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Pocas cosas son más útiles para movilizar a las personas que un enemigo común. No importa que éste sea real o imaginario, que sean temibles gigantes o molinos de viento. En este sentido, Juan Carlos Monedero, influyente cofundador de Podemos, afirmaba no hace mucho que “el monstruo a vencer se llama neoliberalismo”. No es, desde luego, una idea nueva en él. Ya en su libro Disfraces del Leviatán, dedicado a desarrollar esta reflexión, arranca diciendo que “hoy tenemos nuestro propio monstruo: se llama neoliberalismo”. El neoliberalismo, por lo visto, es el orden político imperante en Occidente, el indiscutible pensamiento único que conspira contra el pueblo y tiraniza a las personas contra su voluntad.
El problema del término ‘neoliberalismo’ es que es un concepto fantasmagórico: significa muchas cosas y, al tiempo, no significa nada. El profesor Carlos Rodríguez Braun se preguntaba: “¿Qué cosa es el neoliberalismo?” Y respondía: “Mi hipótesis es que el neoliberalismo es el liberalismo de toda la vida, o bien es cualquier disparate que los enemigos de la libertad quieran que sea”.
En efecto, el término neoliberalismo es a veces usado para etiquetar al liberalismo de toda la vida. La RAE, por ejemplo, define neoliberalismo como la “teoría política que tiende a reducir al mínimo la intervención del Estado”. Ésta, si bien enormemente simplista y matizable, describe una pretensión típicamente liberal. Es a la que los adversarios ideológicos del liberalismo muchas veces apelan cuando, para evitar por todos los medios mencionar el término liberalismo como si éste quemara, se encuentran más cómodos embistiendo contra el neoliberalismo. Cosa que muestra, por cierto, que el término liberalismo sigue siendo un activo cargado de mucho valor. Neoliberalismo, por tanto, a menudo se utiliza para etiquetar lo que siempre se ha llamado liberalismo.
Pero si damos por bueno este uso del término neoliberalismo, es evidente que no es ni el orden político imperante en Occidente ni se acerca a ser el pensamiento único. Más bien al contrario: si en algo estamos es en el consenso socialdemócrata. El economista Thomas Piketty, nada sospechoso de profesar el neoliberalismo, admite en su libro Capital en el Siglo XXI que en la actualidad “el papel del gobierno es mayor que nunca. [...] En términos de recaudación de impuestos y gasto gubernamental, el Estado nunca ha jugado un papel tan importante como lo ha hecho en las décadas recientes. Ninguna tendencia a la baja es evidente, al contrario de lo que a veces se dice”. Si con neoliberalismo queremos decir liberalismo, en Occidente brilla por su ausencia.
Sin embargo, si permanecemos atentos a la cantidad de menciones que se hacen al neoliberalismo en los medios, es evidente que la inmensa mayoría de ellas no hacen referencia al liberalismo. Se refieren a cualquier otra cosa. En el saco del neoliberalismo se meten medidas tan profundamente antiliberales como la concesión estatal de privilegios a grupos de presión, la socialización de pérdidas de empresas, bancos y cajas de ahorros, las puertas giratorias o la subvención a los amiguetes del poder político. Entran también todo tipo de políticas proteccionistas y mercantilistas, precisamente contra las que combatieron Adam Smith y los liberales clásicos. Y, por supuesto, se tildan de neoliberales a instituciones públicas, sufragadas con dinero del contribuyente, como los bancos centrales, el Banco Mundial o el FMI; instituciones que por lo general los liberales desean cerrar.
Si damos por buenos estos rasgos antiliberales como propios del neoliberalismo, entonces sí podemos decir que forman parte del mundo en el que vivimos: Estados muy grandes y redistributivos, corporativismo rampante, concesión estatal de privilegios, socialización de pérdidas. Pero entonces habría que dejar claro que el neoliberalismo nada tiene que ver con el liberalismo. Como dice Juan Ramón Rallo, en lugar de neoliberalismo sería más exacto decir ‘no-liberalismo’.
En un reciente artículo titulado Neoliberalism as concept, el profesor de la LSE Rajesh Venugopal explora el uso del término neoliberalismo en la literatura académica, y muestra que “se ha convertido en un término profundamente problemático e incoherente que tiene significados múltiples y contradictorios”. El autor señala que “no hay un sistema de conocimiento contemporáneo que se autodenomine neoliberalismo, ni teóricos autodenominados neoliberales que lo elaboren”. “El neoliberalismo es definido, conceptualizado y desplegado exclusivamente por los que están en evidente oposición a él, de modo que el acto de usar la palabra tiene el doble efecto de identificarse a sí mismo como no-neoliberal, y de emitir un juicio moral negativo sobre el mismo. En consecuencia, el neoliberalismo se encuentra a menudo, incluso en sobrios tratados académicos, entre las herramientas retóricas de la caricatura y el desprecio, más que del análisis y la deliberación”.
En la misma línea, el escritor liberal Mario Vargas Llosa señaló que “a lo largo de una trayectoria que comienza a ser larga, no he conocido todavía a un solo neo-liberal”. El liberalismo, dice el Premio Nobel de Literatura 2010, “admite en su seno gran variedad de tendencias y de matices. Lo que no ha admitido nunca hasta ahora, ni admitirá en el futuro es a esa caricatura fabricada por sus enemigos con el sobrenombre de ‘neo-liberal’. Un ‘neo’ es alguien que es algo sin serlo, alguien que está a la vez dentro y fuera de algo, un híbrido escurridizo, un comodín que se acomoda sin llegar a identificarse nunca con un valor, una idea, un régimen o una doctrina. Decir ‘neo-liberal’ equivale a decir ‘semi’ o ‘seudo’ liberal, es decir, un puro contrasentido”.
El término neoliberalismo, en conclusión, no es sino un hombre de paja empleado para arremeter contra el liberalismo sin tener que pasar por los rigores del debate serio y sosegado. Permite jugar a la ambigüedad de meter en el mismo saco algunos elementos liberales y otros típicamente antiliberales con el propósito de atacar con comodidad al absurdo espantajo resultante. El uso del término neoliberalismo puede evitar a quien lo usa la molestia de discutir los argumentos de fondo, pero no le exime de caer en la contradicción de estar criticando al tiempo una cosa y su contraria. No deja de ser como cargar contra molinos de viento.
Muy bien explicado algo que ya hemos dicho muchos veces, no existe, el neo de lo ponen delante los borricos para satanizarlo.
El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes, la virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de miseria - Winston Churchill.