Tu cuerpo empieza a temblar, tu entorno cambia y la atmosfera es opacada por una especie de lente puesto sobre esta, generando una visibilidad más negra sobre las cosas, sobre el entorno y sobre tu presencia periférica ante el mundo. Lo sientes, sabes que aquellos movimientos llenos de nerviosismo materializado en tu cuerpo, son producto de aquella herida. Sí, la herida que sirvió de prefacio ante el futuro insalvable e innegable que te espera. Te encuentras solo en el inicio de todo –aunque comenzaste solo y terminarás solo–; tal vez la parte inicial siempre resulta ser la más pesada, tediosa, difícil y dolorosa.
No te puedes oponer a aquellos sentimientos y sensaciones. Por mucho que intentes resistir, aquello te desbasta. Lo que te califica como humano va en decadencia y poco a poco pasa a sufrir una dispar metamorfosis.
No hay marcha atrás, lo que ocurrió alguna vez en antaño hoy llega para enmarcarse en tu ser. Solo gritas, te quejas, lloras y estallas en cólera, más de eso nada; nada más que la resignación del dolor.
Tu piel…, tu piel sufre la transformación inicial, ves cómo empieza a cambiar lentamente de color. Un color horrífico y lúgubre que te trae pensamientos sobre bestias y criaturas monstruosas, haciéndote meditar sobre la abominable criatura en la que te has de transformar. Mueves tu cabeza y buscas un lugar donde esconderte, pero no puede huir al destino sentenciado, que se te impuso días atrás, donde esa herida fue la que lo escribió y la responsable de tu final; escribió en tu piel tu decaimiento y el fallecer febril de tu humanismo.
Maldices la noche y la luna. Tus miembros empiezan a sufrir un heteróclito cambio. Ya no tienes forma humana: tu cuerpo posee una figura antropomórfica y abominable. Tus uñas, tan afiladas como una cortante espada; tu pelo, esparcido por todos lados, rodea toda tu estructura superficial. Poco a poco te va consumiendo el pelaje, dando forma a un animal similar al humano, mas alejado a la vez. Las figuras, del humano y de lo que estás próximo a ser, han de ser similares, aunque, más allá de eso, es diferente.
Tus ojos…, esos ojos humanos que alguna vez mostraron el reflejo de tu ser y eran una prueba de tus emociones y expresiones, ya no son iguales. Al igual que todo lo demás, ha mutado. Tus pupilas han desaparecido y tus parpados se han unido al pelo que rodea tu rostro; has perdido aquellos ojos que te permitían percibir el mundo de una manera diferente a la actual. Ahora tienes ojos de bestia: coléricos, sin compasión y llenos de caótica irracionalidad, rodeados por la maldad.
Ya no piensas en nada, ni siquiera en el dolor, puesto que este hace parte de ti y no se despegará. Será algo con lo que tendrás que convivir a diario, cada día deberás soportarlo, y no hablo del dolor que sientes durante el inicio, mientras vas mutando, mientras tus músculos se sienten adoloridos, generando ese dolor físico; no. Hablo de un dolor que sigue contigo, que no afecta tu físico y que te acompaña, siendo humano o no. Es el dolor mental que produce el cambio, la agobiante y desgarradora alteración, por culpa de aquella transformación; el sufrimiento que te corromperá a diario, siendo este una de las cenizas que quedaran de cuando eras humano. Con él también prosiguen las nostalgias, el saber que ahora estarás solo y todos te huirán, lo quieras o no, por más que lo intentes o lo ignores. Actuarás como un animal, pues ahora el caos y la cólera irracional es algo natural en ti, que forma tu ser. Siendo imposible resistirte al horror, al final terminaras por acostumbrarte a todo y hasta disfrutarás las tragedias que ocasiones. Tanto las heridas nefastas a los demás como a ti mismo: serás un masoquista y un retorcido e inhumano torturador, un psicópata y un monstruo. Disfrutarás de todo eso, del caos y el daño, incluso del daño a tus seres queridos, a tus amigos, familiares, todos aquellos que hacen parte de tu existir y del mundo en el que habitas. Le ocasionarás daños y hasta muerte, a todos los que una vez amaste, y que te amaron –si alguna vez dicho sentimiento existió en tu vida.
No habrá forma de hablar con alguien para que te oigan. Jamás conseguirás la atención o compasión humana, ya que perderás compasión por los demás. Te has de deleitar y regocijar cuando veas la sangre por sus cuerpos correr, al oír sus suplicas y llantos, sin que ellos te reconozcan, y con el pasar del tiempo, ni siquiera tú los recordarás. Todos serán lo mismo para ti: un insignificante ser más, que te dará felicidad, gracias a la tortura que le aplicarás. Todos han de ser víctimas ante ti, ninguno será un error o un dolor. Al no ser humano, no te fijarás, ni en sus rasgos o en sus historias. La injusta y maligna igualdad será tu ideología, pues a todos lastimaras por igual; nadie se salvará, y cada uno le esperará el mismo final.
Al carecer de razón y normas, harás lo que a tu demoniaco ser se le antoje, porque no serás tú quien decida, serás prisionero de la transformación, siendo un esclavo de las condiciones que la transmutación imponga. Ella te guiará durante tu sendero de horror y abominación.
¿Realmente el físico es como lo sientes o como te lo imaginas? ¿Te estás transformando en algo nuevo o en realidad siempre fuiste un monstruo? Antes de abandonar la razón, tu cerebro recurre a pensar y recapacitar sobre lo que te espera y sobre lo que hiciste. ¿Y si todo lo que conocías, no era más que inhumano y ahora es que en verdad pasarás a acercarte a ser humano? De igual forma harás algo relativo al comportamiento de muchos hombres: el daño y el caos, sin fijarte en las consecuencias. Tu racionalidad se va apagando, para dar paso a la mente de un animal, de una bestia encargada de generar muertes y aflicciones por donde pase.
Sientes un leve golpe en tu cuerpo y, como si tu corazón se detuviese, si algo en tu cuerpo te petrificase. Es eso, es la transformación. Ya avanzó, para dar lugar a su final. Abres tus ojos –los cuales ya no son humanos– y tus cuerdas vocales lanzan un grito gutural y lacerante. Gritas con la cabeza alzada hacia las estrellas, mientras el sonido se esparce a través de tu cabeza y el sitio de tus pensamientos, en un duradero eco. Lo sientes; ya no piensas en nada, solo en el caos y en la cólera; ya no eres humano. Finalmente llegó: dijiste adiós a ser un humano. La mutación dio su última jugada: la transformación se completó.
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.