I
En esta noche de calma apacible,
donde hasta la luna se ve dormida,
revivo un hecho que marcó mi vida,
una experiencia que suena imposible.
Necesito verbalizar mi historia,
necesito descargar las palabras
y borrar esas vivencias macabras
que tanto martirizan mi memoria.
Ya no aguanto estar más tiempo callado,
me urge aflojar esta presión constante
que me mantiene como encadenado.
¿Acaso no he sufrido ya bastante?
Hora es de dejar atrás el pasado
y enfocar la mirada hacia adelante.
II
No soy crédulo por naturaleza
y, aunque rebosante de imaginación,
sé distinguir realidad de ficción;
lo que vi, lo vi, con toda certeza.
Muchas personas dirán que he mentido
y sé que me tacharán de embustero,
sin embargo, he sido siempre sincero;
no soy mentiroso y jamás lo he sido.
Nada puedo ganar al contar esto,
es más, me arriesgo a perder casi todo
pues soy hombre conocido y honesto.
Puedo acabar sin embargo en el lodo,
mas no me importa lo que diga el resto,
seguiré adelante de cualquier modo.
III
No quiero demorar más mi relato,
ya lo he dicho, necesito contarlo.
Si nada ocurre que pueda evitarlo,
mi pluma hablará durante buen rato.
Toda historia tiene un comienzo,
un origen, un punto de partida,
como el cuadro en blanco que cobra vida
cuando se posa el pincel sobre el lienzo.
Las que siguen serán mis pinceladas;
foscas pinturas de tintes goyescos
con fúnebres sombras difuminadas.
Terror adornado con arabescos,
siluetas de pánico perfiladas
que derivan en borrones grotescos.
IV
Tengo aquella noche grabada a fuego,
cada detalle marcado con saña,
como con la punta de una guadaña;
mas quiero olvidar; a Dios se lo ruego.
Olvidar todo, sin recordar nada.
Olvidar incluso mi propio nombre.
Olvidar que me convertí en un hombre
que vive con la mente atormentada.
Eso es imposible por el momento,
debo seguir con el recuerdo a cuestas
y revivir ese oscuro tormento.
Tal vez, una noche cualquiera de estas,
llegue a pensar que tan solo fue un cuento,
o una ensoñación de las más funestas.
V
Todo comenzó pues con una muerte,
en este caso fue la de mi padre,
que, tal como deseaba mi madre,
esta vivienda me dejó a mí en suerte.
Me instalé allí un día de primavera,
en aquella casa enorme y vacía.
Iban a ser toda mi compañía
mis bártulos de escritor de tercera.
Creí que sería un lugar perfecto
para poder terminar mi novela
aquella casa de imponente aspecto.
Tras pasar algunas noches en vela,
todo iba por el camino correcto,
hasta que se rasgó, igual que una tela.
VI
En un agosto infernal, sofocante,
una calurosa noche de estío,
me despertó un inexplicable frío
y supe que algo iba mal al instante.
Quebrado el sueño y de golpe intranquilo,
el corazón desbocado en el pecho,
temeroso de abandonar el lecho,
sentía mi vida pender de un hilo.
Silencio que podía ser palpado.
Oscuridad total. Quietud extrema.
Clara sensación de ser vigilado.
El miedo empezaba a ser un problema;
tenía el cuerpo en sudor empapado;
debía de ser mi cara un poema.
VII
Al fin, me atreví a prender unas velas.
Mis manos temblaban, delatoras,
y creaban sombras aterradoras
sobre las paredes, muebles y telas.
En aquel universo de penumbra
todo me parecía amenazante,
y conseguía un efecto enervante
sumado a aquel silencio de ultratumba.
Algo onduló de forma repentina
aunque esa noche no soplaba viento.
¿Qué hacía aletear pues la cortina?
Se adueñó de todo mi pensamiento
la duda, clavada como una espina.
Ese fue el principio del tormento.
VIII
Una voz, tan fría como la escarcha
sacudió mis tímpanos de repente.
Gotas de sudor perlaron mi frente;
casi detuvo el corazón su marcha.
Aquel susurro junto a mis oídos
fue la antesala de nuevas acciones;
llegados desde todos los rincones,
se escucharon todo tipo de ruidos.
Hubo un sonido de pasos furtivos
y un coro de chirridos a mi espalda;
muebles que parecían estar vivos.
Esa situación me erizaba el alma,
mas lo peor no había aún venido.
Llegó y desmoronó mi exigua calma.
IX
A escasos cinco pasos de distancia,
una figura flotaba en el aire.
Vestida con los hábitos de un fraile,
su presencia hostil llenaba la estancia.
Trataré de describir bien su aspecto,
intentaré ser lo más fiel posible,
aunque se me antojaba inconcebible
la horrible visión de aquel ser abyecto.
Hombre barbado, de edad avanzada;
rostro cadavérico y descarnado;
piel reseca, como apergaminada.
Nariz basta y cráneo despoblado;
ojos fieros; brasas en su mirada;
fuego que buscaba ser liberado.
X
Me horripilaron de especial manera
un par de detalles harto inquietantes:
primero, aquellos ojos fulgurantes;
segundo, que aquel ser pies no tuviera.
¿Pero qué demonios era esa cosa?
Desafiaba mi razón, mi cordura.
Quise escapar de esa visión oscura
que me iba a llevar directo a la fosa.
Conseguí incorporarme a duras penas,
mas las piernas apenas respondían,
las ataba el miedo con sus cadenas.
Y cuanto más sus ojos refulgían
más se helaba la sangre de mis venas
y más las fuerzas de mi ser huían.
XI
La aparición me contempló con ira.
Paralizado quedé por completo,
pues el miedo me tenía sujeto,
como un mentiroso por su mentira.
Miembros agarrotados, cuerpo tenso,
garganta reseca y piel sudorosa.
Aquella presencia tan espantosa
me llenaba con un terror inmenso.
Rogué a Dios para que aquello acabara,
para terminar con mi sufrimiento,
para que se disolviera en la nada.
Mas no me fue concedido al momento
ese deseo que yo suplicara
y de mi garganta escapó un lamento.
XII
La tensión era cruel, insoportable.
A nadie en mi situación ver querría,
pues no le deseo tal agonía
ni a la persona más indeseable.
Creí morir cuando aquella figura
se abalanzó hacia mí de improviso.
Perdí el sentido y caí sobre el piso
casi al borde mismo de la locura.
Desperté allí a la mañana siguiente,
confuso, agotado y entumecido,
con las dudas corroyendo mi mente.
¿Fue una pesadilla lo sucedido?
¿Se trató de un mal sueño realmente?
¿Me hallaba en verdad despierto... o dormido?
XIII
Sentí que merecía una respuesta
y algo me impulsó a mirarme al espejo.
No reconocí mi propio reflejo
y anonadado quedé al ver mi testa.
Allí había un rostro avejentado
y prematuramente encanecido.
Era la imagen de un desconocido
lo que ahora veía reflejado.
Delante de mí tenía la prueba,
era un hecho incontestable y rotundo:
el terror me dio una apariencia nueva.
Jamás vi cosa igual en este mundo,
ni la costilla de la que surgió Eva
me pareció un misterio más profundo.
Relato admitido a concurso.