Otro que se escapó de Ciempozuelos
Cayeron pétalos rojos de la rosa que había intentado regalarle manchando el suelo, cual sangre derramada por su propio corazón. Envenenado por su fría indiferencia quiso añadir, a puñetazos, pedazos de alabastro a sus sueños rotos. Más solo consiguió escayolas completas en ambas manos
Intercambiando recetas
—¿Por qué es imposible? Te gusto, me gustas y compartimos pasión por las plantas —preguntó, temblando y sudoroso.
—Cielo, tú usas manzanilla, menta y romero —indicó la bruja alzando su vaso—; pero yo empleo cicuta, mandrágora y adelfa —completó, señalando el vaso a medio beber frente al herbolario.
Sin sangre, no hay dolor.