Estimados compañeros, no sería yo yo mismo si no defecase aquí la parida neuronal, la urea narrativa de cada convocatoria. Hela:
Las diferencias
El cabalista entra en su estudio. Se orienta deprisa entre esferas armilares, astrolabios, gnomones, libros, pergaminos, reglas, compases, plomadas y mil y un artilugios y papelotes, alumbrados por dos quinqués de apestoso aceite. Los dos gólem se le acercan. Él, intrigado, los mira mientras abre sus notas y prepara la tinta. Les interroga con la mirada. Les vuelve a interrogar con la mirada. Y, como no se dan por aludidos, les pregunta directamente:
—¿Queréis algo?
—Sí, ¡oh, amo! —contesta el gólem macho, que mastica los papeles de sus instrucciones como si chicle fuese.— Quiero agradecerte el haberme creado.
—Vaya, pues no sé qué decir. Hala, venga y, ahora, cada cual a lo suyo.
—¡Oh, amo!, también quiero agradecerte que la crearas a ella, mi compañera.
—De nada majo, pero venga, ya, vale, que llevo prisa.
—Yo, ¡oh, amo!, también deseo agradecerte mi creación —dice ella.
—Ya, ya, que no hay manera. No vais a parar hasta que terminéis la secuencia. Es que no pasaríais ni la primera pregunta del test de Turing. Ni el de Voight-Kampff.
—Y su creación —insiste ella mientras señala a su compañero. —Y, ambos, ¡oh, amo!, agradecemos a su inocente sobrina que nos esculpiera con tanto detalle y de manera tan agradable a la vista.
—Que sí, que sí, que tiene mucho talento la condená. Si os hubiese hecho yo no pareceríais ni orangutanes.
—Sin embargo, ¡oh, amo!, quisieramos señalar un pequeño problema.
—¡Hombre!, por fin llegamos.
—Sí —continúa ella—, vuestra inocente sobrina es una gran artista, ¡oh, amo!
—Y quisiéramos, ¡oh, amo!, remarcar diferencias no tan inocentes para pasar unas siestas amenas.
Ahí tienes para un relato con toques de humor.
Estimados compañeros, no sería yo yo mismo si no defecase aquí la parida neuronal, la urea narrativa de cada convocatoria. Hela:
Las diferencias
El cabalista entra en su estudio. Se orienta deprisa entre esferas armilares, astrolabios, gnomones, libros, pergaminos, reglas, compases, plomadas y mil y un artilugios y papelotes, alumbrados por dos quinqués de apestoso aceite. Los dos gólem se le acercan. Él, intrigado, los mira mientras abre sus notas y prepara la tinta. Les interroga con la mirada. Les vuelve a interrogar con la mirada. Y, como no se dan por aludidos, les pregunta directamente:
—¿Queréis algo?
—Sí, ¡oh, amo! —contesta el gólem macho, que mastica los papeles de sus instrucciones como si chicle fuese.— Quiero agradecerte el haberme creado.
—Vaya, pues no sé qué decir. Hala, venga y, ahora, cada cual a lo suyo.
—¡Oh, amo!, también quiero agradecerte que la crearas a ella, mi compañera.
—De nada majo, pero venga, ya, vale, que llevo prisa.
—Yo, ¡oh, amo!, también deseo agradecerte mi creación —dice ella.
—Ya, ya, que no hay manera. No vais a parar hasta que terminéis la secuencia. Es que no pasaríais ni la primera pregunta del test de Turing. Ni el de Voight-Kampff.
—Y su creación —insiste ella mientras señala a su compañero. —Y, ambos, ¡oh, amo!, agradecemos a su inocente sobrina que nos esculpiera con tanto detalle y de manera tan agradable a la vista.
—Que sí, que sí, que tiene mucho talento la condená. Si os hubiese hecho yo no pareceríais ni orangutanes.
—Sin embargo, ¡oh, amo!, quisieramos señalar un pequeño problema.
—¡Hombre!, por fin llegamos.
—Sí —continúa ella—, vuestra inocente sobrina es una gran artista, ¡oh, amo!
—Y quisiéramos, ¡oh, amo!, remarcar diferencias no tan inocentes para pasar unas siestas amenas.
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En un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente...
https://historiasmalditas.wordpress.com/