Equilibrando piezas
Un artículo sobre Piezas desequilibradas, la obra de Darío Vilas publicada por 23 Escalones
Un artículo de Javier Pellicer
Dicen que los libros más sinceros son aquellos en los que el autor se deja llevar sin atender a las presiones comerciales o las exigencias editoriales. Por desgracia, si un escritor pretende hacerse un hueco en el mundo literario obligatoriamente debe adaptarse a estas premisas.
Sin embargo, adaptación no significa rendición, algo que Darío Vilas ha comprendido muy bien en su primer libro "oficial": Piezas desequilibradas (23 Escalones). Me consta el esfuerzo que le ha supuesto apartarse un poco de su habitual estilo anárquico para buscar esa claridad que, según nos dicen, el lector demanda. Y porque he seguido su trayecto desde sus inicios (que coinciden con los míos), he percibido claramente el cambio tan evidente que ha conseguido tras su debut oficioso con Imperfecta Simetría (Círculo Rojo), junto a su amigo Rafa Rubio.
No estamos ante una simple colección de relatos. Esta antología recoge los mejores textos breves (y no tan breves) del autor desde los últimos cinco años. Algunos son inéditos, otros viejos relatos a los que Darío ha "lavado la cara" para la ocasión. Relatos poderosos, impactantes en el peor de los casos, y que no se conforman con contar una historia llana. Cada uno contiene un buen número de matices, así como guiños a influencias del autor (música, relatos de terror clásicos...). Porque... ¿qué es una historia para un escritor (o lector) sino un escape a la realidad circundante? Sólo que en el caso de Darío Vilas, es un escape hacia delante.
Quién es Marcos Laguna
El primer relato, que da nombre a todo el libro, no podría entenderse sin Marcos Laguna, personaje fetiche por excelencia del autor. Utilizando un simil cinematrográfico, Marcos es a Darío lo que Johnny Deep es a Tim Burton. Este personaje, que ya tuvo mucho protagonismo en el mencionado Imperfecta Simetría, es el centro absoluto de este primer texto (que además transcurre en la ciudad imaginaria de Simetría, paraje creado por el autor en su anterior obra).
Le debe el nombre (y tal vez más cosas) al compositor y cantante norteamericano Mark Lanegan, uno de los músicos preferidos de Darío Vilas. La influencia de su música es absoluta: el título del relato (y del libro) corresponde a la traducción de la canción "Unbalanced pieces", que el cantante interpreta en una colaboración con el grupo Soulsavers; además, cada parte en la que se divide el relato toma nombre de alguna de las letras de Lanegan.
Mark Lanegan, ¿el auténtico Marcos Laguna?
El propio Darío Vilas nos habla un poco de por qué este personaje es tan importante: "Él mismo se me agarró y no me suelta, y ya estoy pensando en una novela en la que lo volveré a hacer aparecer. En base era la mezcla entre Mark Lanegan y el Marv de "Sin City". Es una suerte de filósofo visceral que refrenda a golpes la contundencia que pretende darle a sus palabras. Siempre habla como si estuviese dando lecciones magistrales, aunque creo que ni él sabe muy bien qué es lo que le angustia tanto, ni qué pretende demostrar al mundo".
El caldo de cultivo de este relato fermentó, según el autor, gracias a una iniciativa que no llegó a fructificar: "Este relato lo escribí inicialmente para un proyecto de libro-disco en el que cada autor iba a contar con un músico. Los relatos debían estar inspirados en la canción o viceversa. La idea era que se complementase cada texto con una canción. La mía era "Darkness", de Ucantdothattome, pero decidí ir un paso más allá y que todo el relato respirase la atmósfera de la música de Mark Lanegan, que es un referente tanto para mí como para Juan C. Rial (Ucantdothattome). Por otra parte, también es la precuela de una trilogía que incluí en el libro Imperfecta Simetría, aunque funciona como texto independiente".
Narrado en primera persona y en presente (al más puro estilo del mencionado cómic de Frank Miller), Piezas desequilibradas es la historia de un hombre que está al límite emocionalmente. Un tipo duro, sí, pero cuya cabeza no para de dar y dar vueltas en relación a ese "mujerón de unos treinta años, atractiva, con un cuerpo de auténtico escándalo y una mirada que destroza voluntades", según narra el propio autor, con el que se encuentra una buena (o mala) noche. Ese es el otro personaje del relato, Maite. Ambos individuos extremos, esclavos absolutos de las emociones: las dos piezas desequilibradas del tablero de juego (tal y como menciona la canción inspiradora). Aceptan sus excesos, sus muchos fallos, pero son incapaces de luchar por cambiar. Perdedores sin remedio, y se diría que orgullosos de serlo. El toque sobrenatural es practicamente secundario al lado de la radiografía emocional a la que Darío somete a sus protagonistas.
¿Y por qué este tipo de personajes tan oscuros y amargados? "No sabría explicarlo, porque la verdad es que contrastan con mi forma de ser", asegura Darío. "Soy muy feliz, pero cuando me pongo a escribir lo que suelto es justo lo contrario. Supongo que es una manera de deshacerme de la parte oscura, de los miedos y de todo lo que sobra".
De luces, sombras y desesperación
El segundo relato de la antología es quizás la prueba más palpable de que los textos del libro, a pesar de su prosa equilibrada, no son historias de fácil digestión. Una luz al acecho nos habla de más personajes amargados y rendidos a la locura y la desesperación; individuos con la perspectiva deformada y que hacen dudar al lector sobre lo que es o no real. Paranoias y complots ideadas por mentes débiles son el leiv motiv de este relato. Darío nos cuenta que "surgió, como muchos otros, de un sueño que tuve, en el que una mujer se arrastraba hacia mí como si estuviera poseída, pero en la propia pesadilla me daba cuenta de que la que estaba sufriendo realmente era ella. Después mezclé eso con una historia de un yonki al que conocí en mi adolescencia". Diego, Raúl y Emma son los protagonistas, tres toxicómanos (el primero y la última son además pareja) con delirios (o quizás no lo son) que los han convertido en criaturas de voluntad enclenque. Muy interesante alguna de las paradojas "irónicas" que utiliza el autor, no aptas eso sí para lectores de estómago débil. No olvidemos que estamos ante historias oscuras. Al autor le interesa especialmente retratar la psique de individuos derrotados y más allá de la salvación. Mención especial para esas frases lapidarias e impagables que Darío se saca de la manga de vez en cuando, como ese "Hasta que la muerte nos demacre".
Jugando con el lector
El Demonio, Charles y Selvakumar, el siguiente relato de la antología, está construido y dirigido utilizando un estilo que seguro será más reconocible para el lector. Es la historia de dos hermanos: Charles (el mayor) y Selvakumar, quien padece una enfermedad mental a juicio del otro. El resto del poblado donde viven (incluido el propio Selvakumar), creen que está poseído por el Demonio. “Lo escribí tras leer en un periódico que en la India un hombre había hecho más o menos lo mismo que el personaje de Charles. A pesar de lo truculento de la historia, me pareció que aquel tipo había demostrado un amor inmenso hacia su hermano”.
A pesar del clasicismo de este texto, el autor sigue apostando por esa norma que él mismo ha establecido: utilizar personajes atormentados, claramente desequilibrados. Un relato al que, quizás, se le puede achacar que deje al lector un poco con la miel en los labios y la sensación de que el desenlace deja la historia un poco en el aire.
Cuando el frío aletarga la voluntad
El personaje de Voluntad bajo cero tiene la apariencia más normal del mundo, así como su entorno, anodino y tan monótono como el de cualquiera de nosotros. La historia comienza con las impresiones del protagonista, cuando una noche recibe un escabroso video por e-mail. Al final de éste, se encuentra con una advertencia de esas tan manidas y que todos hemos recibido alguna vez: “Reenvíalo a veinte personas o la maldición caerá sobre ti”. Nada que el protagonista no pueda resolver reenviando el video a sus escasos dieciocho contactos. Para completar el cupo, se le ocurre la genial idea de inventar dos cuentas.
La historia continúa con una escena que cualquier matrimonio tildaría de habitual. Nada especial... al principio. Porque conforme avanza el relato la desesperación del personaje va in crescendo hasta alcanzar un clímax realmente estremecedor. Para Darío, “este relato también es importante, porque fue el primero en el que me propuse algo concreto. El mensaje creo que es suficientemente claro, así que me volqué sobre todo en ambientarlo de la manera adecuada. El frío y el hielo tenían que impregnar todo el texto, así que lo escribí escuchando en todo momento la banda sonora de "Los amantes del Círculo Polar".
¿He dicho ya que estamos ante una antología muy dura?
La música vuelve a convertirse en protagonista en este Yo (y el autobús número 4), alcanzando la máxima notoriedad. "La música es, junto con los sueños, mi principial fuente de inspiración. No lo puedo evitar, cuando escucho una canción que me entusiasma enseguida estoy pensando en lo que me sugiere, y me pongo a escribir sobre ello", asegura el autor. "Cuando escribo siempre escucho música con auriculares puestos a todo volumen, me ayuda a aislarme (y es necesario cuando tienes a un niño de dos años rondándote todo el tiempo), y claro, algo siempre se acaba impregnando en los textos".
En esta ocasión las referencias giran en torno a Janis Joplin y su famosa Me and Bobby McGee. La protagonista, otro despojo forzado a convertirse en tal por la propia sociedad, replica las letras de Joplin utilizándolas como excusa para su propia y lamentable miseria. Vidas paralelas, podría parecer.
El germen de este relato es cuanto menos curioso, según apunta Darío: "Un buen día, mi amigo Rafa Rubio me propuso un experimento para ejercitar el ingenio; tenía que abrir un libro de mi biblioteca y escribir un relato a partir de la primera frase que leyera. El libro que cogí fue "Menos que cero", de Brett Easton Ellis, y la frase elegida al azar "Y luego se la follaron todos los de la fiesta". El ejercicio resultó muy inspirador. Uno de los textos más rabiosos que he escrito en mi vida".
Una historia durísima, con un poco de denuncia social, poco recomendable para puritanos. No encontraremos un ápice de esperanza en este relato, sólo dolor y mucho rencor.
Obsesiones y paranoias
La situación con la que se abre ¿Quedamos? es tan tópica que la imaginaremos fácilmente, y con detalle, en nuestra cabeza: un tipo fantasioso enamorado de su compañera de trabajo, que insiste una y otra vez con quedar con la muchacha sin advertir que a ella no le hace nada de gracia. La cosa degenerará en dos tipos diferentes de obsesión: por una parte, la fijación del hombre hacia su compañera; por otra, la paranoia que la chica empieza a sentir ante el acoso de él.
“Se trata de un retrato psicológico en el que juego un poco con la percepción que el lector tiene del protagonista”, nos narra Darío Vilas. “Está inspirado en una situación que viví realmente, aunque sin ser parte implicada del todo. Intenté transmitir que no se puede juzgar, aun cuando todo señala en una dirección concreta. A partir de este texto empecé a anotar en una libreta los pensamientos de mis personajes, a darles vida antes de escribir sobre ellos”.
En pocas páginas, Darío Vilas logra transmitir ambas sensaciones con gran acierto, viajando entre las impresiones de cada uno de los personajes, dejándonos claro que no siempre es acertado guiarse por las apariencias.
Puede pasar tanto en un minuto...
Después de leer Un minuto y treinta y cinco segundos me lo pensaré dos veces antes de subirme a una montaña rusa. Y, al igual que yo, imagino que el autor pensará lo mismo habida cuenta de lo que nos comenta: “Si digo que lo escribí después de montar en una montaña rusa por primera vez en mi vida (la de Superman, en el Parque Warner de Madrid), creo que ya dejo claro todo. Mi reto era narrar de manera vertiginosa, como exigía la historia, y a la vez hacer un relato del estilo del Matheson de los cincuenta”. La historia está narrada con bastante dinamismo, muy acorde con la atracción donde transcurre. Incluso se permite el toque de humor del escupitajo. Probablemente sea el texto más original en el aspecto argumental, especialmente ese párrafo final en el que, en clave numérica, el autor concluye la historia. Un relato corto que se puede leer en... un minuto y treinta y cinco segundos. Un tiempo en el que pueden pasar muchas cosas.
Surrealismo al poder
El diario de Silvia es, en palabras de su autor, “mi particular crítica televisiva y social, que parte también de un hecho real. Tiene un toque de patetismo premeditado”. Se inicia con una escena totalmente surrealista, que bien habrían firmado los Hermanos Coen o Tarantino. Tras esta introducción, saltamos a una vida que nos suena mucho más: una ama de casa resignada, hasta ese momento resignada a un matrimonio monótono, pero que por fin ha plantado cara a su esposo. Para celebrarlo, se acomoda tranquilamente a ver su programa favorito, uno de esos reality llamado El diario de Silvia, sin imaginar que ella será la protagonista muy pronto. En un giro final sorprendente, aberrante y, por qué no decirlo, ingenioso, Darío Vilas impregna ese ambiente utópico con la absurdez con la que abría el relato.
El artista frustrado
El protagonista de La muerte imita al arte tiene una afición que, como poco, habría que tildar de horrorífica, por mucho que él no lo vea así. Es el otro tipo de personaje tipo que Darío maneja: si Marcos Laguna es consciente de sus defectos (e incluso los acepta), el personaje de esta historia no comprende ni asume sus desvaríos como tales. Al menos hasta el final.
“Revirtiendo la famosa frase de Warhol, escribí este relato después de ver las "obras" de Gunther von Hagens (creador del sistema de plastinado, que mantiene intactos los cadáveres para exponerlos). Atracción y repulsa a partes iguales”, comenta Darío Vilas.
Otra historia para estómagos fuertes acostumbrados al gore y a la sangre.
Rememorando viejos tiempos
Para los que hemos seguido a Darío Vilas como escritor desde sus inicios “públicos”, La bruja lusa es un relato especial, y quizás por ello merezca más atención por mi parte.
Leí esta historia por primera vez hará al menos cinco años. El autor colgó una primera versión en la página TusRelatos.com, donde rápidamente se convirtió en el más leído de los miles que formaban el espacio (y durante muchas semanas). Con el tiempo y las revisiones, La bruja lusa alcanzó nuevas cotas, hasta convertirse en finalista del I Certamen de relatos de terror Círculo Rojo. En esta antología el autor nos ofrece una versión renovada y ampliada, tal vez un modo de cerrar el círculo de una de sus obras más queridas.
El autor es tajante al respecto: "Es el texto que marcó un antes y un después para mí, y el que más suele gustar a los que me leen. Partiendo de un sueño (como no) en el que alguien me señalaba a una chica y me decía "Es la bruja lusa", sin que yo pudiera distinguir su rostro en ningún momento, empecé a planificar el relato tal y como lo hago ahora cuando encaro una novela".
La historia comienza con cierto aire de clasicismo: Durante un velatorio por su difunto esposo, una anciana le cuenta a su nieto el motivo por el que no le hace ninguna gracia estar en presencia de un cadáver. Asistimos entonces a un episodio ambientado en la dictadura franquista, un texto adecuado a los cánones. El aspecto histórico, sin embargo, se difuminará rápidamente. No es lo importante.
Darío nos hace saltar de regreso a la actualidad. El nieto de la anciana (César) ha crecido. Está en el paro y tiene que aceptar un trabajo en un tanatorio, como ayudante de una persona muy especial: Adela, la embalsamadora, a la que todos en el pueblo llaman la Bruja Lusa; aseguran que los cadáveres que arregla parecen más vivos que muertos. Sin embargo, la tal Adela no es exactamente lo que el personaje de César había imaginado.
“En él hay muchas inquietudes personales, anécdotas (la abuela del protagonista tiene el nombre y la voz de mi propia abuela), algún hecho supuestamente real (las voces en el tanatorio de Ceuta) y un peculiar homenaje al cine de terror japonés”.
Un remate perfecto
Considero que Púrpurea cicatriz, el relato que cierra el libro, es un remate perfecto. Es sin duda el más experimental, y por ello el más difícil de reseñar. Representa la caída del personaje (anónimo) hacia la angustia y la desesperación, la rendición al dolor emocional y psicológico; un derrumbe que parece eterno, del que jamás podrá escapar. Pero todo tiene un final, y ese alguien que narra acaba por entenderlo y salir de ese círculo vicioso de derrotismo. Marcado para siempre, sin duda, pero también reforzado. “El título es un homenaje al cantautor asturiano NachoVegas. Una narración nacida de la angustia, muy críptica, en la que hay un soplo de esperanza al final”.
Me da que pensar de que estamos ante un ensayo general de todos los personajes que pueblan el libro: todos desequilibrados, aparentemente fuera de toda esperanza. Sin embargo, la amargura que impregna cada relato se transforma en éste en un atisbo de esperanza al final del camino. Un texto reparador para el lector, que evitará así que quede contagiado con la amargura de tanto ser atormentado.
Conclusión
Piezas desequilibradas no es un libro fácil ni adecuado para todo tipo de lectores. Quien lo adquiera debe tenerlo muy en cuenta, a riesgo de llevarse un desengaño. Los conformistas, los acostumbrados al género más comercial (lo cuál es más que respetable, a mí también me gustan las hitorias formales), tal vez tengan dificultades para apreciar estas historias mayoritariamente duras, y los personajes de carácter desarreglado que Darío Vilas nos presenta. No por el estilo narrativo, que es más o menos lo común dentro del mercado literario, más bien por la temática oscura y de complicada digestión de los relatos (excepto dos o tres textos más clásicos).
Aún así, el lector abierto a experiencias menos formales disfrutará mucho de esa libertad y sinceridad de la que hace gala Darío Vilas. Su toque personal, aunque adaptado a las corrientes actuales, está ahí: terror, thriller y, sobre todo, personajes desarraigados, son su seña de identidad. Eso es lo que el lector encontrará. Ni más... ni menos.
Caricatura del autor, por Pablo Pino
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