EL ÚLTIMO HOMBRE LIBRE
Siéntate, llevo tiempo esperándote. Sé muy bien a qué has venido pero necesito un invitado y te trataré como tal. Me he cansado de vivir con la única compañía de mis recuerdos y de estos pergaminos sin sentido. También sé que estás impaciente pero me escucharás porque ni siquiera el adoctrinamiento cerril de tus amos puede extinguir la curiosidad humana. ¿Ansías conocer la verdad aunque suponga descubrir las mentiras que te contaron? Ten entonces el honor de ser el último que escuche la historia de esta maravillosa ciudad y del hombre que la soñó, aquél al que conoces como Marduk el Embustero. No tendré más remedio que llamarle así porque ni siquiera él recuerda su auténtico nombre. Se perdió con el lenguaje humano.
No culpo a Dios de desterrar a Adán del paraíso, porque sólo el Parásito pretende vivir del esfuerzo ajeno. Pero negarle luego la libertad y exigirle el producto de su trabajo... ¿Es que acaso un hombre no tiene derecho al fruto del sudor de su frente? Sí, dijo Caín, y se negó a sacrificar sus corderos en honor de Dios como hiciera su servil hermano. Sufrió las consecuencias, las sufrieron sus descendientes por heredar su espíritu libre y las sufrirán cuantos traten de liberarse del yugo de Dios. ¿Debemos adorar entonces a un tirano que extinguió a la humanidad, ahogando a sus propios hijos como sucias ratas, sólo porque querían vivir libres?
Marduk eligió lo imposible, eligió salvar a la humanidad de la venganza de Dios y traer el paraíso de nuevo a la tierra. Eligió la estéril planicie de Senar y la convirtió en un jardín más hermoso que el propio Edén. No construyó una torre hasta el cielo sino mil, cuyos pináculos se asomaban por encima de las nubes para que Dios viera que sus criaturas no nos dejaríamos ahogar otra vez como criaturas inermes. Lo logró con el poder de la voluntad humana y con eso que tú llamas magia y que no es otra cosa que el poder de las palabras.
Dios dio a Adán el poder del lenguaje humano, que es también el lenguaje del propio Dios, con el que los hombres podían comunicarse no sólo entre sí y entender el mundo sino también transformarlo. Marduk ideó la escritura para imprimir el poder de la vitalidad humana sobre los objetos inertes. ¿Ves esos símbolos ininteligibles en las paredes? Donde tú sólo ves rayas yo veo el poder que sostiene estos muros. A medida que el tiempo las borra, las estructuras colapsan hasta que no quedan siquiera cascotes sino polvo fino como la arena. Habrás visto los estragos aquí y allá, incluso alguna torre ya totalmente desmoronada, y pese a todo sigue siendo más maravillosa que ninguna de vuestras cochambrosas ciudades, que apenas son algo más que chozas de barro y paja hacinadas. Incluso vuestros zigurats no son sino groseros montones de adobe, ridículos para el que ha conocido hasta dónde puede llegar la voluntad humana.
He dicho que Marduk creó esta ciudad pero sería más exacto decir que creó a quienes la crearon, ésos a quienes temes y consideras monstruos y que fueron los mejores amigos del hombre. Dios creó a Adán del barro y los hombres creamos a nuestros gólems también con barro. No negaré que se pagó un alto precio. En esto al menos te han contado la verdad. Sólo unos pocos lo sabíamos pero dentro de esos mudos muñecos de barro estaban los cuerpos de miles de prisioneros y con ellos sus almas. Cazábamos a los bárbaros para sacrificarlos y encadenar sus almas para siempre a esta ciudad. Veo que tus gestos se endurecen pero dime, ¿no es algo mucho peor lo que hace el Parásito? ¿Cuántos hijos de los pobres has visto morir porque había que pagar el tributo del rey o del sacerdote? El Parásito dice servir a Dios para servirse a sí mismo. Los gólems servían a la humanidad liberándola del trabajo embrutecedor. Cavaron los canales para irrigar los campos que luego labraron. Levantaron esta ciudad para deleite de la buena gente que al fin pudo desarrollar el potencial de su creatividad. Sí, los gólems extrajeron y arrastraron los enormes bloques de piedra que ves pero las manos que los tallaron hasta arrancar su tosquedad y revelar toda su belleza fueron manos humanas. Detrás de cada vidriera, de cada estatua, de cada detalle que embarga tus sentidos está el fruto de la creatividad humana en todo su esplendor. También detrás del ingenio que resolvió todos los inconvenientes para adaptar este lugar a las necesidades humanas. Quizá nunca el artista y el ingeniero alcancen otra vez la plenitud de facultades que aquí consiguieron.
Y pese a todo, algunos odiaban este lugar porque sus almas serviles y cobardes temían la ira de Dios. Marduk era un visionario pero también un optimista que no podía concebir que un hombre libre se dejase engañar por los embustes del Parásito. Había escuchado rumores pero pensó que mientras se limitasen a quejarse entre susurros no constituirían ningún peligro.
También subestimaba el rencor de Dios y su necesidad de imponer su voluntad a la humanidad. Además se volvió confiado porque este estado de cosas duró mucho tiempo, pues en aquel entonces la vida de los humanos se medía en siglos y no en décadas. Pero finalmente Dios decidió arruinar la existencia de sus criaturas y esta vez su venganza sería más sutil a la par que más completa. No nos exterminaría sin más sino que mutilaría nuestras almas. Tres atributos nos había concedido: la razón, la libre voluntad y el lenguaje. Nos exigía que renunciásemos a la libre voluntad y ahora nos arrebató el lenguaje. Tú no puedes comprenderlo pero de la misma forma que cada animal tiene su lenguaje propio y natural, los humanos teníamos nuestro lenguaje.
Empezamos a olvidar palabras. Olvidábamos el nombre de lo que estábamos comiendo en ese momento como olvidábamos el nombre de un ser amado. Tuvimos que inventar falsas palabras para entendernos a duras penas con esta verborrea tosca y confusa en la que ahora te hablo. Así los seres humanos perdimos la facultad de entendernos sin equívocos en todo momento y lugar. Y con el lenguaje empezaron también a perder la razón y a delirar como niños caprichosos. El último paso era olvidar nuestros verdaderos nombres, pues cada ser humano tenía un nombre único que no reflejaba el capricho de sus padres sino su personalidad única y compleja. Maldigo a Dios cada vez que despierto sin recordar quién soy y entiendo que algunos llegaran al extremo de enloquecer de desesperación y arrojarse al vacío. Los demás nos estremecíamos, consternados, sin saber que esos desdichados sólo eran los primeros en morir y que un horror infinitamente mayor estaba por venir.
Olvidadas todas las palabras, perdimos el control de los gólems, que sólo respondían al lenguaje humano. Indiferentes a la humanidad, vagaban sin rumbo por la ciudad o permanecían quietos, como embobados, inofensivos a pesar de que su presencia se había vuelto inquietante. Sin su ayuda, los ciudadanos tuvieron que hacerse cargo otra vez de los duros trabajos. Fue una prueba demasiado dura para quienes tenían las manos suaves y habían olvidado lo que era el sudor y el dolor de huesos.
Perdida la razón, los hombres decidieron renunciar a su libertad y acudieron al Parásito para suplicar al mismo Dios que les había arrebatado su dicha. Perdieron su dignidad con la secreta y ridícula esperanza de que Dios recuperaría para ellos su vida feliz y holgada si se humillaban lo suficiente. Como es natural, lo primero que el Parásito exigió fue la cabeza de Marduk y Marduk se entregó voluntariamente porque pensaba que tenía alguna posibilidad de calmar a la masa enfurecida demostrando serenidad. Pensarás que estaba loco pero antes de perder el lenguaje Marduk podría haber hecho entrar en razón a la muchedumbre, hacerles recordar lo que significaban la libertad y la dignidad. De forma instintiva podíamos utilizar millones de palabras para describir la complejidad del universo en todos sus matices y de esta forma la razón acababa prevaleciendo sobre el fanatismo y el miedo. Pero, desprovisto del poder de las palabras, Marduk sólo recibió ingratitud e incomprensión. Los alaridos de los fanáticos eran más fuertes que sus torpes palabras y la multitud rugió de alegría condenando a su benefactor a morir lapidado en la Plaza de la Libertad, ahora un sitio espantoso que habrás evitado porque carece totalmente de escondrijos ante los gólems que suelen rondar por allí, pero que entonces era el lugar favorito para las festividades.
Marduk podía ser un visionario pero también era un ingenuo en cuanto a la ingratitud del alma humana y no lo descubrió hasta que la primera piedra le alcanzó. Llovieron muchas más y cayó y se levantó, cada vez más dolorido y amargado, una y otra vez. Perdida toda esperanza, sólo le quedaba morir con dignidad y de pie como un hombre libre. Si la multitud no se dejaba convencer por la razón, quizá lo hiciera con el ejemplo de su dignidad. De acuerdo, te lo concedo, Marduk era un ingenuo...
Lo que calló a la masa fue la perturbadora presencia de los gólems, que por algún motivo empezaron a acudir en tropel. Cesaron los insultos, las manos soltaron las piedras y los rugidos se convirtieron en murmullos. Entonces de algún modo Marduk recordó una palabra. Te han contado que fue el demonio el que puso esa palabra en sus labios pero yo te digo que fue Dios, que no satisfecho con humillar a Marduk por el mero hecho de pretender ser libre quiso convertirle en instrumento de su venganza. Él puso en sus labios la palabra funesta. Marduk quiso decir libertad pero en vez de eso gritó matad y aquélla fue la última palabra humana, la última orden que los gólems comprendieron y la primera que acataron con placer. Jamás había salido una palabra de sus bocas invisibles y lo que dijeron podría ser entendido por cualquier criatura viviente. Fue un alarido de rabia contenida y odio infinito que no podría salir jamás de una garganta ninguna garganta de los hombres acobardados y sin alma son incapaces de expresar.
La misma muchedumbre que hace unos minutos se apiñaba como un muro alrededor de su indefensa víctima se dispersó al instante como una manada de ciervos asustadizos. En vano confiaron en la velocidad de sus pies. Acostumbrados al paso lento y torpe de los gólems, jamás habíamos sospechado que pudieran correr como leopardos. Se abalanzaron como ángeles de la muerte sobre la multitud y la barrieron con la sola fuerza de sus brazos, derribando a sus víctimas como el segador que siega las mieses con su hoz.
¡Qué poco conocíamos a aquellos monstruos a pesar de haber convivido tan largo tiempo a su lado! Jamás habían mostrado el menor entusiasmo o deleite en sus labores, limitándose a ejecutarlas en silencio como inexpresivos autómatas. Hasta que recibieron la única orden que deseaban cumplir y se entregaron con devoción a su tarea asesina. Lo más aterrador fue su inesperada creatividad. A algunos los aplastaban lentamente contra el suelo, deleitándose con los aullidos de los que en vano trataban de zafarse del peso brutal que partía sus huesos. Esos desdichados maldecían la hora en que ingenuamente habían confiado en la misericordia de Dios hasta que se atragantaban con la sangre que manaba a borbotones de sus bocas. A otros en cambio los agarraban por los pies para estamparlos contra el suelo y dejarlos agonizar, los utilizaban como proyectiles que lanzar contra los que corrían o simplemente los desmembraban o rompían como si fueran juguetes. El sufrimiento de sus víctimas era su diversión y la agonía de los moribundos era su alegría, y como tal procuraban alargarla.
No les avergonzaba nada, mucho menos la presencia de Marduk, que caminaba en medio de la destrucción como un fantasma, no tanto porque supiera que los gólems no podían hacerle nada (no estaba incluido en la fatal orden) sino porque trataba de cerrar ojos y oídos pero éstos se negaban a aislarle del horror. Antes había deseado la muerte de la multitud desagradecida y ahora se maldecía una y otra vez por ello. Trataba de convencer a los gólems sin encontrar las palabras y ellos continuaban sus crueldades, sin saciarse siquiera con la muerte sino que humillaban después a sus víctimas, reventando sus cráneos como cáscaras de huevo y jugando con los cadáveres hasta dejarlos irreconocibles. Esparcían la sangre y las vísceras de los desdichados para que no quedara una pulgada de este maravilloso lugar sin mancillar.
Si al menos la muerte de tantos pudiera haber embotado el espíritu de Marduk hasta atontarle y que sus desgracias individuales se confundiesen... Marduk nunca había sentido un interés especial por la belleza femenina pero por alguna razón no podría olvidar el triste destino de la que entonces era considerada la mujer más hermosa de la ciudad. Le perseguiría la visión de esa mujer retorcerse en el aire como un pez fuera del aire mientras un bruto la atrapaba por los brazos y luego otro agarraba sus muñecas. Entonces los dos comenzaron su juego criminal, tirando ambos de las extremidades, despacio, tomándose su tiempo para que se partieran cada uno de los huesos de sus largas piernas y brazos, alargando su agonía hasta que finalmente toda ella se partía por la mitad. Incluso ya muerta y dividida, la trocearon y redujeron a pulpa para que no quedara un ápice de su belleza. Marduk se despertaría cada noche oyendo los chillidos de esa mujer.
En esta ciudad vivieron una vez un millón de habitantes pero sólo unos pocos centenares sobrevivieron. Se habían mantenido fieles en todo momento a Marduk y se refugiaron aquí, en la más alta torre de la ciudad que tú llamas Babel. Ni siquiera los gólems pueden atravesar esa puerta y tú sólo has llegado aquí porque lo he permitido...
Ahora que conoces mi historia, te preguntarás por qué te he dejado entrar y si estoy loco por hablar de mí mismo en tercera persona. Entiende esto: el hombre que soñó este lugar murió aquel fatídico día en la plaza pública. Delante de ti no hay más que una sombra que no recuerda siquiera su verdadero nombre. La ciudad se derrumba y lo queda de mi gente se muere pues el recuerdo de lo que fue este lugar es un sufrimiento aun mayor que aquello en lo que se ha convertido. Sé que escuchan en sueños las voces de los niños riendo y el murmullo fabril del mercado y los talleres y que luego despiertan para descubrir que no era más que el ulular de las tormentas de arena golpeando estos muros. Les oigo entonces llorar y murmurar palabras sin sentido. Así un día y otro hasta que finalmente desesperan y se marchan. No puedo evitar que lo hagan aunque sepa que no llegarán muy lejos antes de que alguno de los gólems que rondan incansables entre las ruinas los encuentren. Mi empeño es inútil, moriremos todos antes de que logre desentrañar una sola palabra escrita en estos pergaminos en lenguaje humano. Nada me queda más que la intuición de que en un futuro distante otro visionario traerá de nuevo el paraíso a algún insospechado lugar. Habrá de nuevo una ciudad sin dioses ni reyes, sólo hombres, pero yo no podré contemplarla. ¿Será tan hermosa como Babel?
Tus amos me odian tanto que ni siquiera son capaces de esperar lo inevitable. Has venido a matarme y no me resistiré.
El hombre libre elige, el esclavo obedece.
Yo elijo morir libre. ¿Serás capaz de elegir tú también? Sabes que todo lo que aprendiste fue una mentira y que para ellos y su cruel Dios no eres más que un instrumento que vale menos que el puñal que empuñas con mano temblorosa. Crees que sirves a un fin superior pero sólo sirves al Parásito. ¡Decídete y sé libre o esclavo!
¡El hombre libre elige, el esclavo obedece..!
¿Te sorprende verme en pie? ¿Esperabas que te suplicara de rodillas por mi vida? Si no supliqué aquel fatídico día en la plaza pública, no lo haré jamás. La hoja de tu puñal no evitará que me levante de nuevo hasta que el último hálito de vida abandone mi cuerpo. ¡¿Dejarás que me desangre como un perro?! ¡Cumple tus órdenes, esclavo, y termina lo que viniste a hacer!
¡El hombre libre elige...!
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.