POSESIÓN ASESINA
Ahora lo veía todo con claridad. Él no había cambiado tal y como le querían hacer creer. Eran los demás, los que con buenas palabras pretendían que modificara su conducta para adecuarse a lo que ellos consideraban “correcto”.
El primero había sido su fiel amigo hasta entonces, cuando le indicó que llevaba el pelo más largo de lo habitual y que había observado que últimamente descuidaba su aspecto, vistiendo además, con ropa inadecuada. Qué le importaría eso a él, que además era miope y usaba lentes anticuadas... No le sentó bien cuando le recomendó educadamente, que se metiera en sus propios asuntos.
Luego en la fábrica, el encargado le había llamado repetidamente la atención porque a su parecer, no estaba concentrado en el trabajo y se despistaba con frecuencia demorándose en sus tareas. Sin embargo, él se sentía muy cansado y no se veía con fuerzas para hacer más de lo que hacía. También sus compañeros se habían vuelto de pronto demasiado exigentes y no le dejaban respirar.
Incluso en la calle, la gente le entorpecía el paso de forma deliberada. Hablaba demasiado y a menudo, elevando en demasía el tono de voz. Los veía como a seres extraños que deambulaban por la ciudad, con el único propósito de hacerle la vida imposible.
Todo ello le iba dejando huella y la presión había hecho que le asaltara la idea de terminar con todo y con todos. Ahora sin embargo, estaba tranquilo. Se encontraba solo en casa y no esperaba visita alguna que le incomodase.
Tomó asiento en el sofá y abrió una revista antigua, por donde había dejado la marca y comenzó a leer: “…parece ser que empuñó el cuchillo con fuerza y lo clavó superficialmente en su pecho deslizándolo con suavidad, pero sin llegar a profundizar. Se hallaron restos de su sangre…” ¡Qué casualidad! Él mismo tenía una pequeña cicatriz alargada en el pecho, pero no recordaba cómo se la había producido.
Alguien interrumpió su lectura cuando accionó el timbre de la puerta de su apartamento. Se levantó desganado y abrió. Era el propietario que venía a reclamarle el pago del alquiler. Otro que se sumaba a la lista de gente que debía desaparecer. Más aún, cuando al abrirle la puerta le había mirado de esa forma tan extraña. Después de una breve charla en la que le prometió que le pagaría en unos días, se había marchado no muy convencido.
Cansado, se tumbó sobre la cama y mientras observaba la lámpara apagada de la habitación, se quedó dormido. Su sueño era inquieto. Por su cabeza pasaban los distintos episodios del artículo de la revista en el que el protagonista, un asesino en serie, se había dedicado a matar a cuchilladas a varias personas, aparentemente sin conexión alguna con él, ni entre ellas.
Dos horas más tarde, despertó sobresaltado y saltó de la cama. Una idea le sobrecogió. Corrió hacia la revista que había dejado en el salón y buscó las primeras páginas, donde el autor del artículo describía las características físicas del asesino. Pudo comprobar que tenía su misma estatura y también sería de su misma edad. Unas cámaras de seguridad habían captado una breve secuencia de uno de los asesinatos y aunque por la escasa calidad de la imagen no había podido ser identificado, su aspecto físico era muy parecido. Tal vez con el pelo más largo y un poco más delgado. Por último, buscó la última página del artículo y encontró lo que esperaba: “…el autor de estos crímenes nunca fue descubierto por la Policía por lo que en teoría, aún sigue en libertad.”
No tenía ganas de cenar y se metió en la cama. Le costó conciliar el sueño, pensando en el artículo de la revista, pero por fin se quedó dormido. A la mañana siguiente, se levantó para ir a trabajar. De nuevo tendría que aguantar a su jefe, a sus compañeros…
Descubrió a lo lejos, un tumulto a la entrada de la fábrica. Varios de sus compañeros hablaban con un Policía que les impedía el paso. Oyó decir que el encargado había aparecido muerto dentro de la fábrica. Alguien le había asestado una sola puñalada en el corazón. Lo había hallado el personal de limpieza. Parece ser que el asesinato había tenido lugar a última hora de la tarde, cuando el personal ya se había marchado y el encargado se disponía a abandonar las instalaciones. Podían marcharse de momento ya que la Policía les llamaría más tarde para tomarles declaración.
De forma discreta abandonó el lugar y se marchó a casa. Al llegar un grito le sobresaltó. Al asomarse al pasillo no observó nada. Instantes más tarde sonó el timbre y abrió. Era su vecino de al lado para informarle de que el propietario de su piso había aparecido muerto en su apartamento del mismo edificio. Alguien le había clavado un enorme cuchillo en el pecho la tarde anterior. La Policía estaba en camino.
Se introdujo en su apartamento y llamó por teléfono a su amigo. No contestó. Calculó el tiempo que estuvo dormido la tarde anterior y quedó horrorizado. ¿Era posible? Nadie le creería si se decidía a contar que a la misma hora en que se cometían los asesinatos de gente a la que él deseaba ver muerta éstos se producían, sin que él estuviese implicado. Estaba solo y no tenía coartada alguna.
Volvió a llamar a su amigo y esta vez alguien respondió al otro lado para decirle que lo habían hallado asesinado con una puñalada en el corazón, en el garaje de su casa.
Estaba sudando y sangraba por la nariz por lo que fue rápidamente al lavabo. Ahora podía ver su imagen reflejada en el espejo y apenas se reconoció. Tenía el pelo largo, como nunca antes lo había llevado. Su ropa parecía ser de otra persona, porque nunca usaba ese tipo de prendas. Se limpió la sangre y arrojó el papel a la papelera. Abrió su camisa arrancando los botones y pudo apreciar a través del escaso vello pectoral, una pequeña cicatriz.
No era consciente de lo ocurrido. ¡¡Había permanecido en su casa!! No recordaba nada, excepto lo leído en la última página del artículo: “…el autor de estos crímenes nunca fue descubierto por la Policía por lo que en teoría, aún sigue en libertad.”
Recogió sus efectos personales y se marchó precipitadamente. La Policía intentó localizarle, pero nunca lo consiguió. Años más tarde y a miles de kilómetros…
Ahora lo veía todo con claridad. Él no había cambiado, tal y como le querían hacer creer. Eran los demás, los que con buenas palabras pretendían que modificara su conducta para…
Relato admitido a concurso.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.