Souvenir
All I need is
Co-ordination
I can't imagine
My destination
My intention
Ask my opinion
But no excuse
My feelings still remain
OMD. 1981
“Salto hiperespacial concluido. Última etapa completada. Destino en el rango de las cámaras ULR. Imagen en pantalla”.
Frente a la tripulación apareció la imagen de una estrella hipertrofiada que, en su senectud, había tomado las tonalidades rojas que serían su mortaja. Mucho más cerca, un planeta grisáceo se bamboleaba, torpe, describiendo su órbita.
El comandante Pao sonrió flemático, mientras sus subordinados celebraban ruidosamente el anuncio. No era para menos. Se trataba del descubrimiento de otra forma de vida inteligente en la galaxia. Sin embargo, Pao no se dejó arrastrar por la euforia y por ello, tomó un micrófono y dijo:
—Calma, por favor. No olviden los protocolos de seguridad. Mandaremos sondas no tripuladas a examinar el planeta. Mientras tanto, se establece nivel de seguridad cuatro.
Durante tres días, los expedicionarios aguardaron, impacientes, el resultado de aquella primera aproximación. Las sondas, sin embargo, no enviaron dato alguno. Al poco de aterrizar enmudecieron repentinamente y tan solo la señal balizadora anunciaba cada cinco minutos que los aparatos seguían allí pero mudos y ciegos.
El insólito suceso alarmó a los tripulantes de la nave de exploración, que comenzaron a mirar al solitario planeta con otros ojos, los del recelo. Sin embargo, el comandante Pao no era un novato y no se amilanó. Siguiendo con la secuencia lógica, ordenó el desembarco de una pequeña patrulla militar, compuesta por synthos y dirigida por la teniente S’Taba.
La nave auxiliar estaba dotada de todo tipo de sensores y armada con una amplia panoplia de armas. Aun así, Pao la vio partir con creciente desazón, como si tuviera la certeza de aquel planeta brumoso, que orbitaba un gigante condenado, ocultase un secreto.
S’Taba, desde su puesto de mando, pronto experimentaría la misma sensación.
—S’Taba a Pao. Al aproximarnos, las nubes se han disipado. La superficie del planeta es un inmenso cenagal, como si un millón de volcanes hubieran mezclado sus cenizas con aguas poco profundas. Conecto cámara principal.
—Pao a S’Taba. No recibimos señal visual alguna. Verifique sistema.
La militar miró a un subordinado, negó con la cabeza.
—S’Taba a Pao. Los sistemas de vuelo y el armamento parecen intactos. Iniciamos aproximación final.
La lanzadera trazó una curva descendente y se aproximó a la superficie, un paisaje monótono de fango ceniciento, un cadáver de rocas y lodo. S’Taba no perdió la calma. La ausencia de vida le preocupaba menos que su evidencia.
—Teniente, observada una luminiscencia en el sector I-3.
—De acuerdo, dirijámonos allí —dijo S’Taba, que a continuación intentó comunicarse con la nave, sólo para encontrarse el silencio más absoluto. Habían perdido contacto con la nave.
—Hemos venido a explorar y eso haremos —dijo en voz alta y todos sus hombres asintieron. La teniente se asombró un tanto de sus palabras, que había dicho para convencerse de su propia mentira. Iban directos a una trampa y ella, de algún modo lo sabía. De hecho, lo deseaba. Era la primera vez que sentía un anhelo.
La luz que les atraía dibujaba un anillo de un azul espectral sobre un pináculo de roca negra, demasiado bien pulida para ser natural, que se erguía sobre una plataforma de unos trescientos metros de diámetro. Y, encastrada en la base del picacho, una enorme puerta hexagonal.
S’Taba lanzó el habitual torrente de órdenes: activar las defensas electromagnéticas, armar los misiles, comprobar los filtros de aire y detectar cualquier movimiento o vibración del terreno. Y aguardó. Durante dos largas horas, en un silencio solo roto por algún pitido emitido por los sistemas de a bordo.
Entonces, cuando se plantaban bajar a explorar, del cenagal surgieron unas siluetas bípedas, envueltas en un halo brumoso que impedía atisbar detalles de las mismas. Aparecieron por cientos, por miles, por millones, cubriendo el lodazal hasta más allá del horizonte.
—Sugiero retirada —dijo el S’Faar, el segundo de abordo.
S’Taba, sabiéndose atrapada y sin escapatoria, ordenó encender motores. Estos se negaron a obedecer, como todos ellos estaban convencidos de que pasaría.
La puerta se abrió y la multitud silente se movió para dejar libre un estrecho sendero entre la nave y la entrada. S’Taba tomó un arma y se despidió de su tripulación.
—Dadme tres horas. Después, disparad todo lo que tengáis. S’Faar, quedas al mando.
Al bajar notó la gravedad del planeta, menor que la generada artificialmente en su nave. Las figuras seguían allí, amenazantes en su quietud. Sin demostrar temor, la teniente avanzó hacia la entrada, deteniéndose en el umbral. Entonces, a ambos lados, surgieron dos de aquellos seres. Tal vez se materializaron de la nada o tal vez avanzaron desde la oscuridad, S’Taba nunca lo sabría.
Los entes hicieron un gesto, invitándola a seguirles y se internaron en las sombras. Ella comenzó a caminar por un conducto gigantesco que bajaba hacia el subsuelo y que se iluminó de súbito con la misma luz del pináculo. Intentando memorizar el camino, recorrió diversos túneles hasta llegar a otra puerta, mucho menor. La visitante entró.
Una mujer anciana, desdentada con el pelo crespo, vestida con andrajos que dejaban ver unos senos vacíos sobre las costillas marcadas. La vieja alzó los brazos escuálidos, a modo de saludo. S’Taba correspondió, inclinando levemente la cabeza.
—¿Por qué has venido tú? Esperaba a otro —preguntó la anciana.
—Yo soy la líder de la expedición —respondió S’Taba.
—Tú líder se halla en una nave a una distancia segura. Es con él con quien quiero hablar.
—¿Por qué no conmigo? Yo estoy aquí y él no.
—Pero él es un ser vivo y tú no —S’Taba agachó la cabeza, avergonzándose por primera vez, de su condición de syntho, un ser orgánico con cerebro cibernético. La mujer se apresuró a disculparse—. No quería ofenderte. No me importa que seas sintética y no un ser vivo real. Yo tampoco lo soy.
Ante el gesto de estupor de S’Taba, alargó un brazo y ordenó:
—Toca.
Las manos de la militar intentaron asir a la anciana, pero fue como intentar coger humo.
—No soy corpórea, ni yo ni ninguna de las formas de la superficie. Que también son yo, por si no lo habías adivinado.
S’Taba recompuso su figura e inquirió:
—¿Cómo sabes todo eso?
—¿Qué eres sintética? Es fácil, nosotros también tuvimos seres artificiales. Se rebelaron y durante cuatro décadas lucharon por aniquilarnos. Vencimos, claro, si no, no estaría contándote esto. Me concederás que es motivo de desconfianza.
—Los synthos estamos programados para no dañar a los orgánicos. De hecho, estamos obligados a protegerlos a cualquier precio de cualquier peligro. De ti, por ejemplo.
—¿De mí? —la dama fingió sorpresa—¡Todo lo contrario! Creo que sois lo que tan largamente he esperado. Pero para asegurarme, he de entrevistarme con tu líder.
—¿Y por qué habría de traerlo?
—Porque te voy ofrecerte algo que no puedes rechazar.
***
S’Taba permanecía erguida frente al comité científico, que parloteaba sin cesar. Pao, sentado en un extremo de la mesa, se hallaba silencioso. Finalmente se levantó y dijo:
—Voy a bajar.
—¡Pero es peligrosísimo! —arguyó Kandara, la xenóloga—. Ese ente es muy poderoso, es capaz de anular nuestras armas e influir en nuestros synthos.
—Razón de más para conocer que quiere de nosotros, por qué no ha atraído hasta su mundo. No hemos realizado treinta saltos hiperespaciales para huir con el rabo entre las piernas. S’Taba, condúzcame a conocer a esa mujer.
—Como ordene —respondió la syntho.
De nuevo se repitió el ritual durante el viaje: la pérdida de comunicaciones, la muchedumbre etérea y el portal que se abre. Pero es Pao quien desciende. La multitud, entonces, comienza a sollozar y, mientras lo hace el velo brumoso que los rodea se disipa dejando al descubierto rostros de todas las edades, claros y oscuros, de hombre o mujer. Sonríen a pesar del llanto y dos se adelantan para guiar al comandante a través del portal.
Al llegar al trono de la anciana esta se torna ante sus ojos en una mujer en la plenitud de la vida,vestida con una clámide, el pelo castaño y ondulado recogido en una coleta, el busto lleno, los miembros fuertes, los ojos tristes y sabios.
—Saludos Pao, el Largamente Esperado.
—Saludos, Señora del planeta.
—Soy Gaia.
—¿Qué quiere Gaia de estos pobres expedicionarios?
La mujer rió de buena gana.
—Directo al grano. Me gusta tu estilo. Pero permíteme agradecerte primero que acudieras a nuestra llamada. ¿Cómo descubristeis nuestra existencia?
—Hace varios siglos encontramos los restos de un artefacto con un disco de oro con información de vuestro sistema planetario. Eso nos espoleó para descubrir la tecnología de los viajes interestelares. Llegaron más mensajes vuestros, pero luego cesaron. Y salimos a buscaros.
—¡Buen viejo Voyager, fiel hasta el final! Me alegro que fuera así.
—El planeta es muy distinto al que mostraban lo mensajes…—dejo caer Pao.
—Nuestro planeta era bello y generoso. Durante miles de años soportó los desmanes de la más díscola de sus criaturas, los humanos. Guerras entre ellos y contra sus creaciones, desastres nucleares, pandemias, cambios en el clima… todo esto azotó nuestro planeta. Pero la humanidad lo superó con ingenio, ciencia, imaginación y solidaridad.
“ Incluso cuando nuestro campo magnético se extinguió conseguimos sobrevivir en ciudades subterráneas. Hasta que nuestro señor, nuestro Sol entró en su fase final y comenzó a tragarse a sus hijos. Nuestra última esperanza era alcanzar otro mundo, otra estrella. No lo conseguimos. Entonces, de los hombres y mujeres agonizantes surgí yo, Gaia, el fantasma de la Humanidad”.
“Mi mundo, la Tierra, es ahora un mundo muerto, desplazado de su posición, arrasado por la radiación y convertido en un lodazal que espera la explosión de su padre y asesino. El Sol entrará en nova en menos de doscientos años”.
Gaia se había levantado y, mientras pronunciaba su parlamento, había guiado a Pao a una cámara enorme. En el centro se situaba un centenar de sencillos cofres de metal.
—Hace mucho, mucho tiempo un rey de nombre olvidado quiso reunir en su ciudad todo el saber de la Humanidad. Aquella ciudad se llamaba Alejandría y así llamamos a la última epopeya en la que los humanos nos embarcamos. En esta habitación, Pao, está la esencia de la Tierra, el recuerdo de sus habitantes, desde los microscópicos hasta los más grandes, y de los hombres. Nuestra historia, logros y descubrimientos. Lo que fuimos y lo que quisimos ser. Honra nuestra memoria y salva nuestro recuerdo, Pao, el Largamente Esperado.
Pao hubiese querido llorar, pero su raza, no podía hacerlo. Gaia lo consoló.
—-Ahora transpórtalos a tu nave. Y cuando encontréis otros habitantes del espacio, hacedles partícipes de nuestro recuerdo. Yo me seré feliz, un pobre fantasma que encuentra al fin la paz.
***
En el puente de mando, antes del inminente alto espacial, Pao levantó sus cuatro brazos a modo de despedida. S’Taba, a su lado, sonrió.
La memoria de los humanos perduraría un tiempo más en las mareas del Universo.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.