La lluvia ha derribado el puente y el único camino que conozco para llegar a mi destino, es a través del bosque. Recuerdo que cuando niño jugaba en el y pasaba muchas horas contando arboles o escondiéndome en ellos, pero siempre regresaba a casa antes de que obscureciera.
Ahora tengo la necesidad de cruzarlo y las penumbras que lo rodean dan un aspecto lúgubre que de la sensación de que estoy en otro bosque completamente distinto al de mi niñez.
Solo me acompaña mi mula, animal noble que soporta el mal tiempo conmigo sin mostrar queja.
No hay marcha atrás. Tomo las riendas y avanzo al frente por un pequeño sendero, los árboles se me presentan como gigantes con grandes brazos en incontables dedos delgados extendidos, esperando el momento adecuado para caer sobre mí. Continuo mi camino. La mirada de varias criaturas sigue mis pasos. Mi corazón late acelerado y el sudor frió se mezcla con la lluvia que atraviesa mi sombrero y moja mi cara.
Las aves encaramadas en las ramas se tratan de protegerse de la lluvia bajo el follaje y esponjan su plumaje para calentarse un poco. De vez en cuando sacude sus plumas para deshacerse de las gotas de roció que la brisa ha llevado hasta ellas.
El viento arrecia y los árboles comienzan una danza amenazadora, moviéndose de un lado a otro mientras entonan un canto de guerra. Apresuro el paso para salir de aquel campo de batalla. De repente escucho el ulular de un búho que me hace voltear sobresaltado, al reconocerlo recupero un poco el aliento y continuo mi andar.
El aullido de un lobo recorre el bosque como un cazador furtivo advirtiendo a todos su presencia.
Un escalofrió de pájaro me sacude los hombros y las gotas acumuladas caen pesadamente por mi capa.
La idea de estar cerca del borde del bosque me da ánimo y continúo mi marcha. Los árboles mas tupidos parecen cercarme para detenerme. Corro con todas las fuerzas que aun me quedan y los largos dedos rasgan mi ropa y mi piel. Mi sombrero se queda atrapado por una de las garras y mi mula me sigue trabajosamente.
Unas luces opacas aparecen entre los árboles y me dan esperanzas de volver a ver un amanecer.
Al fin logro salir y una bocanada de aire llena mis pulmones. Siento como regresa la vida a mi despavorido cuerpo. Comienzo a trotar y luego a caminar. Me detengo un momento. La lluvia ha cesado.
Volteo a ver el bosque con sus penumbras y descubro que los gigantes ya no están ahí, solo hay árboles.
Los monstruos siguen conmigo.
Los textos literarios encajan mejor en el taller. Lo mando para allá.
Parte de la sabiduría consiste en saber ignorar algunas cosas.