¡Aguanta, Scooby Doo!
Reseña de este juego de equilibrio y suspense de Lansay
Si se tuviera que caracterizar el clásico de los dibujos animados Scooby Doo de un modo simple y rápido, podríamos decir que su receta es suspense + golpes. Todo el mecanismo de sus episodios recurrentes se apoya en estos dos pilares: primero tenemos los nervios propios de cruzarse con el monstruo de turno —sea momia, vampiro, fantasma, criatura del lago, marciano, zombi o cualquier otra cosa— y finalmente, tras una sucesión de carreras, golpes y requiebros que mantienen la tensión de los más pequeños —aliviada con las risas de rigor—, el descubrimiento de la conspiración.
¡Aguanta, Scooby Doo! —Tiens bon, Scooby-Doo en la versión francesa que tengo; el juego es independiente del idioma— consigue captar de un modo insospechado esta tensión en sus partidas con un mecanismo muy sencillo y nada novedoso en los juegos de equilibrio pero que se adapta a la perfección a este escenario.
En concreto, tenemos a Shaggy y a Scooby abrazados sobre un inestable muro —en una pose muy suya— esperando el inevitable topetazo que posiblemente los hará aterrizar sobre algún monstruo de pega mientras los jugadores, con la ayuda de unos palos con forma de mano, van haciendo caer ladrillos. Sin más. El objetivo del juego es conseguir quitar un ladrillo más sin que se caigan nuestros héroes.
El juego funciona francamente bien gracias al diseño de las piezas. Aunque cuando lo abrí no daba dos duros por la estabilidad del conjunto, la verdad es que se monta con facilidad y el muñeco que representa a Shaggy abrazado a Scooby se mantiene en vilo contra todo pronóstico, a veces incluso cuando una parte considerable del muro desaparece bajo sus posaderas. Las piezas, además, son lo bastante sólidas para que no se las lleve una corriente de aire o un desafortunado tropiezo con la mesa y lo suficientemente ligeras para no hacer polvo la superficie donde se juega.
El resultado es un juego adecuado incluso para niños de tres años —si entienden los conceptos de “turnos” y “ganar” y están de humor para respetarlos— que, al mismo tiempo, sigue siendo divertido por viejo que seas. No hace falta una gran habilidad para jugar, aunque nunca esté de más, y siempre viene bien algo de estrategia o de sentido común. Además, los ladrillos tienen unas dimensiones tales que permiten prolongar las partidas mucho más de lo que cabría imaginar en un primer vistazo.
Obviamente, el escenario Scooby Doo es por completo accesorio, pero no por ello deja de estar bien hilado y resultar muy simpático. En definitiva, un juego sencillo pero sólido en su planteamiento y bien realizado.
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