«Pasen sin llamar»
Cuando leí el cartel me invadió un repentino desasosiego y, al mismo tiempo, un enorme deseo de traspasar aquella puerta que se me brindaba tan franca. Entré. Ahora, mientras sorteo cadáveres en distintos grados de descomposición, busco escapar de este laberinto entre avisos de «no hay salida».
Primera valiente
Alta de las palizas diarias, Vilma, aquel día, no le abrió la puerta.