Sin perdón
La revisitación del mito del Far West de la mano de Clint Eastwood
En un extraño juego de espejos en el que parece moverse con especial habilidad, Clint Eastwood revisita el mítico Lejano Oeste al tiempo que parece cuestionar también su propio papel como mito del cine. Después de décadas construyendo el imaginario de la frontera, esa suerte de mitología moderna catapultada por Hollywood en la que los vaqueros parecen homólogos de Odiseo y cada pueblo una Troya, Sin perdón vuelve a las raíces y nos recuerda que, al final, todo ese artificio reposa, y reposaba, simple y llanamente en personas. En seres de carne y hueso.
Este leit motiv es evidente desde el principio. Aunque la sórdida historia de la prostituta maltratada y la colecta para lavar con sangre la sangre derramada no dista demasiado de la novela negra, la pronta aparición del joven pistolero en busca de hacer un nombre, de la fama de un rostro estampado en un cartel de Se busca, sitúa al lector en un tono que remite a las pelis de vaqueros de toda la vida. Se trata de un tono que va a dejar espacio a esos pistoleros míticos que se labraron una fama en la frontera en las publicaciones y espectáculos de la época y un billete para la eternidad trámite estos. Pero, como rápidamente se descubre, el tono no garantiza el éxito del mito, y tampoco tardamos en ver que la cruel realidad está instalada en todo el metraje.
La torpe disculpa del cowboy, la brutalidad del sheriff, el implacable día a día de un viudo en la frontera, la soledad, la enfermedad, la precariedad, la vejez... en apariencia no son los protagonistas de la historia, pero, de algún modo, son piezas de un puzle que, lejos de resultar accesorias, apuntalan toda la narración y la dotan de su carácter.
Al mismo tiempo, la película rehuye el costumbrismo tristón. El drama es crepuscular, está a la altura de la frontera, del sueño del espacio virgen y la épica del colono. A pesar de momentos que de tan vulgares pueden aparecer bufos, la épica está ahí. De hecho, está realzada porque lejos de ser la destinada a los héroes y los ideales intangibles, es la épica del ser humano, crecido en sus circunstancias, feroz frente a sus propios fantasmas, una auténtica bestia de pasión.
Sin perdón, impenitente e irredenta, es una narración en la que Clint Eastwood —acompañado por un reparto de excepción, pero tan gigante que devora todo a su alrededor— se ve condenado a ser de nuevo ese héroe que trasciende, y he ahí la magia: después de haber vuelto a lo crudo de la base, al estrato histórico, social y moral de la época, al realismo, después de haber sacrificado los fuegos artificiales y las grandilocuencias... consigue brillar como jamás podría haberlo hecho por otros caminos.
El tipo que no quería ser tan duro lo es más que nunca, el duelo a medianoche que se intenta evitar a toda costa persigue al protagonista hasta verse saciado, las pasiones se exacerban aun privadas de declamaciones, de gestos demasiado visibles. El western, en definitiva, se sublima en toda su elegancia.
Y todo esto, por supuesto, con una magnífica fotografía, una banda sonora en consonancia y un ritmo narrativo que denotan que no solo hay magníficas ideas en este proyecto, sino también mucha profesionalidad.
- Inicie sesión para enviar comentarios
Tengo que volver a verla. Siempre me han gustado los western.
Bastante inútil