La conspiración de las ratas

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Un pequeño relato sobre ratas y subsuelos urbanos.

 

Diga su nombre, por favor.

Josh... Joshep Crane.

¿Ocupación?

Inspector de policía, brigada especial.

Señor Crane, cuénteme, por favor, lo ocurrido esta noche en el almacén de Brooks con la Vigésimo tercera. Y, se lo ruego, sea lo más claro y conciso que pueda.

 

Solo contestó a aquella llamada por completitud, por poder decirle a su conciencia que no había dejado cabos sueltos, que no había desechado ninguna pista demasiado pronto. Había contestado a esa llamada e ido al almacén de Brooks con la Vigésimo tercera por lo mismo que había ingresado en la policía: porque había que hacerlo, y bien.

Escasamente vio al tipo, supo que aquello iba a ser una falsa alarma. Le había abierto la puerta con los ojos desorbitados y la frente perlada en sudor, febril, ansioso, pero no parecía un yonqui. «¿Es usted de la policía?», le había preguntado, y cuando le vio asentir añadió: «Bendito sea Dios». Tenía el aspecto de ser un chalado y, desde luego, lo que le contó a continuación no desmentía esa primera impresión.

Deshaciéndose en elogios, le hizo pasar a una especie de despacho improvisado en una antigua sala de descanso del almacén. En la enorme mesa para almorzar había dispuesto decenas de planos y mapas de la ciudad en los que había delimitado ciertas áreas y marcado algunos puntos groseramente con un rotulador rojo. Crane echó un vistazo al resto de la sala, pero era difícil reparar en algo interesante bajo la capa de rollos de papel; alguna caja de cartón manchada de pizza, alguna lata de refresco vacía. Mentalmente, empezó a elaborar una disculpa para irse. No iba a encontrar ningún cadáver, ni ningún alijo, ni nada que correspondiese a una situación de gran peligro para la ciudad entera. Con suerte, se dijo, escucharía una teoría conspiratoria más o menos interesante.

—Agente, eche un vistazo a estos planos lo conminó con cierta urgencia. Lo descubrí por casualidad, mientras me documentaba para mi tesis. Estaba buscando elementos arquitectónicos relacionados que fueran desde el siglo XIX hasta nuestros días y, entonces, me di cuenta del patrón. Si echa un vistazo a los planos, lo verá enseguida.

Crane miró distraídamente los pliegos extendidos frente a él y no tardó en darse cuenta de a qué se refería con «patrón». Todos los conductos de servicio, o la mayor parte, estaban marcados con rojo. Ventilación, sistemas eléctricos, cañerías... las tripas de cientos de construcciones y las «vías invisibles» de la ciudad, así como algunos accesos a ambas. El policía se rascó el mentón mal afeitado mientras preparaba su respuesta.

—¿Sugiere que alguien pretende dar un uso, digamos, «inadecuado» a estos pasajes?

El hombre alzó la mirada y clavó en él sus ojos enfebrecidos. Parpadeó varias veces antes de aventurar:

—¿Quiere decir como un atentado o algo así? El policía asintió. No, por Dios, no desmintió entre aliviado y divertido.

—Entonces, ¿para qué demonios me ha llamado? Dijo por teléfono que se trataba de algo de suma importancia.

El tipo se dio unos golpecitos en el tabique de la nariz, como si fuera a revelar algún secreto largamente esperado por ambos.

—No se ha dado cuenta de lo que he señalado en los planos, ¿verdad? No se da cuenta del patrón... Esos conductos que he marcado en rojo no tendrían por qué estar ahí.

Crane se quedó de piedra. De todas las tonterías que empezaba a temerse, aquélla se llevaba la palma.

—Mire replicó, no soy un experto en ingeniería civil, pero no hay que ser un lince para darse cuenta de que están ahí para meter todos esos cacharros que nos permiten dar la luz cuando entramos en una habitación o tener agua en la cisterna del váter.

—No, no le cortó el tipo agitando las manos, no me malinterprete: sé para qué se usan esos conductos... principalmente. Lo que quiero decir es que no tendría por qué ser así.

—Oiga, no sé a dónde quiere ir a parar. No soy arquitecto, ni concejal de urbanismo y necesitaría irme a dormir, que mañana madrugo.

—Tiene razón. Lo mejor será que se lo muestre directamente. Puede resultarle un shock, pero... Crane se dió media vuelta y empezó a marcharse hacia la calle. ¡Por favor! Ya que ha venido hasta aquí, acompáñeme solo hasta el sótano. Por favor.

El inspector se detuvo un instante y, con un suspiro, volvió hasta el despacho. Después de todo, había que hacerlo, y bien; su merecido descanso podría esperar todavía quince minutos. Su anfitrión recogió una linterna y un manojo de llaves de debajo de los pliegos y le pidió que lo siguiera.

Atravesaron la nave del almacén, vacía a excepción de algunos cartones sucios de grasa, y fueron hasta una puerta metálica cerrada a llave. El tipo la abrió con soltura y empezó a descender por la escalera que había al otro lado iluminándose con la linterna. Caminaba a buen ritmo y Crane supuso, subconscientemente, que no había peligro. Lo siguió. Unos cuarenta peldaños después, se detuvieron en una pequeña estancia de la que partían tres túneles de mantenimiento. En ella había varios pequeños monitores apagados cuyos cables se perdían a través de los muros o por los propios pasillos. El tipo se detuvo junto a uno, con el dedo apoyado sobre el interruptor.

—Lo que va a ver ahora le dijo, va a resultarle algo chocante, pero no debe sacar conclusiones precipitadas: no es ningún montaje.

El policía observó, impertérrito y silencioso, cómo la pantalla se encendía vertiendo una luz verdosa en la estancia. Sobre ese mar de estática de visión nocturna, unas ratas paseaban tranquilamente, jugueteando entre ellas. Crane enarcó una ceja.

—Son ellas: las ratas. Son ellas las que hacen que construyamos así. Tenemos tendencia a creer que somos nosotros los que dominamos el mundo pero, en realidad, trabajamos para ellas. Todo lo que construimos está pensado para que ellas tengan su hábitat. Todavía no sé cómo lo hacen, pero lo averiguaré, se lo aseguro.

—Seguramente se debe a mi falta de perspicacia intervino Crane, pero me temo que se me escapa el porqué de lo que me está contando. Supongo que el vídeo que me ha puesto es muy revelador, pero no veo la relación. No obstante añadió levantado una mano para acallar cualquier protesta que su tono cínico pudiera suscitar, le agradezco las molestias que se ha tomado y meditaré sobre este «terrible» peligro.

Dicho lo cual, emprendió el ascenso de la escalera. Ni las súplicas del hombre, ni las promesas de mostrarle otros videos más reveladores, que según él los tenía, pues había recopilado horas de actividades de las ratas, hicieron que el agente detuviera sus pasos. Fueron sus gritos aterrados los que le hicieron dar media vuelta y bajar a la carrera empuñando su pistola. Las historias del sujeto no lo prepararon para lo que se encontró.

Cinco ratas golpeaban con estacas al hombre mientras una le arañaba el rostro y otras dos destripaban los monitores. Actuaban de un modo coordinado, como un comando de marines, y, por un momento, el policía se quedó helado en el sitio. Fue solo un momento, pues el enemigo era el enemigo, y no iba a permitir ni siquiera a unas ratas infringir la ley con tales actos vandálicos. Efectuó varios disparos de aviso para espantarlas, y, en efecto, se dieron a la fuga: cuando apuntó de nuevo hacia ellas ya solo quedaba una a la vista. Esta última sentía un escalofrío cada vez que lo recordaba le hizo un corte de mangas antes de perderse entre las sombras.

 

¿Un corte de mangas?

Sí, un corte de mangas: los brazos cruzados y un dedo apuntando al techo. Un corte de mangas.

Inspector Crane, creo que no se da cuenta de la situación. En estos momentos estamos interrogando al señor Suárez, el tipo del almacén, como usted lo llama, en la sala de al lado. Y, a diferencia de usted, él no nos está contando una divertida historia de ratas que hacen cortes de mangas y conspiran para que la humanidad les construya edificios adecuados a sus necesidades. Él está declarando que usted entró en su almacén y se lió a disparar contra su equipo de vigilancia. Así que más le vale empezar a explicarnos qué demonios hacía allí esta noche y por qué efectuó esos disparos. Y le recomiendo que no incluya ratas esta vez en su historia.

Crane se masajeó el tabique nasal con hastío, fatigado.

Oficial, soy el primero en darme cuenta de que lo que le cuento parece una soberana gilipollez y no me cabe duda de que el corte de mangas fue premeditado. Pero tampoco me cabe duda —y eso es algo que me preocupa mucho más que la imagen de imbécil que estoy dando— es de que el señor Suárez, si es el tipo del almacén, estará declarando lo mismo sobre las ratas. Eso es lo que me preocupa.

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Dr. Ziyo
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Me gusta la idea y el tono ligero y de (inquietante) comedia del relato. Lo que me ha llamado la atención es que, para lo breve que es el texto, hay bastantes adverbios acabados en -mente (diez, si no he contado mal). De hecho, al principio pensaba que se habían añadido adrede, buscando algún tipo de efecto cómico. Pero luego he visto que no era así, y esto es algo que me extraña, sobre todo viniendo de ti y más aquí en OcioZero, donde ese tipo de adverbios son considerados poco menos que malditos, como he podido sufrir yo en mis propias carnes literarias.

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Variwell
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Hola, jefe. Si bien, el doc tiene razón sobre los adverbios, con los años he descubierto que a veces no hay modo de evitarlos o más bien he aprendido a convivir con ellos. El cuento está excelente, por demás, y me encantó lo del corte de mangas. O sea, vaya ratas, no están entendiendo nada, esas insurrectas.

Solo una cosilla:

—y eso es algo que me preocupa mucho más que la imagen de imbécil que estoy dando—

Así como lo veo yo, Pata, el primer guión, al ser de diálogo, transforma ese inciso en cosa del narrador. Entonces, si es el inspector el que está hablando, mi consejo es que lo ponga entre comas o con paréntesis. De hecho el (...) he notado que es el que otros escritores usan mayormente (gasp, se me salió un horrendo "mente") cuando quieren dar la idea de que el personaje que está hablando hace él mismo un comentario al margen. Lo curioso es que si mi memoria no está tan del carajo creo que fue usted, jefe, el que me lo enseñó, ya sabe, cuando solo éramos unos chavales en OJ.

Esop, de momento.

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