Ashton Smith, Robert E. Howard... Todos ellos parecían haber dedicado su vida a hacer imprecisas deducciones sobre las dimensiones que nosotros habitábamos. Escribíanse entre ellos en indescriptibles e impíos signos, tan simples que me fue posible descifrar su idioma en tan solo un vistazo, penetrando en sus viviendas y hurgando en sus escritos mientras ellos dormían, e ideaban historias en las que torpemente intentaban reproducir nuestra manera de comunicarnos que, por lo que supe, a ellos debería sonarles tal que guturales ruidos generados por animales extraordinarios. Se hacían eco mental de nuestro habitual vocabulario y sintácticas construcciones. Pensaban de nosotros que éramos malvados e increiblemente poderosos. Su concepción, por tanto, no era muy diferente a la que tenía de nuestras costumbres cualquier otra especie del multiverso poco avanzada y supersticiosa. Con tales pensamientos me entretuve hasta llegar a la aciaga catacumba exterior que se erguía irrespetuosa y obscena hacia el cielo en lugar de estar humildemente escarbada en las rocas. en ella habitaba quien parecía ser el intelectual instigador de las toscas investigaciones de esos extraños seres. Entré al lugar donde plácidamente dormía, investigué entre las prendas que utilizaban allí a modo de ropajes, en busca de algún documento que me revelase su identidad. Se trataba de un tal Howard Philip Lovecraft. Una vez completado el rutinario trabajo, estaba a punto de volver a adentrarme en el tejido del tiempo y el espacio con la esperanza de llegar junto a mi amada esposa en el momento adecuado para desayunar gozando de su compañía, cuando cruzó en mi mente la extraña idea de destapar a aquel ser en su indescriptible lecho para saber de su aspecto y, vencido por tal antojo, levanté apenas la tela que le cubría.
Era un monstruo repugnante. Un vertebrado mamífero con solo cuatro extremidades y dos ojos cuya cabeza, al contrario de la de cualquier entrañable profundo, estaba cubierta de un simiesco vello que le revestía de una animalidad repulsiva, obscena. Entonces, sus dos ojos se abrieron. Eran blancos, por muy increíble que resulte, y sus pupilas no eran ni verticales ni horizontales, sino con forma de círculo. Abrió la hendidura que le servía de boca, pude ver que sus dientes eran del color de las nubes y emitió un hediondo grito. Entonces, me di cuenta de que había cometido el imperdonable error, sumido en lo rutinario de la tarea, de descuidar los crematófobos de mi piel, siendo así visible para aquel repulsivo ente.
––¡Oh, maldita sea! ¡Por cien mil rayos y truenos! ¡Condenados crematófobos!––exclamé, como es costumbre hacer en tales casos.
Decidí no informar de semejante descuido a mi sabio tío al volver a su despacho. Cobré la suma pactada y me dirigí, contento, de vuelta a la submarina gruta donde mi amada esposa yacía cuando yo la dejé. Allí llegado, la encontré despierta y temí que se hubiera enojado por mi justificada ausencia o creído que esta se debía a que hubiese intentado intimar con alguna otra durante las horas nocturnas del ciclo lunar en cualquier local de la ciudad de R'lyeh. Dije:
––¡Oh, amada esposa! Única primigenia a mis ojos. Si mi ausencia se ha producido y prolongado durante esta estrellada noche, ha sido debido a un encargo profesional que me ha sido imposible rechazar, pues ha servido para sanear notablemente nuestras menguadas finanzas.
Ella me abrazó y olí los delicados aceites amoniacales de las hermosas glándulas de su esófago externo. Noté que mis espádices se abultaban debido a la acumulación de espermatóforos. Entonces dijo:
––Nada me alegra más oír, mi amado esposo, pues tengo una grata noticia que he de darte. Tras consultar con mi madre los síntomas que me hicieron pensar en la alteración de mi ciclo lunar, ella me ha indicado de lo que se trata: en mi paleal se incuban ya huevos fecundados. ¡Vamos a ser padres, oh amado esposo!
Así es como recibí la noticia. Sé que es una cotidiana historia que acaso resulte poco interesante, pues no entraña nada extraordinario, pero, aquel amanecer rojo, fue el más feliz de mi vida hasta entonces.
Crocop, primero decirte que soy fan incondicional tuyo desde que leí "Mientras siga existiendo esperanza para la humanidad" (la semana pasada, jeje). En serio, peazo de relatazo.
Segundo, que me he reído a moco tendido con esta versión libre de los Mitos (muy bueno lo de la ovalución del ciclo, las turgentes carnes de sus glándulas ovuladoras, excreciones de las marianas fosas, jugosos emolumentos... como es costumbre en estos casos). Muy gamberra, muy chula.
Dejando de lado el peloteo, me ha resultado un poco duro adaptarme al estilo. Entiendo lo que pretendes, y está muy logrado; quizá, haciendo frases más cortas, al principio, o, tal vez, intercalando menos frases entre comas, que cortan otras frases, se haga más fácil (no sé si me explico). Otra cosa que haría yo, pero esto igual es cosa mía, es darle un poco más de cancha a la introducción: alargar un poco más el momento hasta que nos confirman que estamos en otra realidad, a lo mejor hablar de las semejanzas de ese otro mundo con el nuestro para liar un poco al lector, antes de que el tío político haga su aparición. También hay alguna otra cosa a la que le daría más recorrido para que no parezca tan acelerado, como cuando se encuentra con Nyarlathotep, aunque para el sean cosas mundanas, un poco como lo del entrañable profundo portero (muy buena esa parte, también).
Y eso es to, eso es to, eso es to lo que me se ocurre. Espero que te sirva de algo.