CF-EL MISTERIO DE LA CAVERNA

EL MISTERIO DE LA CAVERNA
Estábamos muy excitados antes de entrar a las Cavernas del Indio.   Era nuestra primera experiencia en espeleología.   El grupo lo conformábamos cinco amigos aventureros y un muchacho de la región que nos servía de guía.     Habíamos caminado un poco más de una hora, desde el pueblo hasta esta hermosa obra de la naturaleza, atravesando bosques, cañadas y desfiladeros.
Estaba ya todo dispuesto para la aventura: la vestimenta ligera de licra, los cascos con linterna, agua potable y una soga liviana.      Nada de relojes, dinero, celulares, cámaras fotográficas u otros objetos que pudieran dañarse con el agua y el pantano.
Nuestro guía dio las últimas instrucciones de seguridad y muy animados fuimos entrando, de uno en uno, en la boca oscura e inmensa de la montaña, lidiando con las rocas y el arroyo que penetraba en aquel túnel.
Lentamente nos adentramos en la caverna principal y poco a poco empezaba a acentuarse el frío, la oscuridad y el olor a guano o excremento de los murciélagos y guácharos, que convivían en estos lugares.    Las cuevas eran muy altas y amplias, pero más adelante se volvían más bajas y estrechas.    En la parte alta se observaban las estalactitas, conformadas durante millones de años, debido a las aguas minerales que se filtraban por las rocas desde la montaña.     En las rocas superiores se colgaban verticalmente los murciélagos y dormían plácidamente, ignorando nuestra presencia, aunque a veces, volaban nerviosos, seguro asustados por la luz de las linternas.
Seguíamos adentrándonos en la boca de aquel gigantesco lobo. Ya la oscuridad era total.    Avanzábamos tras el guía y en las partes más complicadas, estrechas o pantanosas, cada quien colocaba su mano izquierda en el hombro del compañero que iba adelante, mientras que con la mano derecha, tanteábamos las rocas para marchar más seguros y evitar dolorosas e incómodas caídas.
Íbamos muy contentos y bromeábamos todo el tiempo.     Nuestro instructor tampoco lo hacía mal y nos recalcaba que esta era su primera incursión en la caverna, que si alguien conocía el camino, que si teníamos seguro de vida, que cuidado con los esqueletos de antiguos clientes suyos, que no pisáramos las serpientes acuáticas del lugar y cosas por el estilo para asustarnos.
Cuando llegamos a un punto que era el cruce de tres túneles, según nuestro guía, nos ordenó detenernos, hacer un círculo amplio y sentarnos en el lodo, con el fin de efectuar una dinámica o terapia de grupo.
Nos sentamos en posición de loto, nos tomamos de las manos y apagamos las linternas.
La oscuridad y el silencio eran totales, no se percibía absolutamente nada.    La idea de nuestro instructor era sentir el vacío, la Nada, durante cinco minutos.     Era entender la soledad y el aislamiento de los invidentes.     Era enfrentarnos con el Yo interno y conectarnos con el Ser Supremo, a través del agua y la tierra.     Otra idea era enfrentar   la oscuridad y al silencio y aliviar los miedos que estos nos producen, ya que en el mundo real que nos rodea no tenemos casi oportunidad de vivirlos.     Allí solo es ruido…prisa…estrés y ambiciones mezquinas.
Estos cinco minutos se hicieron eternos, pero extremadamente gratos, interesantes.
Sentimos una paz profunda.     Fue un momento mágico con nuestro interior.
Luego de esto, cada uno expresó como se sentía, que opinaba ahora de los miedos que alguna vez lo acosaban.     Hubo conceptos maravillosos.      Algunos compañeros lloraron, con sinceridad, sin vergüenza.
Cuando terminamos esta rica terapia y cuando hacíamos una oración personal y mental, alguien nos advirtió, en voz muy baja, casi un susurro, de dos luces rojas que se acercaban por una cueva que quedaba a nuestra izquierda.       Todos nos quedamos quietos y en completo silencio, esperando a ver quien venía desde el fondo de la caverna.     Las luces eran de un tono rojizo tenue, separadas entre sí unos veinte centímetros y se hallaban por ahí a unos dos metros de altura del suelo, aunque con aquella oscuridad tan tenaz era difícil calcular distancias.     Aquellas luces parecían flotar, pues, no se escuchaban pasos en el agua (Que sería lo más normal), ni se observaba más nada.    Tampoco se escuchó ningún ruido.
Aquellas luces cruzaron muy despacio frente a nosotros, que aún nos encontrábamos sentados y tomados de las manos.     Las veíamos casi encima de nuestras cabezas.     Todo era silencio y oscuridad.      Se detuvieron un momento como reparándonos y continuaron su marcha hacia el túnel de la derecha.     Nunca nos movimos ni prendimos las linternas, tal vez, por miedo o por no asustar aquel ser u objeto desconocido y que quién sabe podría atacarnos.
Poco después de que aquellas extrañas luces rojas desaparecieron al fondo de la caverna, reaccionamos del susto y muy intrigados, intercambiamos opiniones y sensaciones de lo que acababa de pasar.    El guía nos comentó que nunca había ocurrido algo parecido y que en sus veinticinco años de vida y en los diez años que llevaba como guía turístico, jamás había escuchado alguna leyenda o mito en aquellas cavernas.
Entre asustados y maravillados, terminamos el recorrido por aquella cueva.
Salimos completamente mojados y empantanados, pero dichosos por dicha aventura.
En una tienda cerca al pueblo nos tomamos unos pocos aguardientes y especulamos sobre aquello tan raro que vimos.     Fue una ilusión óptica, un extraterrestre, un animal prehistórico, un fantasma?       No lo sabemos, pero en lo que sí estábamos de acuerdo era que fue real, que nos vió y nos reparó detalladamente.       También nos pusimos de acuerdo en que no contaríamos a nadie este suceso y menos a las autoridades del pueblo, porque luego llegaría la prensa, el escándalo y la búsqueda de una criatura, que al parecer, era pacifica.    

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