Oriana observaba, incrédula como siempre, al ave la invitaba a entrar al elevador. Sólo tenía veinte años, por lo que no había sido testigo de la acelerada evolución de las aves, evolución que las había llevado a tener la estatura de un ser humano promedio, a resolver problemas como cualquiera, y, lo más importante, a hablar. Aunque lo hacían a su manera, con esos chillidos que se juntaban para formar palabras, todo eso había pasado miles de años atrás, y ahora hacía parte de los documentos de historia que tenían que aprender en la escuela.
- Señorita - dijo el ave marrón, que la miraba desde sus ojos profundos y rapaces - siga por favor.
Oriana sintió el leve empujón de su hermano Caleb, que la miró apremiante para que se moviera. Por fin se decidió, la verdad era que, aunque había algo que para ella no terminaba de encajar, le encantaba la idea de poder volar como un ave, sin necesidad de usar ningún aparato, volar, volar de verdad.
El ascensor, con seis personas en su interior además de Oriana y Caleb, se elevó hacia el infinito, no fue sino hasta que atravesaron la primera nube, que Oriana tuvo real medida de lo altas que estaban las plataformas de lanzamiento. Cientos de metros después, el elevador, hecho totalmente de cristal, por lo que mirar hacia abajo no era una buena idea, y que simplemente hacía parte de una larga hilera de ascensores, se detuvo, en silencio, tal y como se había mantenido durante todo el viaje hacia arriba. Cuando las puertas se abrieron, Oriana siguió a su hermano hasta un salón, donde otra ave, de casi uno ochenta de estatura, hirsutas plumas negras y blancas y un pico curvado que podría desgarrar cualquier cosa -cualquier cosa- estaba de pie detrás de un atril, simulando una sonrisa, que en realidad no pasaba de ser una mueca macabra; la evolución no había dado para tanto aún, la sonrisa seguía siendo exclusiva de los humanos. Por alguna razón que no lograba precisar, esta certeza hizo sentir un poco mejor a Oriana, que tomó asiento junto a Caleb esperando pacientemente que el gigantesco pájaro diera las explicaciones necesarias.
- Bienvenidos - era evidente su esfuerzo por sonar lo más humano posible - lo que están a punto de experimentar es algo con lo que ustedes, los humanos, han soñado desde casi el inicio de los tiempos. Esperamos sinceramente que lo disfruten al máximo - todos sonreían, excepto Oriana, que empezaba a sentirse sumergida en una especie de película de terror. El ave continuó hablando, levantando una cubierta de plástico que estaba sobre el atril - estos son sus pasaportes, por así decirlo - ocho frascos llenos de un liquido azul brillante reposaban ante sus ojos - la reacción es diferente para cada ser humano, pero no se asusten, nunca duele, sólo tómenlo y salgan por esa puerta - señaló con su ala/mano derecha.
Caleb fue el primero en decidirse, agarró uno de los frascos y tragó el liquido azul en un instante, los demás lo siguieron, incluso Oriana, muy a su pesar.
Unos segundos después, Oriana notó que no podía parar de reír, la sensación de ligereza era extraordinaria, y las plumas que salían de su cuerpo, de un color amarillo encendido, eran sencilla y claramente lo más hermoso que había visto en su vida. Miró de soslayo a su hermano, que también estaba envuelto en un paroxismo de dicha sin atenuantes, cubierto por unas hermosas plumas vino tinto. No había nada qué decir, las palabras sobraban. Cruzaron la puerta que minutos antes les habían señalado, para ese momento, Oriana había olvidado por completo todas sus reservas, sintió el viento frío en su rostro, reconfortante. Se encontraban en una especie de plataforma flotante desde la que se veían otras tantas; los humanos, algunos aún en plena metamorfosis se miraban unos a otros, sin poder creer la intensidad de lo que se sentían. Los que se iban decidiendo se lanzaban al vacío, Oriana no tardó en imitarlos; se olvidó de su hermano, de los ojos rapaces de las aves, de esa mirada que parecía ocultar algo inenarrable; se olvidó de todo y se dejó llevar por la inmensa sensación de libertad que ahora la embargaba, sin darse cuenta se alejó de las plataformas, dirigiéndose a campo abierto, abajo, ahora se veía una especie de isla, y algunos sujetos que los observaban, miró por unos momentos sin darle importancia, por primera vez en su vida era absolutamente feliz y sólo eso importaba.
Luego empezaron los estallidos.
***
Malik observó el frasco que tenía en su mano/ala por enésima vez, sin decidirse a tomarlo, el líquido negro no parecía muy apetitoso.
- Malik - espetó su padre - no pagué una fortuna para que te arrepintieras a último momento. - No, papá - respondió Malik - claro que no - y se tragó el contenido del frasco, esperando que no fuera doloroso.
No esperaba semejante certeza de poder, sus plumas fueron reemplazadas por una olivácea piel que aunque se veía frágil, lograba protegerlo satisfactoriamente; miró su desnudo cuerpo, percibiendo en detalle cada anomalía del suelo, disfrutando del contraste entre las baldosas del salón y ahora el prado de la isla, cuando recibió el fusil, no pudo evitar admirar sus manos, especialmente los pulgares opuestos, que a diferencia de los que tenían las aves, en los humanos no se veían como una parodia absurda de algo que parecía no estar en su lugar.
- ¡Malik! - exclamó su padre, desde unos metros atrás, con los ojos expresando algo que Malik no pudo descifrar del todo, ¿acaso era asco? - ¿vas a hacer esto o no? - lo afanó, gritando. Malik sintió un estremecimiento en toda su piel, sonrió por primera vez en su vida, disfrutando cada momento y apuntó hacia arriba el fusil.
- ¿Ves algo que te guste? - gritó su padre.
- Si, señor - respondió Malik - hay uno muy bonito de plumas amarillas, me recuerda un compañero de la escuela.
- ¿Y qué pasa con el?
- Que lo odio - respondió Malik, otra de las sensaciones que habían llegado con la evolución, aunque eso, Malik, a sus escasos 14 años, no lo sabía, y por supuesto, poco le importaba.
Apretó el gatillo.
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